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jueves, marzo 28, 2024

La verdad no importa

En la actualidad parece que significa más querer tener la razón que encontrar la verdad. Los agentes políticos en México se van configurando hacia ensimismarse. La autocomplacencia y la endogamia de las posiciones aparentemente ideológicas alimentan el ego de quienes piensan igual, pero aleja a quienes piensan distinto. Estos encuentran los puntos débiles entre un sesgo de confirmar lo que ya se piensa, que contrastar ideas diferentes para construir algo de mayor relieve.

Es normal que a las personas les cueste cambiar de opinión y esto se debe a un error del pensamiento ideológico, que ha sido construido por partidos políticos que solo han pensado en ganar elecciones de manera pragmática. Por ello la política es la causante de la mayoría de las discusiones en redes sociales y en los espacios públicos y hasta privados. Esto se explica porque se atiende mucho más a las voces que confirman las ideas previas, que aquellas que las cuestionan. Al endeble razonamiento político del ciudadano promedio le va bien aceptar lo que ya conoce y rechaza aquello que le es extraño, ajeno o confronte las ideas previamente aprendidas. Por eso es más difícil desaprender que aprender.

El pensamiento crítico en política inicia al cuestionar la realidad. Estamos en un momento de polarización y confrontación, cuya víctima perfecta es el pensamiento crítico y el principal beneficiario es la radicalización de las posiciones políticas.

No obstante, las situaciones que pasan en el terreno de lo público, no tendrían que tener una respuesta siempre. La polarización es alimentada por una presunta objetivad inexistente de quienes hablan desde una u otra trinchera. Las situaciones están dadas en una realidad sesgada, por las creencias, por la visión distorsionada de la realidad, por los prejuicios y por las ideas previas sobre una manera distinta de ver las cosas, dada la hoja de vida y el contexto de cada persona.

Ante ello, se puede equilibrar la disyuntiva entre los sesgos y el pensamiento crítico. Sin embargo, las redes sociales y los espacios que se tiene para manifestar una idea, desde la comodidad del individualismo, permite tener una libertad limitada al ser esclavos de las propias opiniones. Las redes sociales encasillan una foto, una fracción de video, un comentario o toda una declaración en un tiempo y contexto que, sacada de ello, evidencian una muy palpable contradicción. El derecho a equivocarse, a rectificar, el derecho al olvido o a cambiar radicalmente en un mundo de encajonamiento político, es prácticamente imposible a salvarse del linchamiento mediático.

En la Internet los bandos ideológicos esclavizan el pensamiento crítico. Si se trata de razonar o discutir un punto intermedio, sin fijar una determinada posición, se queda fuera de la matrix. O se es del hashtag del “sí” o del hashtag del “no”. O eres “pro” o eres “anti”. O eres “fifí” o eres “chairo”. Alimentado por un sistema de polarización, el pensamiento crítico queda limitado a una etiqueta, generalmente puesta por un agente externo, tildándolo de tibio o poco confiable.

En terreno de nadie, los excesos y extremismos solo permiten aceptar lo que viene del círculo más cercano, pero tiende a rechazar lo que viene de afuera de éste. No obstante, nadie está exento del sesgo. Así, se comparte información falsa en redes o se promueve la división. Se saca de contexto todo cuanto es contrario a lo que el círculo cercano piensa. Lo que confronta las ideas y las creencias inician con la curiosidad pero termina con el insulto y la descalificación personal, ante la falta de argumentos.

Este comportamiento irracional y visceral está basado en que la mayoría de las personas que dan una opinión política no buscan la verdad, sino reafirmar las propias opiniones. Por eso la política divide. Ante las nuevas ideas, la intuición construida por previos paradigmas, toma ciertas decisiones, mientras que el razonamiento basado en el pensamiento crítico trata de escuchar aunque jamás logre comprender. Es por ello que, dados los perfiles psicológicos en algoritmos manejados en las redes sociales, las grandes empresas pueden tomar ciertas decisiones, sobre el tipo de contenido que ofrecen para que las personas asuman como propias ciertas posturas públicas.

Se pueden hacer cosas para disminuir ese sesgo informativo, tratando de ser conscientes, de verificar lo que es evidencia y lo que no, tener diversas fuentes de información, leyendo o escuchando a quien piensa distinto, para no quedar ensimismado en una burbuja autoconstruida de la realidad y cuestionar, pero sobre todo lo anterior, conversar.

Al final, quizá se tenga más en común con quien piensa distinto pero quiere conversar, que con quien piensa casi lo mismo pero es intolerante. Promover el pluralismo y la diversidad de las ideas es integrar en el disenso. Solo así se podrá lograr un verdadero consenso, aunque no necesariamente sea el fin del diálogo.

Conversar es encontrar mejores maneras de estar en desacuerdo y no solo esperar el turno para hablar, sino escuchar y entender al otro. Por eso dicen que si otro piensa distinto no está mal, es otro; o que el mejor conversador es el que escucha más de lo que habla y tal vez nos haga falta entender que en México, hablando de política, hace falta más hablar del “nosotros” que del “tú” y del “yo”, contrapuestos.

No hay respuestas para todo pero es positivo hacerse preguntas, aunque queden sin responder. Hay que aprender a vivir con esos vacíos ideológicos de nuestra clase política. Solo a partir de ahí, quedará oportunidad para que la ciudadanía libre y crítica hable y ocupe ese espacio. El conocimiento es atractivo para aprender, pero hablar en el lenguaje del otro nos ayuda a comprender más la realidad.

Es natural escuchar a los aliados ideológicos y alimentar al cerebro propio de lo que ya sabe, pero lo interesante de verdad, lo que construye un sociedad más rica y de avanzada es escuchar a quien no piensa de la misma manera, respetarlo y reconocerlo; a quienes atraviesan las defensas y encuentran los puntos débiles. Eso ayuda a cambiar algo que razonadamente asumimos como incorrecto o permite modificar lo que está mal, porque solo así la verdad importará y nos hará libres.

José Cristian Urrutia Negrete
José Cristian Urrutia Negrete
Licenciado en administración pública por la Universidad de Guanajuato, Director General del IMAP, maestrante en política y gestión pública en la Universidad Iberoamericana León, profesor universitario, instructor-capacitador y miembro fundador del Colegio de Administración Pública de Guanajuato Capital, A.C. Twitter: @urrutianegrete

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