Greta Gerwig propone un recorrido balanceado entre lo estúpido y la complejidad existencial que suma la controversia, la fascinación y el impacto de Barbie: el resultado es increíble.
¿Qué demonios es Barbie? Es una pregunta honesta que las madres de casas, padres de familia, mercadólogos y sociólogos se han preguntado desde aquel funesto 9 de Marzo de 1959, desde ese día se lanzó un grito en el aire porque Barbie aparecía en la vitrina de la Feria americana del juguete modelando un traje de baño blanco y negro y esto, era una carta de revolución, porque un juguete para niñas distaba radicalmente de lo previamente construido por jugueteros artesanos; no era una figura apapachable de rasgos apenas humanos, ni tampoco trataba de emular un ser humano recién nacido prestado para las futuras amas de casa.
No… había algo en Barbie y sus centímetros de plástico que anunciaba entre la masificación industrial del juguete, una figuración de rebeldía, un representante de la libertad sexual y social de parte de una figura femenina no preocupada por ser pieza del patriarcado, sino por estar a la moda y ser feliz, para ojos conservadores la introducción al libertinaje y la primera fisura de la Americana post guerra conservadora, republicana y cristiana. Desde el primer momento Barbie se prestó a la crítica de múltiples aproximaciones positivas y negativas, y esto es algo que nunca ha cambiado.
Barbie es todo lo que sus detractores y críticos dicen, lo que sus defensores y fanáticos profesan, todo eso y nada a la vez; es un objeto que por supuesto que vive a beneficio del templo capitalista, por vender ideas fascinantes y nada realistas de la proliferación de sueños y progreso económico en un extremo positivo decorado de rosa y alejado de la realidad, pero también es innegable que de entre estas funciones dedicadas a la de vender objetos adicionales a la muñeca, algo conecta con sus compradores quienes la ven como objeto de cinismo, como valor cultural y artístico, y finalmente… como posible plataforma de aspiración para lograr metas en la vida en donde uno sí termina desgreñado, con ojeras, con pánico sobre lo que estamos haciendo, distinto al aura de perfección de la muñeca sonriente que en un punto sirvió como punto de partida a este calvario de superación personal.
Esto afortunadamente es a lo que ha apuntado Barbie como franquicia dentro del terreno fílmico. Son pocos -y valientes- aquellos que decidan explorar el universo fílmico de Barbie que abarca casi 50 películas, pero en ellas se puede encontrar una lectura mucho más interesantes que las de ser películas para apagar los cerebros de los niños por una hora y media; en ellas encontramos si bien las limitantes de presupuesto con animaciones que suelen ser atroces y ya viejas desde el momento en que pones la película, sabiamente aplican una virtud de Jay Ward (el legendario creador de Rocky y Bullwinkle): la fortaleza radica en la propia burla y metaficción del material que de vislumbrar por el poder de la animación en sí. De ahí que Barbie en sus aventuras posea una visión cínica, con contenido adulto y reflexivo y hasta de posible lectura queer para aquellos quienes llegan a revisitar sus polvosos vhs.
Esto es algo que se acaba de traspasar en el primer intento de Barbie dentro de la pantalla grande; si bien sería sencillo adjudicarlo totalmente a la reinterpretación post moderna del producto, la verdad es que se requiere de un esfuerzo para que esto aparezca desde la primera lectura y encuentro, algo que Greta Gerwig logra en esta odisea pastel.
Gerwig posee una afinidad autoral hasta este punto en sus proyectos, encontrando un hilo conductor en sus protagonistas femeninos y es que Lady Bird (Saorsie Ronan), Jo March (Saorsie Ronan) y Barbie (Margot Robbie) son mujeres protagónicas en una aguda crisis existencial, en medio de lo que tratan de buscar entre sus sueños de independencia más allá de lo establecido bajo sus condiciones socio económicas… sí, esto incluye a Barbie.
Barbie comienza en un universo endulcorante que emula ser un espacio de fantasía técnica comercial, un punto de encuentro de la muñeca y sus adherencias corporativas que no le hacen daño porque en este Barbiemundo las Barbies viven con la idea de que gracias al mero hecho de existir, ya resolvieron cualquier dinámica de disparidad de género y de aceptación para la mujer en el mundo real. Las Barbies son perfectas en lo que son y cómo son… o por lo menos eso llegan a considerar, porque el glamour de éxito no les permite siquiera ver más allá de sus narices y considerar el cruel trato que tienen a una muñeca embarazada o una Barbie rara (Kate McKinnon) que vive alejada de este mundo. Bajo esta superflua y mundana fantasía de la que forma parte Barbie, existe una incomodidad que poco a poco va devorando la mentalidad de nuestra protagonista, porque de pronto la muñeca perfecta en un baile musical adquiere el temor de fallecer, junto a un número de cosas que la vuelven vulnerable: se mete a la bañera con agua fría, tiene celulitis, toma leche echada a perder, y más importante que ninguna otra cosa (más que tener píes planos): su relación como una figura perfecta que baja de forma angelical de su casa de ensueño, queda arruinada al caer al suelo, lo que indica una severa desconexión de la muñeca y su usuario en el mundo real.
Esta ruptura de la cueva de Platón que además enfoca a Barbie en una odisea del viaje del héroe tradicional hacia al mundo real le termina por revelar la ceguera de lo que puede representar como Barbie en personaje al llegar a un mundo en donde su supuesta pasión feminista y empoderada, resulta mediocre para los vislumbres cínicos de una nueva generación que la ve como un producto añejo, uno que en las relecturas de nuevas oleadas feministas representa un problema incómodo.
¿Por qué de entre todas las personas, la que me va a venir a decir que el mundo no es problemático de de que las mujeres tienen oportunidades resulta ser una rubia despampanante perfecta la cual seguramente nunca ha tenido una gota de sudor de esfuerzo? A partir de aquí Barbie comienza a desmoronarse, siendo una vacilada que intenta afianzarse a su relativa inocencia por comodidad, de no querer establecerse en un mundo complejo porque de lo que le tachan -ser una bruta sin problemas- es más fácil de intentar seguir “disfrutando” como perfecto antes de un mundo de mierda y problemas, algo demasiado gracioso en torno a la capacidad humorística y honesta de Robbie, de mostrarse como la más inepta del grupo y un verdadero estorbo que transmuta a una verdadera vulnerabilidad y pánico ofrecido en su corporeidad plástica.
Y aquí existe uno de los tantos juegos creativos dentro de Barbie bajo la construcción que ofrecen Gerwig y Noah Baumbauch como guionistas: porque esta idea de la muñeca como estandarte figurativo del usuario que la desea y tiene a la mano o en sueños, adquiere unas ramificaciones mucho más profundas. De pronto Barbie es dejada de lado para pasarle voz y voto a Gloria (America Ferrera) como la verdadera usuaria de la muñeca y quien, a través de ver su constante fracaso comienza a entender que es ella la que “contamina” su aura de perfección con su angustia… y así se queda durante el transcurso del acto final; cualquier otro guión hubiese recuperado el status quo de la muñeca, de volver a ser despreocupada y tonta y rubia, vanagloriándose en lo que sus detractores señalan, pero Barbie y su personaje reciben un cambio radical en su filosofía sin un retorno a la plasticidad, porque además esto se presta para darle relevancia a los personajes humanos, en donde Barbie precisamente se vuelve una vacilación del lazo maternal que uno tiene de responsabilidad frente al juguete y que en este mundo de mierda, uno pasa de tomarla como un referente de la infancia, a una herencia de juego entre los vástagos, y en donde el rechazo de estos por el paso generacional hace que resulte imposible no voltear a ver a la muñeca y encontrar confort en una época más simple de alguna forma repitiendo el modelo de Barbie en su angustia y el deseo por un pasado sin problemas… pero las cosas no son tan sencillas. Barbie termina siendo un objeto finalmente y uno en donde las percepciones de Gloria siguen siendo heredadas a lo que la muñeca hace, es ella quien da un discurso en donde asimila la incongruencia de Barbie y su mundo con el suyo, sin entender qué carajos quieren de Barbie y qué carajos quieren de ella, de esta forma reformando la identidad de las muñecas con las que tiene contacto y curiosamente, velando por mantener esta idea falsa del status quo del que fueron suplantadas.
Porque mientras que Barbie sufre un cataclismo de identidad al de pronto tener dudas sobre muerte, de envejecer, de formar lazos familiares y de dudas respecto a sus genitales, los Kens no la pasan mejor.
En los Kens me atrevería a decir existe una completa tragedia cómica de ironía, porque en este mundo de fantasía Ken es sólo un objeto sin valor para el servicio de Barbie y en donde las preocupaciones de lo que pueda pasarles o siquiera de dónde pasan las noches nunca cabe en las cabezas de las muñecas cegadas bajo un perfil simplista de feminismo sin ramificaciones realistas, pero es que en los encuentros que tienen con sus amigas, los Kens comienzan a tener vagas interpretaciones sobre lo que son, intentando de cierta forma desprogramarse al tener curiosidad de salir de ser vagabundos playeros o de tener contacto sexual que no logran entender.
El líder de estos Kens es Ken, interpretado por Ryan Gosling de forma espectacular porque hay una crisis aplicada en sus ojos que de verdad tienen miedo, aunada a su estupidez y perfecto cuerpo incapaz de razonar lo que de verdad termina escogiendo como modelo de interpretación de perfeccionismo y una adopción estimulante del patriarcado en eso: estímulos de poder machista pero cero comprensión de sus problemáticas. Ken hace esto no precisamente para generar un mundo moderno de dominación sino porque de alguna forma recibe en el mundo real y adoptado de parte de la cultura popular, que si reacciona como una mezcla de Stallone en los setentas y Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1951), quizás logre ganar el corazón de su bien amada. En su cabeza sonaba mucho más cool de lo que parece ser en el mundo real.
Estas complejidades narrativas son delineadas con una comedia estúpida e inteligente que pocas personas hubieran intentado plasmar de forma genuina en su película, y que Gerwig dirige de manera, eso sí, efectiva y delirante… hasta cierto punto.
Barbie se siente como esas películas que casi no existen del verano en donde la construcción de su mundo de fantasía se siente genuino, en donde cada pieza de juguete de Sarah Greenwood es deliberadamente puesta y usada para seguir consagrando la idea de plasticidad en este paraíso… quizás su similar más cercana pueda ser cuando Barry Sonenfeld en 1992 hacía sangrar a la taquilla con su carísima Juguetes que también se atrevía a presentar esta irrealidad y juego de rol en torno a los juguetes enfocados para una diversión mundana y pedorra y el uso del portento militar como sueño húmedo de adoctrinación de los Estados Unidos. Lo mejor también sucede cuando Gerwig se da tiempo de abstraerse de forma casi tan radical en Barbie: usando a la muñeca como un literal monolito cual 2001: Odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968) evidenciando su radicalismo dentro del mundo del juguete y lo que aspiraba la mujer de la época, o en expresiones dentro del musical por parte de los Kens sacada de la secuencia erótica de danza de Don Lockwood (Gene Kelly) y Kathe Selden (Debbie Reynolds) en Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, 1952) denotando el homo erotismo siempre asociado al personaje que no logra captar… y ese momento del encuentro entre creadora y muñeca, madre e hija en donde la escena transcurre en un fondo cegador y en donde la muñeca y su globo ocular termina cediendo a la intrascendencia humana del tiempo pero sí en la memoria y en el gozo sentimental mientras llora viendo viejos videos familiares.
Gran controversia ha causado Barbie en su paso a la gran pantalla: sea la representación satírica de los Kens para gente que no logra captar ni el discurso de toxicidad masculina y patriarcado de parte de un grupo minoritario que ha sufrido en este universo las mismas dinámicas de nula voz y voto que la mujer (lo cual… la verdad es bastante gracioso) o de que si Barbie en su mensaje cínico realmente representa algo de valor, lo cual, es bastante entendible.
Por supuesto que Barbie es un proyecto de una propiedad intelectual lejos de la idea más original posible y en donde tristemente los números de taquilla han dado la idea a los mandamáses de Mattel y Warner Bros el avance de un cancerígeno universo fílmico de juguetes o por lo menos es una idea que les resulta suculenta y que pueda que no pase más allá de las discusiones de producción como cuando Hasbro vio las mieles del paraíso con Michael Bay y su Transformers hace ya 16 años atrás. Este cinismo también podría aplicarse con el hecho de que en donde menos apunta la crítica de la película es en la discusión corporativa, dándole espacio de bufonería a Will Ferrel emulando un Jacques Tati o un o los banqueros de Mary Poppins (Robert Stevenson, 1964) la verdad sin gracia alguna, una fanfarronería bastante segura que además se presta a la bastardización de Gerwig y lo que pueda proponer en su relectura de Barbie al volver una escena de persecución un comercial de automóvil de esos que pasan antes de la película. Por supuesto que es raro y un tropiezo, pero me parece que en las oportunidades de trasladar productos o figuras con representaciones modernas, Barbie está lejos de Batalla Naval (Peter Berg, 2012) y la previa saga de Transformers y más a la par de Clue (Jonathan Lynn, 1985), o la dupla de películas de Lego e incluso Popeye (1980) de Robert Altman, en proyectos que se dan la oportunidad de explorar sus mundos, canalizando la plasticidad e irrealidad de forma artesanal y de cierta forma, plantearse qué puede significar la propiedad intelectual en esta post modernidad.
Pero vamos… es Barbie, no podría esperar menos controversia de la ya de por sí figura controversial que constituye a Barbie en toda vía de aproximación crítica que pueda tener: es hasta algo natural e instintivo pero que no deja de ser tan extraño, ver que la mayor discusión del año en torno al cine de verano, de los cambios de públicos y fenómenos sociales, estén presentes en la película que menos esperaría generar este tipo de discusiones apenas dos años atrás.