Cuando atina, Wakanda forever siente honesta y de una oferta temática rica y emocionante, cuando no… es una pena verla apretada en esta castrante idea capitular del estudio.
Era bastante obvio que una secuela de Black Panther (2018) pasaría en el futuro, sería estúpido pensar que no.
No sólamente se trata de una de las películas más taquilleras dentro de Estados Unidos sino que a nivel cultural Black Panther presentó una oportunidad experimental hacia una película de alto presupuesto contemplada a apuntar a la comunidad afroamericana, la cual de parte de Ryan Coogler también estuvo dispuesta a hacer cuestionamientos bastante complejos a comparación del abanico de ofertas de las películas de superheroes que suelen ofrecer, y para el estudio de Marvel eso representaba un objetivo que quizás nunca llegaron a contemplar: la validación crítica de sus películas presentadas más allá del condicionante capitular y desechable revestido de esta “oportunidad” hacia el afrofuturismo (amén de algunos cuantos curiosos que inspirados por el personaje terminarían indagando sobre el cine que se hace en África, quizás la mayor victoria no cantada de las secuelas causadas por Black Panther).
Estas producciones avanzan tan rápido que apenas con los primeros números de éxito de la película ya se anunciaban los planes de desarrollo para volver a encontrarnos con el Rey T’Challa (Chadwick Boseman) y el mundo de Wakanda… pero el mundo de estas noticias y avances tan repentinos, de cambios constantes en modalidades comerciales y de billetes invertidos tuvo su primer gran golpe con la realidad cuando su rey abandonaba nuestra realidad. La partida de Boseman no deja de ser impactante porque este sufrió solventó en silencio el cáncer que lo terminaría venciendo sin dejar de presentarse como un modelo optimista e inspirador dentro y fuera de la pantalla; bien podría ser una maquinación con una base entera en relaciones públicas y la imagen, pero ese misticismo es algo difícil de lograr, siquiera considerar.
Y si bien Boseman dejó este plano rozando la inmortalidad con su entrega… a Marvel poco le importa eso. Puede sonar como malsano lo que hacen avanzando con la producción de una película a la que se le sumarían muchos más contratiempos como la propia pandemia del COVID 19 que todos sufrimos y la terquedad de Letitia Wright de no vacunarse y negar la asistencia médica poniendo en pelígro a todo el equipo en un momento crítico (que de no haber fallecido Boseman esto le daría mucho más problemas por su alto índice de vulnerabilidad), pero también es que Ryan Coogler lejos de desanimarse pensó que su secuela del personaje podría emular la realidad y servir de ventana para una despedida no sólo para él, sino para aquel que llegara a emocionarse de ver a T’Challa en la pantalla grande.
Esa es la mayor fortaleza de Black Panther: Wakanda Forever, su compromiso en la barrera de lo metanarrativo siempre va en un tono solemne y con aspiraciones que uno francamente no puede dejar de admirar, incluso si a veces no son tan logradas. T’Challa no cae por un enemigo mortal de los cómics o por una complicación argumental extranormal, no… T’Challa es víctima de una enfermedad que lo despega de este mundo y lo que queda dentro de Wakanda Forever es un trazo dentro de las mujeres de su vida.
Pero la atención radica en aquella hermana de T’Challa de ingenio y sonrisa eterna que, ya no está.
Shuri (Letitia Wright) se plasma de manera totalmente diferente a la construcción de su personaje en las pasadas entregas. Si antes se veía como esta chica genio y homólogo de su nación a lo que podría ser Tony Stark (Robert Downey Jr.) en Wakanda Forever se sacude su conformismo e inocencia, en un planteamiento bastante interesante porque Shuri termina por abrazar lo que antes se nos había sugerido: un agnosticismo respecto a sus creencias y culturas por modular bajo los imperamientos del razonamiento y la ciencia. Era partícipe por causas estrechas a la sangre pero jamás su integración está razonada dentro una convicción de fe. Con la pérdida de su hermano detesta la idea del pasado y se encapsula en su falla de no poder salvarlo, se desprende de su madre y todo para evitar lo que por está escrito en reglas: volverse la regente de su pueblo.
El hecho de que Wakanda Forever postule a un personaje que incluso a niveles avanzados de la trama se presente con un negacionismo -medio irónico considerando la vida real pero bueno- no la hace ciertamente el personaje más afectivo que uno podría esperar, pero sí la vuelve interesante, sobre todo porque el crecimiento de Shuri termina avanzando no sólamente bajo sus duelos personales sino también con el legado de su hermano y por ende también la oportunidad de debate sobre si esta termina volviéndose un eslabón de condiciones socioculturales o tener voz y voto de individualidad, y funciona bastante porque Shuri es un personaje por el que pasan los dilemas de los personajes, viejos conocidos y nuevos.
Es tan atinado como Ramonda. Angela Bassett se come cada escena en donde aparece, mostrando un duelo que a diferencia de su hija no oculta y se plantea en la grandilocuencia otorgada por su rol matriarcal y de desesperación conforme avanza la película de ver cómo no tiene el control en sus manos. Es particularmente fascinante este desenvuelve de Ramonda a niveles que eclipsan su nación y le vuelven enemiga de las naciones desarrolladas a quienes rechaza o en el momento clave en donde Okoye (Danai Gurira) tiene un encuentro desafortunado en torno a la guerra que está a punto de explotar entre Wakanda y Talokan.
Porque sobra decir, que uno de los aciertos… si no es que el mayor acierto está en Namor (Tenoch Huerta). Las alteraciones al personaje de Namor en cuanto a su origen y etnia pueden resultar en que algunos terminen por desgarrarse las ropas clamando la falta de atención fidedigna, pero con honestidad lo vuelven una representación interesante sobre todo en el choque cultural de las dos naciones. Lo que termina siendo totalmente fidedigno es el espíritu del personaje. Namor en los cómics bien puede tener el título del primer antihéroe de la historia y aquí se traduce esta modalidad a través de Tenoch; su andar es presuntuoso y de un andar superior que en su primer interacción se muestra gustoso de adentrar a ciertos personajes a su cultura, pero poco a poco va razonando un repugne inmenso a la gente de la civilización terrenal y Namor termina siendo una bomba de tiempo que en medio de un inmenso berrinche no deja de establecer su fortaleza como un enemigo difícil de vencer.
Es en Namor en donde entendemos una extensión de los villanos que han aparecido en Black Panther: extremismos de razonamiento al odio que con su carisma parecen convencernos de que están en lo correcto y prevalentes de una tragedia que nubla su capacidad de juicio y por el que los protagonistas deben de hacer algo.
Wakanda Forever tiene en papel y en trazos fílmicos de Ryan Coogler el potencial de haber sido una de las mejores entregas de Marvel, y casi lo logra… lo que es bastante frustrante.
Por más que la sensibilidad de Coogler y su equipo entreguen un producto reflexivo y que se vea y sienta como película con una apuesta mucho mejor lograda en lo visual -obra de la fotografía cálida de Autumn Durald Arkapaw y el inmenso estudio sonoro de Ludwig Göransson en el score- ahora las garras del estudio se sienten más y de una forma bastante patética. Todas estas aspiraciones temáticas en sus personajes y sus dilemas morales ya de por sí generan un interés y producto que necesita ser explorado, pero la verdadera cara de Marvel sobresale, de aplastar estas intenciones para hacer de sus películas escalone para un conflicto final que nunca lo es. Riri Williams (Dominic Thorne) hace una aparición en una subtrama forzada y ocupa espacio, su segmento degenera incluso el diálogo que termina de carecer de una fortaleza dramática para pasar a una serie de chistes sin gracia, y cuando tienes a personajes como el de Nakia (Lupita Nyongo) omitido en la trama a tal grado de que su integración resulta sin gracia y sin alguna preocupación de parte de los involucrados es que se resiente más esto.
Y no es la única subtrama que necesita construir piezas para futuras entregas de forma no orgánica. Lo que ahora resulta un gozo de parte de esos recalcitrantes videos de Youtube en donde explican finales y posibles arcos argumentales se siente tan tedioso, porque refuerzan la idea de que las audiencias son incapaces de razonar lo producido sin tener un apoyo cómico o de enganche cual vendedor de piedra para fumar para generar una conversación ya no de la forma, sino de promesas… aquí la presa se ha roto porque estos segmentos y prioridades desconectadas del sentimentalismo original ocupan gran parte de una película que casi anda apostando por las casi 3 horas de duración.
Wakanda Forever puede ser disfrutable como todas estas cosas, pero creo que las prioridades consumistas de parte del ratón ya ni siquiera buscan esconderse y eso resulta bastante cansado en estas películas que año con año ocupan el conversatorio cada vez proponiendo cosas menos valientes.