Daniel Robitaille (Tony Todd) es una de las figuras más destacables dentro del género slasher, y eso es por la primera condición que sale de tu boca cuando lo ves: es un monstruo negro, uno que contrasta con la condición de ese tono de piel dentro del cine de horror que nunca antes había tenido un representante serio de esas condiciones, es decir, fuera de los estándares del blaxploitation. No sólo eso, porque Daniel se presenta como un hombre enigmático a la par de seductor, con una voz rasposa y penetrante, ataviado de un abrigo cómodo, que casi hace que pases desapercibido que está rodeado de abejas y que tiene un garfio por brazo derecho del cual siempre le cuelgan pedazos de carne con sangre. Daniel es Candyman, un espectro trágico cuyos elementos característicos como un buen fantasma son parte de su pasado: quien fuera un hombre negro de dinero e inteligente, despojado de su brazo artístico y bañado en miel para morir en medio de la ponzoña de insectos, a causa de un amor prohibido con una mujer blanca.
Candyman (1992) de Bernard Rose no sólo presenta esta concepción compleja en el monstruo, -porque Candyman abandona los espacios londinenses del cuento original de Clive Barker para asentarse en Chicago, y en donde la lucha de clases de la historia original ahora tiene un tinte más remarcado puesto que el monstruo prevalece en la historia y leyenda de la comunidad pobre de Cabrini-Green Homes– sino en su modalidad, porque para disgusto de muchos ensayistas modernos, Candyman es una historia que tiene todos los elementos de un token blanco en una historia que no le pertenece. Helen (Virginia Madsen) llega a Cabrini-Green con la esperanza de obtener algo a cambio de su miseria sin precisamente apoyar o buscar beneficio dentro de la comunidad, es una mujer blanca sin las condiciones que permiten entender a la gente que entrevista y estos en varias ocasiones se lo hacen destacar.
Poco importa porque en una especie de referencia hacia La momia (1932) de Karl Freund, Candyman ve a Helen como su amor perdido y mientras esta va perdiendo toda credibilidad, se arrastra hacia los brazos del hombre que parece entenderle. Hay un momento absolutamente definitivo dentro de Candyman hacia al final, porque el monstruo le relata sus planes, y a punto de hacer el amor con su amada, su condición grotesca le causa repudio a la mujer que en un inicio accedió a estar con él en la eternidad, y quien no puede darle un simple beso… Candyman entiende su posición a través del rechazo, y se ve reflejado como lo que es: de que ha matado a gente negra y se nutre de su sufrir porque es eternamente marginado, no sintiéndose lo suficientemente negro como para vivir en las condiciones de pobreza de donde prevalece ni tampoco siendo lo suficientemente agradable como para que la gente blanca lo haga pasar como una persona dentro de un estrato social elevado. Candyman seguirá en ese proceso eterno al parecer, un antecedente extrañamente profético de la defensa que O. J. Simpson usaría en el afamado “juicio del siglo”.
Es una película elegante y fenomenal que se presta a una lectura mucho más profunda que la de los monstruos de los noventas, y Candyman pasaría a ser una franquicia que terminaría por ser explotada en pocas ocasiones, con dos secuelas que involucran a un cada vez más desinteresado Tony Todd en el rol de su vida, y un plan fallido con miras a ponerlo a pelear contra el Leprechaun de la saga de películas del mismo nombre, porque claramente el indicado para enfrentar a una caricatura del folclore irlandés es una tragedia arraigada en lo real dentro de la sociedad norteamericana.
Y dentro del letargo, de pronto surgía la noticia de que Jordan Peele buscaba un remake/reboot de Candyman, todo parecía ir en terreno seguro. Peele se ha declarado en múltiples ocasiones fanático incondicional del filme original y de la importancia que tiene respecto a la representación que postula (las cuales se pueden ver a detalle en el documental de Xavier Burgin Horror Noire del 2019). Peele funge en esta nueva Candyman dentro de las funciones de productor y co-guionista, lo cual es imperativo de mencionar, porque en realidad la película cuenta con la dirección de Nia DaCosta, directora relativamente nueva con sólo una película previa Little Woods del 2018 pero con un palpable entendimiento del personaje… lo suficiente como para también formar parte del equipo escritor.
Esta nueva Candyman va en una función similar a lo que fue Halloween () de David Green, un reboot suave para nuevas audiencias que también funge de secuela directa, omitiendo anteriores entregas dentro del cánon de Candyman y de inmediato se presenta como una carta de renovación dentro del personaje que ofrece ideas muy atractivas. En Candyman del 2021, la figura de Daniel parece no existir, porque lo que persiste es su leyenda que ha superado generaciones y entornos. Bajo ese sentido el monstruo de Candyman adquiere este título de hombre del costal, que también sirve de primer acercamiento para generaciones de afroamericanos de constatar las tragedias de su relación de color, así… Candyman es eterno.
Conforme avanza la película también entendemos que el monstruo posee un atisbo de pertenencia en Cabrini Green, la cual ha cedido ante el control de la gentrificación. El espacio de pobreza extrema ahora es una mancha urbana de dos cuadras en medio de entornos de riqueza y que quieren omitir su fatalista e injusto pasado, pero tanto Cabrini Green como Candyman reciben una atención de parte de personajes ignorantes como Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen II), quien en un desesperado intento de obtener creatividad toma el referente de Candyman y al igual que Helen en el pasado, lo hace para un beneficio egoista del que consecuencias obviamente salen a relucir.
Jordan Peele, Nia Dacosta y Win Rosenfield -el otro colaborador habitual de Peele en textos- logran con gran éxito en establecer a Candyman en el momento actual, el cómo se termina asociando con los movimientos como Black Lives Matter lo reinvindican de su eterna asociación a la de un hombre materializado en este despegue de identidad racial, y durante gran parte de la película esto va funcionando de maravilla, porque además vemos una crítica ácida a los entornos de artistas modernos y sus posiciones de comodidad frente a lo que realizan… pero algo pasa.
Candyman es una experiencia muy frustrante, porque las promesas conceptuales que DaCosta va presentando son de un calibre de alto potencial que nunca llegan a desarrollarse de manera óptima, y extrañamente es porque la película decide acortar su duración. De tal forma que tristemente omite subtramas como la de Brianna Cartwright (Teyonah Parris) -irónicamente pasamos de un token blanco a una especie de mujer con dolencias basadas en el trauma que nunca se entienden y sólo están ahí para generar un conflicto con Anthony, un personaje igual de inservible femenino… quizás peor- o decide poner a actuar a Candyman con una carnicería fuera de un aura argumental, casi como una especie de escena adicional que decidieron poner ante el temor de represalias, y aparecen de pronto revelaciones sin cuajar que por la falta de tiempo se vuelven extremadamente confusas. De ahí que de pronto sea cierto la infamia de que Candyman termine adquiriendo una evocación antiheroíca que se siente forzada no por lo que podría representar -es algo que se nos advierte casi desde su primera aparición- sino que por su falta de desarrollo se siente fuera de contexto.
Encima de eso Candyman inicia con la violencia a todo volumen y de forma bastante creativa, para proseguir en un tono reservado en extremo e imperceptible que al final, ni termina de surtir efecto dentro de las concepciones del horror y se sienten baratas, casi como si DaCosta fuese incapaz de revelar una secuencia creativa en este actuar… y eso es lo más triste.
Candyman posee los elementos necesarios para que funcione como reevaluación del mítico personaje, sin embargo por cómo está el corte de cines, esto no funciona, y mientras uno lo sigue pensando peor se vuelve el asunto porque Candyman termina adquiriendo una tibieza de la que no puede salvarse, un producto que está contemplado a priori de mercados y concepciones políticas sin poner en una balanza el entendimiento de un filme de horror, omite lo que es… irónicamente obteniendo la misma revelación del Candyman original: no sabe cuál es su posición en este mundo.
Quizás en un futuro DaCosta pueda tener un corte final satisfactorio, quizás no. El tiempo lo dirá.
https://www.youtube.com/watch?v=DFa8Cj3UpI4