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sábado, abril 19, 2025

CRÍTICA: CREED III (2023).

A pesar de unos tropiezos comunes tratándose de un debut en la silla de director, La nueva entrega de Adonis es independiente de su mentor, con un drama sobre masculinidad y presentado con el dinamismo del anime en toda su gloria.

La última vez que las audiencias tuvieron de frente al personaje de Adonis Creed (Michael B. Jordan) en la pantalla grande, este seguía enfrentando una dinámica interpuesta por herencia directa del pasado de su mentor, Rocky Balboa (Sylvester Stallone). Combatir al hijo del sujeto que acabó con la vida de su padre sonaba a tener un potencial dramático efectivo, pero la realidad es que Creed II bajo la dirección de Steven Caple Jr. se sentía rígida, a comparación de lo que Ryan Coogler había entregado en la primera entrega de este personaje.

Este atropello de Caple Jr. fue en gran parte y consecuencia de las decisiones de Stallone. No sólo aparecía como el personaje, sino que también era el principal guionista del proyecto y pues Creed II se sentía como una extensión del tono patriótico y con fobia a los rojos de su Rocky IV de 1984. Detrás de cámaras las cosas no fueron igual de fáciles porque Stallone envalentonado con la nominación al premio de la Academia a mejor actor de reparto pensó que esta franquicia ofrecía un segundo respiro a un personaje al que honestamente para ese punto ya se le habían ofrecido 4 epílogos… pero Rocky es Rocky: es la cara e identidad de la franquicia después de todo.

Existen una serie de problemas de lavadero entre Stallone e Irvin Winkler sobre el rumbo del personaje bastante complejo -y hasta antisemita de parte de Sly– pero básicamente lo que intentó hacer fue un secuestro del personaje esperando obtener la dirección y guionismo de las posteriores Creed sin llegar a considerar de que existía la más remota posibilidad de simplemente descartarlo y proseguir una franquicia de la que ya no dependía su participación.

Y esto ocurre con Michael B. Jordan, el propio Adonis Creed tomando las riendas directorales de su personaje… justo como lo hiciera Stallone pasada la primera entrega de Rocky dirigida por John G. Avildsen y el cual fue un consultor de guiones y director bastante solicitado durante la época de los setentas, así que para más de una persona molesta, la realidad es que B. Jordan tiene las mismas oportunidades que Stallone en su etapa de gloria.

Y precisamente esta inyección del protagonista/director ofrece ideas bastante atractivas dentro de la nueva Creed… con todo y sus tropiezos.

Lo primero y más notorio, es que B. Jordan adopta el lenguaje del ánime en su película. Esto podría sonar descabellado, pero si uno reflexiona el alcance e influencia de Rocky como saga en general, podrá encontrar que varios de los protos narrativos dentro del género del shonen tienen hermandad con los esfuerzos del boxeador italiano; del cómo este tiene que aprender la dinámica de su rival, tiene una secuencia de montaje de entrenamiento para básicamente adquirir un nuevo poder y en donde sus enemigos pueden volverse sus mejores aliados. Tengo una ligera sospecha de que la más influyente dentro de este terreno es Rocky III que se presentaba a los críticos de su momento como una “ofensa a la complejidad emocional de la primera entrega cuyos personajes parecían salidos de una caricatura”… y pues no mienten. Stallone abandonaba esas pretensiones dramáticas para enfocarse en una película emocional y postulada al servicio de un expresionismo homoerótico dinámico entre Rocky y Apollo no precisamente intencionado porque estaba atendiendo al espectáculo de gladiadores más que otra cosa.

Y es en entonces cuando uno tiene a la mente a Rocky y Apollo, derrotando al gran villano con la mente del anterior campeón y el cuerpo del italiano, pidiendo como único tributo la idea de combatir uno con el otro en el tercer enfrentamiento de titanes que sólo sirve para su propio beneficio y reforzamiento de amistad, que uno no puede dejar de pensar en las mismas relaciones físico afectivas de leyendas como Goku y Vegeta, o Naruto y Saske o Guy o pasando al espectro del videojuego con personajes como Ryu y Ken de Street Fighter. Rocky puede que no haya sido el pionero de esta dinámica, considerando que el manga ya tenía antecedentes del deporte en Ashita no Joe y Attack No. 1 -siendo este importante tratándose de un manga de deportes femenino con mujeres rompiendo las pretensiones de rol que le demandan no buscar sus sueños de ser exitosas haciendo lo que les apasiona- pero indudablemente fue una señal de que los protos habían llegado a otros esquemas narrativos fuera del oriente, de una pretensión universal.

Michael B. Jordan también es que proviene de una generación en donde el señalamiento del nerd o -en este caso- el otaku ya es algo que no carga con un estigma de rechazo social, y al trasladar el lenguaje del ánime y manga en su película, ofrece momentos bastante hilarantes que rechazan la categorización de encuentros planteados en la verosimilitud y más, aproximados a un neo expresionismo puro, y funciona. Adonis leyendo el lenguaje corporal de su enemigo para proseguir con su juego de ajedrez mental, la llegada al ring de los combatientes como presentación extravagante que nos dice sobre su personalidad más que el guión, los combates de parte de los ojos agudos entre pugilistas en close ups extremos, el posicionamiento de los personajes en extremos opuestos sin llegar a interactuar uno al otro pero dando un efecto sacado de la portada de un tomo de papel, los movimientos especiales capturados en lujo de detalle con cámara lenta y el dolor del afectado además de la sorpresa de los que presencian el duelo que tiene mucho mayor efecto tratándose de seres queridos… todo esto llega a su máxima expresión en el combate final en donde B. Jordan decide de manera sabia no intentar repetir ni la magia del plano secuencia que Coogler presentó en la primera película ni el mecanismo de antaño que Caple Jr presentó posteriormente.

No, aquí de pronto Adonis y Dame (Jonathan Majors) se enfrentan uno al otro, y la audiencia desaparece, las luces adquieren tonos chillones, el ring muta pasando a escenarios dentro de su propio drama, y por más ridículo que parezca conecta a la perfección.

Este servicio del lenguaje audiovisual del shonen también funciona para presentar la dinámica entre los dos enemigos y en donde resulta el otro atractivo de Creed III. La historia de Adonis y Dame es la de una tragedia postulada en las condiciones de pobreza y oportunidad dentro de la comunidad afroamericana, de la injusticia del sistema educativo y carcelario y que además presenta una subversión bastante interesante sobre lo que Rocky nos había siempre vendido como la historia del perdedor sin gracia para todo el mundo tratando de demostrarle al mundo su valía. Bajo esta postulación, Dame tiene todo el derecho de ser Rocky y Adonis no se da cuenta de que acaba en los mismos pasos de su padre: en lo presuntuoso, en buscar más allá del valor del deportista y su individualidad, la gracia bajo los efectos del dinero y las relaciones públicas, de volver un espectáculo lo que en efecto debería de ser una historia de sanación personal.

La toxicidad masculina siempre ha estado presente en Rocky y sus entregas y esta no es la excepción, con hombres incapaces de mantener un díalogo de respeto, del perdón y del amor sin entrar a la pasión de los coscorrones por todo el cuerpo y suele tener sus momentos más ridículos en esta película -como la subtrama que propone un camino más allá de la violencia y en donde las voces femeninas siguen para reafianzar las decisiones de ego y músculo- pero también es que Creed III presenta un momento de sanación entre los dos hombres con reverencia a estas segundas oportunidades, algo que de parte de Michael B. Jordan y Jonathan Majors surge con una delicadeza y gran química a través de sus conversaciones intimistas, impulsado a la décima potencia por la habitual expresión de Majors y sus imponentes ojos que constantemente están a punto de quebrarse revelando su fachada original.

Desgraciadamente B. Jordan desatiende muchas otras cosas en su debut. La relación del pasado de Adonis y Dame que se va mostrando en pequeños flashbacks termina siendo reiterativo y no da espacio de intuición de la propia audiencia, y el tercer acto ocurrido en el tradicional entrenamiento antes del combate final surge tras un tropezón bastante severo de dramatismo inyectado de forma express e inconsecuente en donde Jordan no decide inyectar ese neoexpresionismo a personajes tan importantes como Blanca y Mary Anne interpretados respectivamente por Tessa Thompson y Phylicia Rashad. Eso sin llegar a mencionar de un gran pecado de parte de Joseph Shirley quien suple a Ludwig Goransson y ofrece un score derivativo de su sonido abrupto y experimental sin repetir los modelos del leit motiv que ya se habían construído en las anteriores películas por su parte y por la de Bill Conti, y que cuando aparecen por segundos son sólo para llenar un marcador de elementos obligatorios.

Creed III es una película irregular, porque a pesar de romper moldes en su presentación visual de reforzamiento dramático que extiende los pensamientos de los personajes en formas extravagantes y una relación de amor y odio entre enemigos satisfactoria, los demás elementos son residuos en automático y genéricos tan cercanos a lo que siempre nos parecen contar las películas de deportes… pero es que sus momentos de lucidez son por demás notorios, que resulta bastante entretenida y una clara muestra de la capacidad de B. Jordan quien de tener otra oportunidad, puede que sorprenda a más de uno.

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