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lunes, enero 20, 2025

CRÍTICA: DEADPOOL Y WOLVERINE (2024)

La tercera entrega de Deadpool sigue siendo lo mismo: HUMOR VULGAR Y VIOLENTO a ratos entretenido que disfraza LO QUE EN REALIDAD ES CINISMO CORPORATIVO.

Debo advertir que no soy el más grande fanático de Deadpool como personaje. No lo encuentro fascinante en el mundo del cómic: su diseño es un remedo de la escuela extrema de los noventas que Marvel Comics manejaba como pan caliente y proveniente de Rob Liefeld, uno de los peores dibujantes profesionales de la historia del medio y que calca a Deathstroke de la otrora compañía norteamericana. Tampoco es que sus historias terminen por amarrar de forma satisfactoria, siempre con la efusividad de una promesa que jamás llega… y en donde su uso de la cuarta pared termina siendo su único valor. No es que esté en contra de esa formalidad narrativa porque hay cómics que encuentro graciosos o interesantes bajo esas aproximaciones como lo han sido Frankenstein de Dick Briefer o Herbie Popnecker de Richard E. Hughes (los primeros en usar ese entendimiento del mundo en donde existen si no es que contamos a El pequeño Nemo de Windsor McCay), la exploración mucho más densa que habla de diálogo directo entre el lector y autor como en Animal Man de Grant Morrison y Cerebus de David Sim, e incluso Marvel ha aplicado esa dinámica con mejores resultados en personajes como Howard el Pato de Steve Gerber y She Hulk de John Byrne… siendo este el antecedente más exitoso de la empresa mucho antes de la existencia del mercenario bocón y que se ganó de forma bastante irónica el odio de sus fanáticos por considerarla una burda imitación.

Pero Deadpool terminó siendo el elemento más popular en aplicar estos términos paródicos dentro del cómic y el que saltaría a la popularidad compartida con otros personajes de la casa de las ideas como los X-Men o Spiderman, quizás más por el aspecto juvenil e irreverente que siempre presenta; Deadpool es al final una figura con tono completamente edgy, de rebeldía tonta y simplona, al final no importa si sus historias amarran de manera efectiva porque su valor está en la impresión.

Y eso es algo que comparte dentro del mundo cinematográfico… quizás en peor medida.

Si algo hay que señalar de que Deadpool exista en la pantalla grande, es que fue un esfuerzo para los fanáticos que creían en su potencial cuando 20th Century Fox no sabía qué hacer con él. Obteniendo los derechos de regreso por parte de un estudio que no supo cómo adaptarlos y por default dentro del catálogo de los hijos del átomo que habían obtenido, Deadpool termina filmándose con bajo presupuesto para que no represente un fallo catastrófico de un estudio que está explorando cómo exprimir de más a los personajes que tiene prestados por parte de Marvel y que termina generando un fenómeno de taquilla inusual para su momento, porque las películas de superhéroes no eran vendidas a mercados adultos por temor a la falta de ingreso seguro en una producción para toda la familia.

Deadpool 1 y 2 terminan siendo de los últimos éxitos de Fox antes de su asimilación por parte de Disney era un hecho de que se intentaría llevar al personaje por las filas dentro de su universo construído, sería más que estúpido no intentarlo, y con una apuesta más grande de presupuesto -la tercera entrega termina costando el total de las primeras dos juntas y todavía alcanza presupuesto para volver a filmar la primera- Deadpool y Wolverine se presentan sin tapujos a la idea de pertenecer a el universo de Marvel… pero con un mismo camino de tropiezos que las otras dos han presentado y que francamente se vuelve en este punto tedioso.

¿Puede Deadpool y Wolverine ser divertida? Claro que puede serlo. Si en algo presta atención Shawn Levy es a la construcción de las secuencias de acción, emulando constantemente otras batallas referenciales del cine, en específico dentro del cine coreano. No es sorpresa ver a Oldboy (Park Chan-Wook, 2003) y a Yo vi el diablo (Kim Ji-Woon, 2010) idealizadas en sus coreografías y como ejercicios de planos secuencia elaborados y en donde la carga de violencia de parte de los dos involucrados, no baja… así como un latente homoerotismo bastante consciente entre los dos: de cómo una batalla dentro de un Honda Civic es una preparación de coito adolescente con insinuaciones y penetraciones fálicas entre los dos es algo que si de plano no quiere verse, es porque uno está ciego.

Es de hecho la entrega y dedicación de Hugh Jackman algo bastante admirable. Se ve cansado de tener que regresar al mismo papel que por lo menos en 3 ocasiones se ha prestado a darle despedida para buscar otras propuestas y esta vez lo hace aprovechando el burdo recurso de los multiversos como un Wolverine proveniente de otra dimensión, un recurso que más que darle valor, le resta el sacrificio y arco de su anterior entrega porque básicamente lo que se presenta aquí en esta idea es que no hay consecuencias ni tampoco tendríamos por qué sentir riesgo de los personajes si sabemos que estos pueden volver a través de supuesas revisiones… pero la dedicación y profesionalismo de Jackman se ponen de frente. Sea en su dedicación corporal en donde ya maneja con gran naturalidad la feralidad de Wolverine totalmente encorvado y jorobado en batalla, a veces usando las cuatro extremidades para correr, o tratando de agregar un valor heroíco trágico lo más que puede.

Porque si bien Jackman intenta apuntar a un clásico arco redentivo, lo cierto es que Deadpool y Wolverine no tiene mucho interés en construir esta narrativa, ni otras. La historia es bastante burda porque Shawn Levy y su equipo de 5 escritores están embelesados con las aspiraciones dentro de un humor bastante excesivo y que regresa a los mismos temas de otras dos entregas. Es más probable un ejercicio de egolatría de parte de Ryan Reynolds, pero pasar tres películas con chistes de penetración anal, burlándose de la carrera de Ryan Reynolds, obligando a Hugh Jackman a ser partícipe directo en esta saga, deja en evidencia el total vacío que tiene como escritor y en donde uno se pregunta cuántas veces vamos a escuchar el mismo chiste una y otra vez. Deadpool y Wolverine fácilmente podría intercambiar el nombre con las otras dos y encontraría los mismos defectos: un humor reiterativo, con una que otra secuencia memorable, y que a pesar de tratar de elevarse sobre la media dándose el lujo de ser la película que apunta a los defectos del género de superhéroes, no es ni tan ácida o inteligente y transgresora como piensa que es, pero es también de esperarse cuando Shawn Levy, que anteriormente era conocido por hacer una película “meta” con Ryan Reynolds ofrece visiones insípidas, prestadas al chiste del momento y películas en extremo desechables, delicia para los estudios que buscan efusividad dentro de las primeras semanas de estreno para posterior pasar al siguiente momento efervescente… en ese sentido Shawn Levy, quien no tiene propuesta arriesgada y está al servicio corporativo es la imagen perfecta de lo que es ser director de blockbuster en pleno 2024.

Pero quizás el punto más reflexivo ocurre en Deadpool y Wolverine, porque hay algo bastante turbio en cómo la película retrata el uso de las propiedades intelectuales que el estudio compró; en parte la gente se emocionará por ver cameos de personajes olvidados y tomados como parte de universos fallidos, que no se detendrán a contemplar como parte del proceso histórico de un género para que llegara a este punto, y en donde las ramificaciones de la compra de Disney a Fox no se esconden: mandaron un estudio a la mierda, con sus propiedades, librería inmensa de clásicos y películas valiosas a una bóveda de reclusión en donde no admiten la restauración y acceso público, todo a beneficio de apenas 4 franquicias de superhéroes las cuales también detestan, reposan en un cementerio olvidado y en donde el esfuerzo de traer sólo dos, a Deadpool y a Wolverine a un universo en donde prevalezca el rehuso de los personajes más reedituables, lejos de sentirse como un chiste, es la aceptación de un cinismo corporativo, de cómo Disney preferirá anti arte y complejidades de derechos de autor enclaustrando obras, dándose la oportunidad de que Ryan Reynolds de vez en cuando se tire un pedo falso a la empresa burlándose de lo que supuestamente son capaces, sin un valor de autocrítica.

Pero hey, grandes cameos.

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