La tercera película dentro de la sorprendente carrera de Robert Eggers habla sobre los vikingos de tal forma que amolda los clichés del tema, dando espacio a ponderar sobre los inacabables ciclos de violencia ejercidos a través de la mitificación de los individuos. El resultado es un viaje de sangre, violencia, y una de las mejores películas de lo que va del año.
El término de la nueva oleada del horror u horror elevado es algo que se lleva cocinando desde principios de los dos mil pero que con la posterior década fue que tuvo una mayor conexión entre audiencias y productoras las cuales incluso deben su existencia y popularidad a este tipo de proyectos. Dentro de la nueva camada de realizadores existen dos nombres populares que parecen liderarla: Jordan Peele y Robert Eggers.
Peele haría lo inaudito, proponiendo cine de horror afroamericano lejos de las vinculaciones explotativas de bajo presupuesto y de primer nivel demostrando la fertilidad de taquilla bajo personas de color que acuden a ver sus películas las cuales tienen un contenido crítico sobre las problemáticas raciales dentro de la cultura norteamericana.
Eggers también aportaría su granito de arena del horror bajo sus propios intereses.
Sus dos películas –La bruja (2015) y El faro (2019)- serían intentos de rescatar al subgénero ya casi olvidado del horror folclórico con un rigor histórico de primera y dentro de las convenciones del slow cinema que terminaron ganando nuevos adeptos, quienes las tienen entre sus películas del género favoritas y ciertamente también demostrando una complejidad que formó partida sin querer de este eterno y casi rancio menester de la separación de un horror elevado -absurdamente mal títulado como horror psicológico- en donde fungen como abanderadas.
Cuál será entonces la sorpresa de los menos incautos al saber que Robert Eggers regresa a filmar pero ahora alejado dentro de las convenciones del género que tanto lo han dado a conocer. No sólamente es la primera vez en donde se aproxima a un género desconocido para él, también es un proyecto del que terminó asociado -en un intento de filmar de más de 10 años para Alexander Skargard– y sobre todo, es un su primera película de estudio.
De hecho el mayor énfasis que crítica especializada y audiencias tienen en estos momentos, es ver si el Eggers sobrevive al atropello y usual voz ponderante de un estudio más preocupado por los intereses comerciales que sobre la calidad del resultado final expreso en las pantallas de cine, todo gracias a una reciente entrevista en donde incluso el director se mostraba un tanto derrotado frente a ejecutivos que le ponía más atención a la voz de un miembro de la audiencia quien se burló del material tachándolo de complicado e imposible de seguir si no se tenía una especialidad y conocimiento del tema. Lo cual es bastante exagerado y estúpido, pero algo normal considerando que este tipo de acciones de parte de los estudios jamás dejan algún buen resultado (vamos, si hasta La sirenita (Clements y Musker, 1989) y Blade Runner (Ridley Scott, 1982) han sido expuestas a audiencias prueba las cuales se quejaron de elementos ahora ya icónicos).
Bueno, hoy me complace anunciar que Eggers es un poco duro consigo mismo: El hombre del norte es otro potente material dentro de su carrera fílmica sobresaliente, una película no menos inteligente que realza los elementos que tanto le atraen como realizador que, en manos de otra persona resultaría en aproximaciones más que fallidas o incluso no sucitadas por temor a las represalias críticas que pudiese tener.
Lo primero que sale a relucir en este filme de vikingos es la intención de postularse bajo los lineamientos narrativos clásicos; después de todo El hombre del norte es una especie de adaptación de La tragedia de Hamlet de William Shakespeare, pero mirando desde su vorágine al relato original e histórico que inspiraría al propio Bardo. De ahí que Amleth se mueva por terrenos convencionales para cualquiera que haya consumido ficción en… basicamente el origen de esta.
Por ende, si la adherencia a Shakespeare resuena, también se perciben tintes de inspiración como de las épicas Wagnerianas e incluso, de obras que puedan causar cierto repele frente a audiencias modernas como Excalibur (1981) de John Boorman y Conan el Bárbaro (1982) de John Milius (de esta última sólo hace falta comparar los prólogos de parte de un narrador místico antes de los títulos y la enseñanza del padre sobre su retoño antes de perder la cabeza entre las dos películas a la que también hereda este tono nihilista que fuera clave dentro de la obra literaria de Robert E. Howard).
Pero Eggers y Sjòn -dramaturgo y co-guionista del filme- hacen algo bastante novedoso e inteligente, porque su ‘Amleth a pesar de contar con las credenciales de un héroe trágico, se perfila bajo la senda de un antihéroe; un violento monstruo de perfección física construído desde la niñez bajo los dictámenes de creencias que lo hacen sentir digno y merecedor de su sed de sangre frente a un mundo que él mismo descarna, generando esta dualidad frente a su motivación y esfuerzo en relación a sus acciones y de sus similes en donde la cámara constántemente está registrando lo iracundo e injusto de aquellos que no tienen la dicha de ser titulares o fuertes, a veces hasta en aristas demasiado grotescas.
Esto es algo casi difícil de realizar en una película moderna. Considerando que el cine moderno se ha plasmado como uno de representación hacia las audiencias y sus posiciones políticas y sociales del ahora a pesar de los traslados de tiempo de lo que consumen, el ver una película que retrate la crudeza del momento sin buscar precisamente una separación de lo correcto e incorrecto o proseguir con un viaje de redención de parte del protagonista bien pudiese ser tachado como una apología a ideologías extremistas… pero El hombre del norte es constántemente crítico de este estilo de vida de forma bastante sutil. Es decir, no tiene la necesidad de detenerse a explicarle a la audiencia las problemáticas presentes y que evidencia como trasfondo, porque confía enteramente en la inteligencia de la audiencia como para poder discernir esto y también seguir el trayecto del desterrado.
Dentro de estas sutilezas se encuentra la posición femenina del relato, uno que siempre está en este debate del imperante sistema -literal- falocentrista de parte de los protagonistas dejando a estos dentro de un extremo casi apagado y ofuscado pero que retumba constantemente de su poder frente a los hombre, quienes tienen constante temor de sus poderes y alcances y que las posiciona, con ambivalencia como mujeres que con sus acciones, realmente buscan sobrevivir a cualquier situación que lleguen a enfrentar.
En donde no muestra sutileza pero también ahonda en esta ambiguedad, es en el tratamiento mitológico del relato. Primeramente El hombre del norte alude de que los encuentros con los divinos y las transmutaciones de intervención ante la magia son una relación psicotrópica que el hombre tuvo y ha tenido, que encima de ayudarle en diversas campañas, lo muestran dependiente de esta percepción alterada de la realidad.
El otrora fascinante resultado, es el registro de un hombre que en su patetismo de incentivar su existencia bajo una leyenda, termina justificando sus actuares y lo que le rodea bajo una historia divina y de epopeya que él mismo construye, esperando así que esta pueda llegar a oídos ajenos para deleitar y recibir la gloria no sólamente dentro del valhalla sino de la voz en voz como parte de los registros de los héroes y dioses con los que creció. Es de hecho este absurdo, uno de los puntos más trágicos del propio personaje porque su sistema de creencias y básicamente su razón de existir son cuestionados y puestos en relación a una idealización avejentada frente a otras creencias y advertencias de invasiones dogmáticas en donde el régimen de violencia ya no le da espacio a proseguir.
Es un relato complejo… y aún con todo eso, El hombre del norte se da espacio en sus casi 3 horas de duración, de complacer dentro de los terrenos populares. Las escenas de acción son viscerales y de una furia indomable en donde la mayoría del tiempo vemos planos secuencia y en donde la sangre se reparte entre órganos saliendo a volar del registro de la cámara, es de hecho bastante atinada en un humor a veces representado en esta entrega devota de una evocación de violencia, y la exigencia de trasladarnos a un mundo casi desconocido por el registro fílmico tanto en diseño de producción y fotográfico, nos deja entrever actividades y tradiciones que no hacen otra cosa más que la de darle un tinte verosimil al mundo disperso frente a nuestros ojos.
El hombre del norte es una belleza. Es cine de acción de gran escala y de un compromiso para intentar postular elementos retadores dentro de sus personajes y trama, que bien parecerían ser algo sacado del cine setentero y que, de forma irónica, representando a un protagonista fijo en las viejas costumbres frente al nuevo mundo, también sufre esto en taquilla.
Entre la idea de ver una aberrante tercera parte de una franquicia que nadie quiere hacer o el puente de un universo cinemática por demás banal y comercial, las audiencias deberían de darle la oportunidad a la historia de la montaña explosiva destroza humanos que es El hombre del norte… pero quizás esas aspiraciones quedan igual, dentro de los libros de historia de la proeza que es, pero que no le tocó ser en su momento.