Tomando como excusa uno de los relatos más esenciales de Stephen King, Oz Perkins decide reflexionar sobre el trauma de perder a quien amas de una forma tan retorcida en su humor, que se vuelve una de las adaptaciones del rey del horror más interesantes de los últimos años.
Uno podría pensar que un cuento sobre un mono de juguete no resultaría tan importante dentro de la obra de Stephen King, pero sería un error pensar eso. Publicado a principios de los ochentas en una revista pornográfica de poca monta, El mono terminaría engalanando la portada de casi todas las ediciones de Skeleton Crew del año 1985, y eso es notorio si se toma en cuenta que la colección de trabajos cortos de King en ese recopilatorio es por demás envidiable y aterrador (porque en efecto, el mejor Stephen King es el de los relatos cortos). Pero hay algo enigmático en ese mono que además de volverse un ícono dentro de la bibliografía del autor, posee elementos esenciales en su percepción del horror, porque el epónimo mono del relato, nunca queda explicitamente definido su capacidad maligna hasta el final, siendo más bien un perplejo enigma sobre si las implicaciones macabras de controlar la muerte de aquellos que rodean a Hal Shelburn son causadas por un juguete, o si simplemente la realidad es que la muerte nos rodea, y al tratar de extender un razonamiento de por qué ocurren las cosas, la idea de que esta simplemente sea cruel e inherente pesa más, que la idea de que podamos adjudicarle un culpable a través de algo incongruente y aterrador, pero al final de cuentas visible, palpable… que podamos asignar.
El mono funciona como el mejor King porque el relato a pesar de las implicaciones ridículas se toma en serio, y a partir de ahí las constantes del trauma abusivo de padre/hijo y las evocaciones de tono poéticas en sus reflexiones hacen que sea atrapante, lo cual también representa un enigma siendo que, al tratarse de uno de los relatos clave y populares de King, nunca había llegado a adaptarse a la pantalla grande. A la hora de indagar, la realidad es que intentos hubo, y de parte de quizás el mejor especialista de King que haya existido, puesto que Frank Darabont justo se encontraba bajo la supervisión de llevar La niebla (2007) a la pantalla grande y en entrevistas, mencionaba que había comprado los derechos de otros dos relatos que les veía potencial adaptar: La larga marcha, aquella distópica novela que hizo bajo el pseudónimo de Richard Bachman en 1978, y pues… El mono.
De los dos mencionados Darabont se encontraba más emocionado por La larga marcha y describe que el guión de El mono todavía se encontraba en gestación, el cual probablemente sí es que se haya llegado a escribir, pero con Darabont en un aparente retiro informal este deja su texto a revisión de aquellos quienes terminen con los derechos de la adaptación en un futuro y así, es como llega a manos de Ozgood Perkins. Perkins quien resulta de un éxito efervescente -y también de esquema de trabajo bastante efectivo considerando los tiempos- tras haber estrenado Longlegs el año pasado acepta dirigir El mono porque el éxito de la película previa le permite finalmente lo soñado: volverse carta de baraja para una adaptación de King en el terreno del reconocimiento popular.
Lo curioso, es que Oz bien podría repetir un patrón de seriedad y atmósfera que su previa película registró como efectiva, pero al acercarse a El mono hace algo diametralmente opuesto.
Esta decisión, es precisamente la que o rompe o consagra El mono entre las audiencias, porque Perkins lejos de aproximarse con reverencia y tomando el ejemplo solemne de Darabont, piensa en El mono como una obra dispuesta al ridículo; en donde las muertes adquieren un planteamiento y estructura similar a la propuesta por la saga de Destino Final pero también ensalzada de un vertiginoso humor sacado de los Looney Tunes: las cabezas explotan, hay incendios de rostros, desmembrados, y cada vez la vorágine violenta se acrecenta a veces en tonos tan exagerados, que no puede dejar uno de ver algo encantador en este proceso adaptativo de King. Casi nadie quiere aproximarse al amo del horror con un tono irreverente y a veces reflexivo sobre si lo que propone convence bajo los poderes literarios de seducción hacia el horror, o si King realmente nos está tomando el pelo con lo que propone, algo mucho más conciso con la propia vida de King quien para la etapa de haber escrito El mono se encuentra en una codependencia cocainómana que claro, termina dando éxitos literarios, pero que ni él mismo logra recordar haber escrito.
Quizás el mayor referente de King tratando de evadir una conciencia popular del “amo del terror” que los números uno del New York Times pueda darle como título es que incluso a la hora de adaptar o acercarse a la posición fílmica, este ni siquiera se toma en serio al hacer Maximum Overdrive (1986): una irreverente película apocalíptica en donde los aparatos eléctricos se voltean a los humanos aderezada de un repertorio musical de AC/DC. Entonces, es hasta refrescante ver que alguien se posiciona en el material de King con la intención de entremezclar horror y comedia… y en cierta medida también logrando proponer los temas del relato que Perkins encuentra como paralelos en su propia filmografía. Entender la posición del trauma por parte del realizador y sobre lo que ha sufrido abre mucho el entendimiento no sólo de El mono sino de toda su filmografía: la inherente percepción autoral apostada en los temas que le incomodan o que quiere expíar a manera de realizador y aquí, son evidenciados de una forma inescapable a una lectura alterna, porque Perkins en sus personajes encuentra un tratado de entender la cruenta realidad de perder gente igual que en el relato, pero lejos de profundizarlo quiere ir por una vía del humor… quizás esto no repercuta en una madurez ni para sus personajes ni para una persona común, pero es algo que a más de uno le ha de pasar por la cabeza justo cuando afronta el sentimiento de la pérdida.
Así, El mono entre su gore, su comedia y su conciencia del ridículo, logra postular algo hasta cierto punto enternecedor en esa aproximación. Claro que al final de cuentas es Oz Perkins, un realizador que realmente promete y propone, pero que por alguna u otra razón sus películas nunca llegan a cuajar del todo. Aquí el principal delator a pesar de que en el texto lo haya presentado como magnificencia, es el humor, puesto que no siempre logra un tino; se agradece en esta construcción compleja de la trampa que se desenvuelve pensándola mucho en un heredero del screwball que no había pasado desde Un ratoncito duro de cazar (1997) de Gore Verbinski, pero cojea mucho en la aproximación honesta de sus personajes tratados precisamente como eso, personajes y no constructos temáticos.
La incapacidad de interpretarlos quizás con un poco más de conciencia de horror termina haciéndolos desposables y en donde los intentos de construcción sentimental entre estos quedan muy superflua, o en el peor de los casos atropellados por momentos de humor poco servicial y que puede que a más de uno logre volver exasperante la propuesta de Perkins y esto incluye la dirección de sus actores. Theo James no logra efectuar una diferencia creíble en su doble papel como gemelos, porque más allá de su tono de voz la construcción corporal no sobresale -pienso mucho en los gemelos como los que Cronenberg propone en Dead Ringers () con su diferencia hasta en el andar que nadie más ha logrado superar- y esto también afecta a Colin O’Brien como Petey, que está para establecer el lazo emocional pero sólo hace acto de presencia, nunca hay algo genuinamente efectivo.
Quizás la que mejor entiende lo que se trata de proponer, es Tatiana Maslany como la madre de los gemelos, quien también al tener un quiebre emocional por la pérdida de su marido, no es precisamente la voz de la razón en las enseñanzas que da a sus hijos, a veces dando discursos macabros de cómo aceptar la porquería de vida que llega a tocarnos, pero que entre esos delices de cordura, se evidencia una madre que realmente se esfuerza en su labor.
En un clásico esfuerzo de Perkins, también es algo digno de rescatar la libertad que ha tenido de hacer lo que quiera en el terreno del horror y en ese aspecto, hasta la propia falla de sus películas no deja de ser algo admirable: aquí las intenciones del estudio o censura no existe, y Perkins a la par de ser alguien que todavía se encuentra en la construcción de algo que podamos decir que se trate de su obra maestra, tiene algo admirable en su posición emocional y de la imagen, aún si eso involucre plantear de más el chiste sin dejarlo ser… o de tener los cojones de poner niños pereciendo en la pantalla grande: El mono es por ello, quizás su película más efectiva, y en el mundo de constantes adaptaciones insípidas de la obra de King una que tiene un pellejo más de identidad que todas esas que pasan sin pena ni gloria.