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jueves, septiembre 12, 2024

Crítica – El planeta de los simios: Nuevo reino (2024)

planeta simios

Sigue siendo sorprendente que El planeta de los simios como franquicia tenga entregas que aportan complejidad a su universo a pesar de los más de 50 años de existencia.

Creo que era algo bastante obvio el que la idea de un remake de El planeta de los simios (Franklin Schaffner, 1968) era innecesario, incluso por decirlo, sacrílego… o por lo menos eso es lo que se intuía en la mente colectiva de los años dos mil. El clásico de Franklin Schaffner se presentó en 1968 como una propuesta que más allá de su título prestado a las aspiraciones baratas y mundanas (que aparte contrarresta con un impecable diseño de producción y maquillaje influyente), era un desgarrador viaje sobre estigmas de prejuicios muy latente para la época. El planeta de los simios conforme pasaba el tiempo tuvo otras entregas bastante variopintas, algunas acomodadas más a los términos pulp de lo que la primera entrega gracias a la rebaja de presupuesto que ciértamente va a afectar la mentada película de simios que requiere esfuerzo fenomenal en este terreno… pero con ello 20th Century Fox cosechó lo que sería su franquicia clave dentro de la ciencia ficción si tomamos en cuenta la rentabilidad de esta en otros medios de entretenimiento que además pudieron explotar a diferencia de Star Wars que se encontraba bajo el resguardo de George Lucas.

Go Ape - Planet of the Apes (1968) 22x28 Movie Poster

El planeta de los simios estuvo mucho tiempo dormida sin una nueva entrega por cerca de 2 décadas con el estudio recurriendo a los maratones oficiales en pantalla grande para comprobar su efectiva permanencia cultural y que los animaría a intentar sacar un remake. Reitero que esto era sacrílego para la llegada del nuevo milenio, y con un Tim Burton que buscaba despegarse de la imagen que había construido como efecto de taquilla ahora intentando acercarse a un tono que en efecto, no supo cómo tratarlo. Es curioso que si bien antes las ideas de la franquicia no se podían sostener por la falta de presupuesto dándoles un aire inmundo, ahora con la supuesta revitalización de la franquicia bajo la casilla cero con presupuesto elevado, en realidad no tenía nada qué contar ni justificar su existencia.

Ahora pensamos en El planeta de los simios (2001) de Burton como una afronta pero su recibimiento de taquilla no es que fuera detestable a tal grado de que el estudio buscaría afianzar la franquicia con nuevas entregas que eso sí, no soportarían el escarmiento de fanáticos y crítica. Insostenible, el estudio volvería a la casilla cero del juego y con una atemporalidad de casi 10 años probablemente para evitar comparativas, y con ello marca la trilogía de César (Andy Serkis).

No voy a mentir y este jucio sigue siendo igual de sorprendente a como cuando la vi por primera vez en cines… pero la trilogía de César es uno de los mejores blockbusters americanos con cero competencia de otros estudios o franquicias; toma con respeto lo presentado en la saga original y de forma astuta plantea una precuela para la que ya se nos advierte el futuro inevitable del encuentro de George Taylor y la avanzada sociedad de simios, pero no por ello tiene prisas de llegar a este punto, prefiriendo darle espacio al degeneramiento social de los humanos en la pandemia que los arrasa y los vuelve animales y de forma irónica, les da presencia y cognición humana a los desencadenadores del virus.

El avance social se presta además a la construcción de César, el pilar de los simios y figura mesiánica la cual pasa un arco envidiable para cualquier otra película de esos mismos tonos: un ser que revoluciona, que adquiere estatus mítico y legendario y que a pesar evitar a toda costa el caminio de la violencia buscando defender a su pueblo, la venganza lo arrastra a un conflicto elevado que afortunadamente lo redime a último momento pero con las consecuencias de la duda que una figura líder llega a tener: la consagración de la paz firmada con el deterioro de la mortalidad, de no alcanzar a ver el sueño por el que tanto se lucha.

La trilogía además adquiere un tono de seriedad en gran parte por el increíble trabajo de Andy Serkis bajo la captura de movimiento interpretando a César y en donde Rupert Sander y Matt Reeves -directores de la primera y restantes- dan espacio la gesticulación de su deformado rostro con los avances tecnológicos que ya no forman una nata dentro del valle inquietante porque de verdad compramos la idea de ver a un ser vivo, con textura y hasta partículas que salen de su cuerpo al que además podemos inferir sentimientos de agonía, furia y felicidad.

Es una vara muy grande la que propone una nueva entrega de El planeta de los simios tomando en cuenta esto y a pesar de que Reeves no aparece en el filme bajo la dirección, en su lugar se encuentra Wes Ball que si bien no tiene una carrera sobresaliente a la del otrora mencionado, logra entender la dinámica que ahora tiene bajo sus manos y que construye bajo ese perfil ilusionista de la construcción del futuro, al que ahora esquematiza bajo nuevos avances que resultan atractivos de ver.

Suena a que la descripción de El planeta de los simios en sus nuevas entregas parece similar a la de ver un hormiguero actuar y es cierta esta comparativa, porque resulta estimulante ver el proceso de construcción y avanzada que van teniendo la nueva especie dominante, tanto a niveles tecnológicos y dentro de una condición crítica de los estándares de facto de la fé y civismo de parte de los personajes, quizás mejor unificados en el tema de las aves dentro de la familia de Noa; la relación que tienen con las águilas radica dentro de una simbiosis de supervivencia en donde los simios aprenden incluso procesos de fermentación y curaduría de carne para soportar las clemencias del futuro, y estas a su vez son vistas como parte de una proeza y relación infinitamente superior a la de simples animales, porque existe una sincronía del entendimiento de pensamiento y actuar que a su vez va mostrando sus cartas en la tipificación heroíca de Noa (Owen Teague).

Noa no es precisamente el personaje más interesante dentro de toda la franquicia, más bien es servicial y sirve como punto de partida para audiencias nuevas a El planeta de los simios así como un objetivo de la normativa filosófica del simio común. Su neutralidad dentro de estos complejos conceptos sirve mucho para ponerse dentro de un perfil didáctico sobre todo en relación con el legado de César en la sociedad.

Sus leyes quedan dictaminadas como axiomas para algún tipo de monos más creyentes -que en la saga parecen adoptar la posición de los orangutanes- y son quienes creen de verdad en la convivencia entre humanos y simios para subsistir y soportar lo que el destino les depara, tal y como lo fuera César que, con la deformación del tiempo ha quedado bajo una mitología de lo imposible, de haber vivido con las criaturas que ahora ven repletas de mierda y que estos fueron alguna vez la especie dominante que queda registro en los fantasmas de artefactos urbanos.

Mejor caso ocurre con el villano del filme. En un subidón de nivel similar a lo que fuera Koba (Toby Kebell) en la segunda entrega de la previa trilogía, el reflector y atención es ahora hacia un simio llamado Próximus (Kevin Durand). Este entiende la mitificación de César deformando también la historia humana, teniendo curiosidad dentro de la sociedad romana -de ahí su adopción de ser el próximo gran simio- y la necesidad de tener dominación a través del conflicto armamentista y la esclavización de pueblos entendiendo el lema reiterativo de la anterior entrega más entintado en el que fuera la segunda mano militar del trágico protagonista anterior. Próximus es fascinante porque a pesar de tener un retorcido entendimiento de los humanos gracias a un aprendizaje directo de parte de uno, domina con un puño de hierro y busca a como dé lugar la obtención de tecnologías más allá de lo que sus garras pueden siquiera entender, porque dentro de este supuesto nivel intelectual, realmente lo que deja a flote es un imbécil instintivo.

Es una aventura muy dentro de los confines del servicio para acrecentar su universo de forma efectiva, pero lo cierto es que también llega a desinflarse de forma notoria. Josh Friedman en su guión desarrolla durante los primeros dos actos algo bastante consistente y con una atención directa al mundo de los simios en momentos que Wes Ball béllamente filma a veces sin necesidad de diálogo o música, dejando que los espacios melancólicos de nuestra sociedad hagan el estímulo narrativo o adentrándonos dentro de la evolución social con mucho ahinco… el problema es cuando se nos presenta el tercer acto en donde conocemos a Próximus.

Es un gran villano, pero es desatendido por la película y su duración, porque a pesar de ser una de casi 3 horas, las consecuencias del mentado reinado del planeta de los simios se dejan ver de forma escaza y con resoluciones bastante apuradas y soportadas por meras convenencias narrativas de que la película sabe que va a terminar, haciendo un tanto insatisfactorio el efecto y más, con la nula efectividad de parte de un protagonista humano en Mae (Freya Allan).

Mae resulta ser más ambiciosa que la idea de Próximus porque alude al inevitable conflicto por la dominancia de la tierra, con una serie de ideas paranoides las cuales no conviven con los simios a pesar de que estos le prestan demasiada atención a pesar de los constantes engaños que sufren. Esta dinámica de amistad falsa termina siendo demasiado conveniente y sí maltrata la verosimilitud de lo presentado porque por más que pasan las cosas no existen verdaderas consecuencias dentro de su actuar ni radica en una desconfianza ni posición de clase por parte de los afectados, haciéndola bastante odiosa no precisamente por su objetivo como personaje sino por la facilidad que obtiene en el guión y más porque es usada y desaparecida en más de una ocasión.

Y a pesar de ello, no es ningún desperdicio; El planeta de los simios: Nuevo Reino sigue siendo un hincapié de cómo Hollywood podría elevar sus procesos de tecnología a pro de una película de presupuesto medio. No busca tener un cast multi estelar porque Wes Ball atina a buscar interpretaciones de parte de actores que ejerzan un entendimiento de parte de la captura de movimiento inspirados por Serkis, procesando emociones en su tono de voz y en la expresión corporal extremadamente lograda y también de parte de un mundo construído con un alto nivel de detalle curioso en la apocalíptica distancia del futuro en donde los personajes llegan a moverse.

Uno incluso podría venir a interpretar el año 2024 como uno con extrema nostalgia hacia Jerry Goldsmith. Entre La primera profecía (Arkasha Stevenson) y la próxima película de Alien de Fede Álvarez  se le suma el trabajo musical de su controversial Planeta de los simios (curiosamente tres sagas que fueron clave para el éxito de la extinta 20th Century Fox), aquel score animalístico y de percusiones incómodas avant garde que demostraba la falta de comprensión artística del imperio de simios frente al salvajismo de los humanos y que Paesano usa como un puente distintivo del paso del tiempo, también aludiendo a los temas construidos de Giacchino oídos con alteraciones suficientes como para dar a entender que los personajes no existen del pasado, pero sí sus reflexiones y legados en nuevas desventuras.

Es una digna heredera de su legado, y también dentro de ese cúmulo de películas que aspiran a la ensoñación de las audiencias que por unos instantes se adentran a un pesimista universo agigantado al que adoptan una verosimilitud de supervivencia… pero también de constante derrota porque no podemos dejar de sentir empatía por aquellos que supuestamente nos condenaron.

 

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