menos parecida a una película de Disney, más en relación a la narrativa ambiental de tarkovsky y de los videojuegos reflexivos: flow es la película animada del año (pasado).
El año pasado se terminó de publicar Animal Pound por parte de Image Comics. La miniserie escrita por el ex agente de la CIA Tom King era una especie de reinterpretación de lo que George Orwell escribió en Rebelión en la granja (1945) en donde la advertencia del comunismo infundado por el británico ahora se ponía en el reflejo caótico de la política norteamericana y del inevitable ascenso de Trump en popularidad y encuestas a pesar de su ineptitud. Este cómic como la mayoría de las obras de King generó controversia: muchos tacharon la incredulidad de lo que King planteaba en tiempos modernos, de lo inverosimil que sería tratar de ver cómo una perrera estatal tomaba el control del espacio con los animales obteniendo objetos y regalos por parte de los humanos en una extensión foranea sin tener interacción directa… aunque con ello mucho de este sector parecía omitir la idea de que en el mundo real, la política es precisamente eso: una dominación de lo irrespetuoso y del imbecilismo que depende de la viralización o memeficación a tal grado de que no nos interesa tomar cartas en el asunto porque lo consideramos chusco.
Y naturalmente eso le atrajo quejas de parte del segmento MAGA que veía las advertencias de King como exageraciones ofensivas por darle a sus personajes rasgos similares al canon Trumpiano aseverando la exageración de los personajes a tal grado de que no actúan naturales.
Ahí, de entre ese mar de vómito cultista creo que existe una duda bastante interesante.
¿Es posible crear una narrativa usando animales de forma natural?
Creo que la respuesta es que no. Cuando vemos o comprendemos a los animales estos tienden a actuar de forma instintiva y pocas veces sin una motivación compleja como la de los seres humanos, debido a que su sapiencia no les permite tener esos matices porque la mayoría de su actuar no está tan lejos como la de un bebé en pañales que no distingue lo correcto e incorrecto. Sus enlaces sociales son más bien instintivos para subsistir y condiciones como el paso del tiempo o la muerte no son precisamente parte de su construcción de identidad… de la cual incluso muchos no logran razonar la idea de la representación, del cómo pueden verse o de comprender fenómenos como el reflejo mismo que evocan en superficies.
Es obvio que los animales no son tontos ni carentes de sentimientos, pero su modalidad social no es una similar a la nuestra, ni que esta genere entre ellos odiseas dramáticas que pasarán a la historia entre ellos… esa en realidad es nuestra labor. Quizás en el mismo sentido de razonamiento humano, solemos ver al animal como un ser inmensamente curioso y al que nosotros les otorgamos personalidades y actuares, construímos arquetipos y arcos narrativos con sus bagajes porque al igual que los perros babeando por un pedazo de jamón, no podemos evitar arraigar un sentido argumental a lo que nos rodea: pensamos en lo que habrá pasado un perro de la calle para estar raquítico y si en su cabeza existe o un horror inmenso a la existencia humana o una especie de duelo esperanzador de si en algún momento verá a su dueño antes de caer rendido entre pulgas y mugre… no por nada Homero presenta su pasaje más emotivo en la Iliada cuando Argos se reencuentra con su dueño a quien no ha visto por años, siendo el único que le reconoce a tal grado de que puede morir en paz.
Es bajo ese esquema dramático que el hombre ha construido historias en donde el animal es un capricho inyectado de un razonamiento y una construcción impecable de su mundo, sus reglas, una expansión hasta incluso de la creación del cosmos mismo porque el animal dramático posee una duda existencial que ve muchas veces en relación con su vecino al que encuentra más incongruente y salvaje que la naturaleza misma.
Bajo ese mismo esquema encuentro los efectos de Flow, constantemente remarcada como una película en donde gran parte de su encanto se encuentra en la naturaleza de los animales… pero es algo arriesgado de suponer y en donde delata más que la idea de ver animales sin diálogos en el cine presupone una naturaleza inmediata a los contrastes que el cine tradicional nos ha ideado en la cabeza: no podemos ver a un felino incapaz de cantar porque de inmediato suponemos que adquiere un instinto y reflejo inmediato al de la vida real.
Más allá de esa pequeña trampa sobre lo que representa Flow, encuentro en ella algo mucho más evocativo, de una profundidad melancólica y un gran logro dentro de la animación que no percibía en mucho tiempo.
Si nos vamos a qué trata de hacer Flow con el objetivo mutis, es que comencemos a apreciar en esa alienación narrativa otros elementos: los animales expresan más de lo que podrían decir con palabras, con algunos adaptándose al entorno post apocalíptico sin ningún problema, otros con una profunda melancolía en la ausencia humana a la que les despojaron, y otros curiosos por ver esa ausencia que deja miles de objetos de lo cotidiano desperdigados por el paisaje que son devorados en la naturaleza. Zilbalodis parece entender esa complejidad que el escenario construye similar a la sensibilidad de la escuela soviética fuera Tarkovsky o Yuri Norstein, del espacio como motor de sentimientos y en donde también, de manera muy curiosa Flow comienza a hacer una especie de reflexión metanarrativa dentro de su propia condición como película misma: el aspecto estilizado de estos parece ser sacado de figuras plásticas, pero la atmósfera húmeda y la vegetación posee una naturalidad semirealista de fluidos, misma intención bastante curiosa resulta ver que Flow se construye a través de constantes planos secuencia con la cámara moviéndose muchas veces en vez de depender de un corte para pasar a otro plano: es una lectura del espacio bastante compleja si entendemos que Zilbalodis anima todo desde un programa en solitario y es capaz de entender la potencia de un encuadre en sus animales a los que constantemente captura en imitaciones de movmiiento de cámara en un actuar bastante peculiar.
El humano no existe en Flow, quedan los vestigios de su vida, su pasado devorado por las aguas, pero el humano existe como registro espectral a través de la imitación de un camarógrafo que anda siguiendo a su gato “actor”, que llega incluso a escucharse entre chasquidos de madera o de agua por el escenario, es dejar un legado a través de su inexistencia pero dentro del lente que sólo pudo ser capturado por un humano, y más complejo resulta si entendemos esto como un producto inexistente por la evocación animada.
Es eso, y también una sospecha de que Zilbalodis use como punto de referencia el lenguaje de la narrativa ambiental que uno pueda recordar en otro medio: el videojuego. Flow y su objetivo distante épico y místico, puede rememorarnos a videojuegos de la talla de Journey (2012), Abzu (2016) o Shadow of the Colossus (2005), prestados a la interpretación sensible de cada individuo que experimenta el juego, y con una cámara descontrolada para apuntar a los titanes olvidados del espacio que capturan la atención no sólo de los personajes sino del jugador/audiencia. En sí la gracia mayor que encuentro en Flow radica en eso: en que por primera vez veo completamente definido el panorama que plantea la unificación de lenguajes en dos diferentes medios modernos como lo son las películas y el videojuego. Es la explosión de dos galaxias que tienen similar impacto a la llegada de otros elementos al cine, producto también de nuevas generaciones que van ampliando las capacidades del medio animado más allá de la simpleza de sentarse a comer palomitas bajo la promesa de una historia entretenida… que encima de todo esta complexión teórica ¡También lo es!