Longlegs a pesar de regocijarse en las ridículas aspiraciones del pánico moral religioso de la juventud, llega a volverse un material monótomo por su confusa rigidez visual.
Si eres observador, habrás notado algo con las películas de horror que se han estrenado en este 2024, porque la mayoría comparte un interés de desarrollar sus tramas dentro de un subgénero de posesiones o satanismo. Bien podría desestimarse como un esquema de competencia directa entre estudios grandes y minúsculos en ganar una carrera que de forma bastante graciosa dio el pitazo la secuela legado de El exorcista de David Gordon Green del año pasado… es decir: pensaron que con el éxito de la más notoria película de horror del año habría más gente interesada en seguir esta oleada en un plan que no procede porque ni los papás de David Gordon Green fueron a verla.
Visto de una forma mucho más analítica, estamos teniendo una bienvenida temática a la idea del satanismo como objeto de análisis, de que existe un regocijo por parte del género del horror en plantear incomodas preguntas a la sociedad actual vistas desde el entintado que más miedo podría causarle a una persona conservadora de las viejas costumbres. Inmaculada (Michael Mohan), La primera profecía (Arkasha Stevenson) y me atrevo a poner en este sector a la precuela de El bebé de Rosemary que se estrena en unos meses hacen uso de las restricciones femeninas de parte de la iglesia para exigir una mejora de sus libertades corporales, algo de bastante advertencia atinada considerando que por fechas del estreno de la película de “” se estaba llevando a cabo la discusión sobre la revocación de Roe v Wade en Estados Unidos que garantizaba la plenitud legal del aborto. De noche con el demonio (Cameron y Colin Cairnes) tenía como objetivo la glorificación del formato análogo de la televisión por cable mezclando el found footage con irregulares resultados y hasta la banda Ghost acaba de lanzar un concierto largometraje llamado Rite here rite now (Tobias Forge y Alex Ross Perry) con sus más recientes éxitos entremezclados con la mitología de un grupo que domina a la humanidad y entrega mensajes satánicos a través de un metal renimiscente de los setentas y con una figura principal demasiado estúpida a propósito como para tomar el legado de los otros papas de la música del diablo.
Pero ninguna de ellas ha llamado tanto la atención como Longlegs.
Se tendría que mencionar que el éxito de Longlegs no radica en la figura de Oz Perkins como realizador dentro del horror, un director que surge dentro del movimiento del nuevo boom del género al lado de Jordan Peel, Ari Aster y Robert Eggers, pero que como muchos ajenos del trío más popular terminan sin ser localizados de forma popular. Lo sorprendente de Perkins como director es su extrema ambición que no siempre termina ofreciendo un camino satisfactorio sobre lo que intenta plantear, pero que jamás ha pecado de no tener algo por lo menos interesante de poner frente a la audiencia. Tendrá unos pocos fanáticos y defensores, pero de ahí a pensar que Perkins tendrá un valor de reconocimiento en taquilla sería absurdo, ese reconocimiento ahora viene gracias a Longlegs tomando en cuenta de que se acaba de anunciar a Oz Perkins como director de El mono, una adaptación de Stephen King para el próximo año y que ahora sólo necesita poner su crédito para generar expectativa.
Màs bien el èxito de taquilla que precede a Longlegs es en mucha parte por su campaña de publicidad. No es algo particularmente novedoso lo que se realizó porque evoca a las campañas de juegos de realidad alterna -por sus siglas en inglés ARG– o llamadas telefònicas enigmáticas que rememoran mucho a las campañas de principios de los años dos mil como lo hicieran las películas de Batman de Christopher Nolan o El proyecto de la bruja de Blair (Eduardo Sánchez y Daniel Myrick, 1999) y Cloverfield (Matt Reeves, 2008) por mencionar algunas… pero ese tipo de promociones eran esfuerzos quedados en el olvido o desconocimiento para nuevas generaciones incluso con sus presuciones digitales que apenas han sabido trasladar a la modernidad, mucho más la idea de presentar un trailer enigmático que no resuelve nada de la trama vendiendo atmósfera opresiva y con la promesa de Nicolas Cage el cual no se deja ver.
Son esfuerzos dignos de vender lo que al final de cuentas es una típica película de Oz Perkins, para bien y para mal: ambiciones desmedidas que no llegan a aterrizar del todo.
El mayor punto a favor de Longlegs es su aproximación al “pánico satánico”. Este movimiento moralista infundado por grupos de conservadores religiosos extremistas durante los ochentas y noventas tenían una labor de censura a lo que la juventud solía consumir tachándola de ser afrontas a los valores cristianos en una idea vacilada y soñada de lo que en sus cabezas era el satanismo: cartas de invitación a una vida repleta de drogas, sacrificios, orgías insanas y el alejamiento de ser un hijo de Dios. El pánico satánico fue un boom que puede verse de forma humorística en el paso del tiempo, pero que su mecanismo de censura prohibitiva no hacía otra cosa más que la de desestimar el valor del individuo marginado. Poco importaría si eras un metalero, o un fanático de los cómics, un homosexual o un tipo que colecciona Pitufos: tu Dios te repugna y por lo tanto nosotros tambien.
Longlegs trata sobre ese rechazo pero ahora presentándose en un aspecto glorificante, en donde la máxima pesadilla de un defensor de este pánico ahora encontraría vuelta realidad sus peores pesadillas y que lo hace no de forma cínica y burlona, porque es una película que verdaderamente se regocija en esta idea de que el mal ya está presente y no se le puede ganar tan fácil.
El cliché se construye con honestidad en una balanza entre lo kitsch, de mal gusto y lo horrendo con bastante gracia en el caso del epónimo Longlegs: un ser inclasificable de género con actuares extravagantes aprovechando la maximización de alguien como Nicolas Cage y que se inclina a lo que los investigadores y devotos podrían presentir como amenazas directas a sus intenciones: sea por ser un rechazado social, o que escuche con tanto gusto glam rock -ese en donde Bowie comparte la androginia del villano- también presentando una especie de amenaza natural e instintiva como lo fuera el coco. Es un gran contraste frente a la rigidez traumatizada de Lee Harker (Maika Monroe) la cual es presentada como una mujer inteligente y capaz de enfrentar el misterio del asesino, pero encapsulada en su propio mundo. Estos puntos de aparición de Longlegs no nos aporta una mirada al asesino cliché como lo fueran las aproximaciones cotidianas de los villanos de una novela de Thomas Harris, son completamente anormales, evocaciones de los monstruos salidos de David Lynch y que causan un desfogue de presión atmosférica entre la gracia y completa incomodidad siendo una fortuna y bastante indicada la selección de Cage.
Esto además es especialmente notorio porque Longlegs en la propuesta de su juego estético restringe una visión; Andrés Arochi en su planteamiento de la imagen construye flashbacks de 4:3 guardando constantemente la identidad y apariencia de Longlegs hasta que nos toma de sorpresa, o mesura un aspecto “normal” en el presente de la película con vislumbres repletos de ocres y tinieblas (porque sí… en los ochentas y algunos años de los noventas, el color de las casas era ocre y madera, que no nos engañen con esa falsa ilusión nostálgica del neón) con la mayorìas de las tomas concentradas en un punto focal centralizado.
Como ejercicio conceptual, Perkins y Arochi atinan en ambición, porque nos está proponiendo la batalla con una entidad que las instituciones siquiera y pueden contemplar su magnitud y modus operandi, reforzadas en una investigación arcaica dependiendo enteramente de un rigor y esperanza a la iglesia y estado. No es gratuito ver un paralelismo entre la búsqueda del asesino y de que en la mayoría de las casas lo que podemos ver en la periferia sean cuadros de presidentes norteamericanos al lado de crucifijos o imágenes santas: Es la idea de que el presidente tiene el mismo valor moral y predicador del salvador, incluso si este llega a ser alguien como Nixon o Bill Clinton son íconos axiomáticos que de alguna forma van a prevalecer en el bien, sin entender que detrás de estas acreditaciones ocultan algo mucho más pútrido e hipócrita.
Es una batalla contra nuestros propios juicios que en la idea cerrada de nuestra formación, estamos condenados a perder. Y sería una idea muy atinada, de no ser por la propia restricción de Perkins, porque en su capricho de centralizar la imagen para un efecto temático de un sólo truco, esta termina por perder mucho de su peso conceptual y atención de la audiencia, en intentos de revitalizarla no cambiando el plano lo cual exigiría una construcción de múltiples objetivos, sino usando un recurso de vislumbres semi subliminales, no podría mencionarse como subliminales porque su presencia además de longeva es delatora, perdiendo la gracia de este efecto. Tomando en cuenta otras obras inspiración de Perkins podemos pensar en las películas de Kiyoshi Kurosawa,El silencio de los inocentes (Jonathan Demme, 1991) y particularmente -máxima inspiración- en la ocasión en la que William Peter Blatty tuvo la oportunidad de retomar una de sus novelas en la maltratada Exorcista III (1990). Una película de corte policiaco con un detective transtornado que padece una relación directa con el asesino que tiene tintes satánicos y que demuestran la rutina del mal en quebrar a los hombres, pero Blatty se aleja de la construcción shockeante de Friedkin para la primera entrega y es constantemente mesurado, entendiendo el poder de lo que no se ve pero que tiene consecuencias atroces para los rostros de los protagonistas y de vez en cuando usar pinceladas de anormalidades paranormales shockeantes.
Tomando como referencia la escena más famosa de la película de Blatty, el tan celebrado mejor jumpscare de la historia. Blatty construye una secuencia con punto focal, la cual no se mueve y vemos constantemente a una enfermera hacer sus actividades, que trata de detenerse cuando interrupciones desconocidas le ocurren, Blatty cambia los planos para enfatizar las acciones de la enfermetar, sea en un plano medio para capturar su movimiento hacia cuartos o primeros planos a detalles como sus manos u objetos que observa, ocurro un falso jumpscare que descarga nuestra presión construida por la atención del punto focal… para luego volver a él. Las cosas siguen pasando pero ya no creemos nada hasta la apertura de un cuarto y el asesino que de corta una cabeza humana sin que lo veamos, porque Blatty se regodea en el uso de un zoom agresivo en ese punto focal y el cambio de toma a una virgen de marmol sin rostro.
Es una construcción que mesura y sabe utilizar los planos para generar espectativa. Ahora imagina que ese lenguaje fílmico bastante simple y efectivo no se encuentra en Longlegs. La tensión de un punto focal existe, pero no los incentivos para bajar la guardia ni una construcción que hace que una secuencia sea memorable a la par de otras que viven en la infamia colectiva salvo la primera, y a fuerza de novedad que va desgastando. Es ridícula la cantidad y esmero que Longlegs trata de postular con sus planos centrados y esto también es un punto de interés crítico.
¿Será que su efecto aterrador existe gracias a la percepción moderna que tenemos de imágenes en un mundo digital derivado de las redes sociales? La idea estética en esta década depende de un la influencia de videos y fotos que caben dentro de una aplicación y en donde la información del espacio debe atender una centralidad como objetivo, a la hora de trasladar Longlegs a estos espacios la película rara vez perderá su información o intención pareciendo estéticamente perfecta pero que va dejando una generación de audiencias receptivas a este tipo de presentación visual, jamás llegando a contemplar las otras formalidades… o quizás me haga recordar aquellas legendarias palabras de Roger Ebert cuando tuvo la poca fortuna de escribir sobre Battlefield Earth (2000) y en donde menciona el constante uso del plano holandés: “Es una pelìcula sin forma y sin sentido, sin un argumento atractivo o personajes que nos preocupen en lo más mínimo. Su director Roger Christian a aprendido de mejores películas que a veces los directores inclinan sus imágenes, pero al parecer no ha aprendido el por qué”.