En un verano enteramente vacío, jordan peele entrega la primordial película de horror del año: una que cuestiona el poder de los símbolos y que pone a la mesa nuestra angustia del horror cósmico.
El nombre de Jordan Peele ha tenido una evolución bastante curiosa: Pasó de ser un comediante bastante popular al lado de Keegan-Michael Key en la programación de Comedy Central con Key and Peele (2012-2015), a de pronto abandonar el terreno de la actuación -de entre todas las cosas por Emoji, la película (Tony Leondis, 2015), en serio- y volverse productor además de una de las figuras centrales dentro del nuevo respiro del horror… sin dejar de mencionar que con ello, ganó un premio de la Academia.
Es por ello que Peele la figura más notoria dentro de esta nueva generación puesto que sus películas aluden a tener una conciencia social mucho más latente y puesta de enfrente para audiencias igual de receptivas ante estos panoramas y problemáticas, pero sobre todo por tratarse de un director afroamericano del género que ha tenido la disponibilidad de presupuesto e ideas de tan fácil acceso y sin límitantes que realmente se siente triunfal, una anormalidad que realmente no pasaba a su nivel y que por ende, lo vuelve un imán de taquilla atractivo para las minorías quienes por primera vez en mucho tiempo se sienten identificados e inspirados a poder hacer lo mismo.
Precisamente por su condición de “anormalidad”, es que estas películas se adecúan a también los cuestionamientos de clase y sociedad que las personas se atreven a poner en la mesa, lo cual lo hace interesante pero que, a nivel bastante personal ocasionalmente suele morder más de lo que puede masticar en sus aproximaciones temáticas. Por lo menos en su anterior película –Nosotros (2019)– esto pasaba, con ideas terminaban por expandir una película que originalmente se vendía como más intimista y que dejaban aspiraciones bastante inconclusas.
Si bien eso siempre va a ser más interesante a que Peeele se rindiera ante una película homogénea e insípida como suele ser el acaparamiento de taquilla de su país, me complace anunciar que no sólamente ha retomado un material que comprime y deja explorar ideas de manera satisfactoria, también es su mejor película.
¡Nop! es un triunfo de su parte, porque por primera Peele vez logra mantener un gran balance entre ideas del subtexto y también entregar una visión del horror efectiva tanto en escalas reflexivas como instantáneas. De la primera parte Peele parece atender a una multitud de temas, pero si hubiese que conjugarlas en una sola idea, esa sería la del poder de la imagen como símbolo.
Los hermanos Haywood viven en una finca agónica de caballos en donde su principal punto de venta, es la de asegurar que la primera imagen en movimiento de la historia, la de un jinete galopando un caballo en apenas unos segundos se trata de su pariente. Esta importancia histórica de la primera figura humana y animal captada en movimiento no tiene relevancia para la industria quienes lo toman como méramente anecdótico y prosiguen con su maquinación industrial. Es el peso del valor adquirido a un factor personal y de verdadero valor a un punto ciego.
Y así este fenómeno se traslada a otras aristas del filme. Los protagonistas quieren también ser parte de la historia al volverse los primeros en capturar la imagen de un objeto volador, pero conforme la campaña avanza con sus complicaciones, también surge un problema moral y ético que Peele deja entrever, de cómo esta degradación de la imagen sobre la intención -de alguna forma jugando con el poder semiótico- y objetivo, y por sobre todo hay un constante interés en el poder de la imagen como símbolo cuasi existencial, de constante búsqueda de respuestas a un vacío sin respuestas claras en sus protagonistas.
OJ (Daniel Kaluuya) busca un sentido a una catástrofe que acaba con su mundo a través de la extraña muerte de su padre proveniente del cielo que no llega a comprender para nada. EM (Keke Palmer) trata de razonar el constante distanciamiento de su patriarca, intuyendo la naturaleza respecto a su sexualidad que despotrica con los valores conservadores del vaquero de antaño quien no volteó a darle el confort de la mirada, y quizás el más notorio sea el de Jupe (Steven Yeun), una ex estrella de la televisión infantil que tras un funesto ataque de un animal en el set de su programa, canaliza el razonamiento de su supervivencia a de entre todas las cosas, un zapato que parece estar completamente balanceado en el paisaje de la carnicería presente.
Más se intuye esta generación de respuestas, al fenómeno del monstruo en turno. ¡Nop! tiene una de las representaciones más interesantes de un OVNI que se hayan visto en el cine, porque el objeto en cuestión es uno de constante transfiguración, de apariencia tanto mecánica como orgánica, y uno que remite sobre todo a la tan humana búsqueda del entendimiento religioso de su existencia en -de nuevo- un objeto que traza como superior a su existencia y al que intenta clasificar su naturaleza como acciones tanto en repercusiones como en un intento de conectar con el objeto de su creación.
Entonces ¡Nop! es una película que canaliza los preceptos tradicionales que uno pueda encontrar en el conflicto literario -humano contra sí mismo, contra la naturaleza, contra lo supernatural, contra personaje, contra la tecnología y contra lo supernatural- y que a su vez postula un encuentro de rebate contra el sentido mismo de la vida, con lo superior.
Y lo mejor de todo, es que esto sucede dentro de un sentido totalmente marcado por la ironía. La naturaleza del monstruo en la película indica que mientras este no sea atacado por el hecho de ser curioso y poner el objetivo de nuestros ojos en su fenomenología o presencia, en un mundo que vive en constante descuido ensimismado dentro de su propia reclusión que ya no lo hace siquiera ensoñar en las nubes tirado al cielo, sería un mundo sin alguna alteración grandilocuente de un fenómeno que pasaría frente a todos sin siquiera darse cuenta… es ver la campaña de tres sujetos gritando lo extraño que está el cielo en espacios públicos y sin siquiera llamar la atención de esto.
De lo segundo dentro de las maquinaciones de Peele, es que ¡Nop! es bastante aterradora y perturbadora. No es de extrañarse que Peele tome como referencia a Spielberg y sus triunfos en Tiburón (1975) y Encuentros cercanos del tercer tipo (1977) en la estructuración del suspenso, mismo que es herencia de Hitchcock en este caso haciendo que el monstruo sea uno contenido respecto a sus apariciones que van siendo graduales, no sin dejar un rastro de lo perturbador que puede llegar a ser en momentos de visceralidad captados por la cámara de Hoyte van Hoytema -el habitual ojo de Christopher Nolan– que hace que esta constante paranoia de saber que hay algo en el cielo llegue hasta en la audiencia quien no siente una seguridad plena con el simple hecho de que haya nubes en la escena, o dentro del sonido generado de Johnnie Burn y José Antonio García quienes hacen del movimiento del monstruo como una constante titánica que se presiente, y sobre todo la implicación del sonido de lo capturado que va adquiriendo tintes extremadamente grostescos al ser gritos de auxilio y horror al ser digeridos en lo que parece ser un paisaje tranquilo.
¡Nope! es de esas películas de verano que ya no suelen aparecer en las salas de cine. Una experiencia reconfortante dentro de su realización y que no deja de agarrar a su audiencia en sus temas y presencia paranormal en un viaje por demás que representa un entretenimiento perdido de estos tiempos: mismas partes inteligente, humorístico y aterrador. No todos los veranos aparece un digno representante del horror cósmico Lovecraftniano con un chimpancé que hace cosplay de Chunk de Los Goonies (Richard Donner, 1985) y Barbie Ferreira espantando a la gente comiendo Cheetos Flaming Hot.