Ryan Coogler es sin lugar a dudas, el mejor director que salió de Marvel. El estudio de los superhéroes conocido por su estrica regla de una conciencua de censura frente a las voces necesarias de una autoría en sus películas que pocas veces llega a ocurrir en este extraño fenómeno de contratar voces frescas y juveniles que acaban de ganar premios para que hagan películas de sujetos con los calzones de afuera y que con ello sólo se vuelvan películas de mero encargo en donde se ve el calzador del estudio haciéndonos cuestionar para qué tanta necesidad de hacer este esfuerzo de contratar voces con potencial en ofrecer visiones diferentes y temáticas en su universo si esto no va a ocurrir… sólo para respondernos de manera inmediata con la idea de que Marvel no busca la expresión de estas voces sino el reconocimento de primera lectura de ser los que les ofrecieron la oportuinidad en una benevolencia demasiado astuta y vil.
De ahí que Coogler tenga una validez absolutamente extraña para la franquicia. Sus películas del personaje de Black Panther son a pesar de tener tropezones de un estudio que no se va a dejar como sus irregulares efectos y la presencia de personajes que aseguran spin offs pero que se sienten como soretes ajenos, historias con elementos temáticos complejos y un cuidado fenómenal en su diseño de producción y estética, que además se presentan solemnes en la presencia de un héroe identificable y orgulloso de su piel y cultura a través de Chadwick Boseman quien ejerce una presencia de carisma y protagonismo similar a solamente cuando Christopher Reeve encarnó a Superman y con ello, vendernos la idea de un ser extraordinario más allá de los confines de la pantalla grande. Mucho más si tomamos en cuenta la tragedia presente con la pérdida de Boseman y con ello, también prestarse a hacer una secuela que lejos de barata y ofensiva, reflexiona sobre la pérdida de nuestros seres queridos, una consecuencia rara vez atendida por un mundo en donde los superhéroes caen y reviven sin predicamentos.
Es por ello que Coogler tiene todos los ojos puestos en sus siguientes movimientos. Lejos de permanecer en el estudio que revitalizó y le dio la importancia crítica que tanto anhelaba, Coogler tomó el dinero y corrió, para buscar una indepedencia de estudio y de temática, en su primera película fuera de los confines adaptativos; ahora, lo que Coogler obtuvo con este proyecto, resulta inaudito para las modalidades de estudio modernas. Prácticamente una película de corte original y con un presupuesto pequeño, el director termina ganando un contrato inaudito, en donde los derechos de su obra tienen una fecha de caducidad para el estudio que aceptara la distribución, con dos décadas y media antes de que este pueda obtener su material y así, el derecho de su propiedad intelectual sin problema alguno de intromisión o de abuso de parte del estudio… esto es algo que rememora a la relación de estudio de antaño y que ciértamente Warner Bros cosechó durante parte de su carrera con figuras como Sam Peckinpah o Stanley Kubrick y Arthur Penn, pero ni ellos con toda la supuesta libertad creativa obtuvieron la significativa idea de recuperar sus proyectos, de reclamar la posibilidad autoral de su obra.
Esto es curioso porque a lo largo de la semana, ha existido una campaña de desprestigio hacia Coogler y su modelo, acusándolo de extremista y peligroso para imitar, sin considerar las implicaciones ofensivas de buscar apagar su propuesta adjudicando resultados negativos inmediatos y con una bofetada a sus percepciones, porque Pecadores está obteniendo números que otras películas quisieran tener y que sin depender de una extensión meméfica como lo fuera una película de videojuegos secuestrada por aventar palomitas… se presta a una discusión, porque Coogler finalmente se estrena en el género del horror que le permite tener este tipo de proyecciones temáticas.
Pecadores es un gótico sureño de horror hecho y derecho; las ramificaciones del género en el cine son escasas, y sus posiciones dentro del horror son aún más finitas con números que apenas y rozan el medio centenar por parte de los estudios, pero cerrarlo a que presente mero horror sería hacerle una etiqueta de poco servicio a la película: hay horror, pero resulta que también está estructurada de entre todas las cosas, con una especie de narrativa musical diegética y extra diegética. Antes de que los detestores de los musicales de Broadway pongan un ceño fruncido, no va tanto por ese rumbo: Pecadores es una película que se apoya en la construcción musical como pocas películas de estos tiempos, porque la importancia de esta como un constructo narrativo y de producción, es envidiable. A nivel argumental la música es el camino que la comunidad afroamericana ha encontrado un sentido de vida frente a la desesperanza de obtener algo más allá de los confines encapsulados de una segregación inconsistente: hombres y mujeres que han sido libres y tratan de adaptarse a un entorno social con crecimiento bajo los perfiles marginales raciales… pero que a pesar de la esperanza de una comunidad, la realidad y el desprecio del extremismo racial con el que son recibidos, les da la idea de que no son nada: meros objetos de servicio.
Es en estos entornos de un crecimiento finado a los campos de algodón, o de servir a la comunidad, que los personajes también sienten la opresión de un valor individual, y de con ello encontrar en la música un paragón de su expresión. Sammie siendo un joven que es hábil con la guitarra pero con ello, recibe la advertencia de su padre de abandonar este mundo para no entregarse al pecado barato e inmundo, se vuelve un catalizador igual de gris que la mayoría de las construcciones temáticas del filme; es la música la que revitaliza a un grupo que no pensaba tener alma y gozo y encontrar en su guitarra, una guía cuál hechicero que termina rompiendo la estructura del orden, del caos, del servicio y el erotismo… y con ello también la potencia del espacio/tiempo en una secuencia por demás escandalosa de sonido, pero preciosa que consolida su capacidad, como la de muchos otros hombres y mujeres de su tipo que fundaron las bases de lo que es la música hasta nuestros tiempos, de lograr con el arte una permanencia eterna a través de la reverencia que hacemos con los cuerpos y con los oídos.
Es esta alegría… la que termina agregando el efecto tenebre del filme a través de los vampiros, quienes al igual que las antiguas leyendas y relatos que pasan fronteras -no hace falta rememorar entre nosotros la famosa leyenda de los músicos que tocaron en el infierno o las muchas veces que el demonio se ha aparecido en tugurios de mala muerte pero excelente cumbias- encuentran fascinante la idea de la permanencia eterna y con ello una lectura también igual de compleja en las ya constantes ramificaciones que ofrece la película, porque los vampiros son en su mayoría hombres blancos, que encuentran deseosa la idea de asimilar el arte ajeno para perpetuar una homogeneidad comunal en donde el grupo de afroamericanos pierden sus derechos humanos prometiendo la idea de una inmortalidad cruenta y en evidencia inescapable… pero también un reflejo de que la segregación y el colonialismo, es un evidente esfuerzo que va más allá de los eones, mucho más de que los esclavos llegaran a costas americanas y algo presente en la relación de conquista y de anhelos de más de grupos dominantes.
Lo mejor de todo esto, es que Pecadores ofrece este viaje tan delirante, con una espectacular construcción conceptual y armónica a través del score de Ludwig Göransson – a quien su propia condición de color termina resultando un aspecto algo irónico dentro de los temás de la película pero no de forma demeritoria- el cual construye temas musicales para Sammie y sus compadres, explotando en la pista de baile con constructos de blues, de country y de géneros que se camuflajean en el espacio de gozo, pero también presentando de forma contrastante a los vampiros y los momentos que deciden atacar, en sonidos repletos de guitarras estridentes y órganos sacados de rock progresivo o metal de la vieja escuela. Esto de nuevo es raro en un mundo de constante composición moderna basada en los lineamientos conceptuales, pero que suelen omitir la galantería y apego popular pegadizo de los grandes compositores del pasado, en donde la música invadía el cerebro y hasta era algo que uno anhelaba llegar a escuchar comprando el disco para ponerlo en su auto.
Es extremadamente divertida y su cast no defrauda… quizás siendo el más revelatorio el propio Michael B. Jordan a quien suelo encontrar bastante unilateral en sus películas interpretando el mismo papel con esa agonía interna expresada en un sujeto violento que de vez en cuando abre su corazón por temor a verse vulnerable. En sí su personaje de Smoke no es la revelación, sino en el otrora hermano, Stacks y en donde Jordan se permite una interpretación más relajada: es como si entendiera el opuesta de lo que ha construido toda su carrera y Stacks a diferencia de su hermano es más libre, más amigable, tonto y vulgar, y con ello también el lazo de atención hacia su hermano como un eslabón vulnerable que tiene qué cuidar en todo momento. Son estos momentos de división en las historias individuales que Jordan se luce presentando las dos modalidades de forma creíble y en pequeños y simples gestos que construyen sus personajes como la forja de un cigarro o el trato con Sammie. Misma complejidad uno puede encontrar en los intereses amorosos del dúo: Hailee Steinfeld como Mary, una mujer igual de desplazada que la comunidad que no entiende su posición al tener racialización heredada y quien tiene una historia trágica de romance con Stacks presentándose como un objetivo literal de los personajes y la cámara de Durald Arkapaw quien le presta suma importancia a ella y a ese simple pero llamativo vestido de rosa apagado que parece acentuar una figura desnuda dorada en las luces de bar, y Wunmi Mosaku como Annie, una mujer más centrada en la idea espiritista y que sirve como objeto de inteligencia para el equipo, quien de inmediato sabe a lo que se enfrentan y que resulta fresca en esa posición alejada de una damisela en peligro y más como una voz a la qué acudir.
Es una gran película, con momentos en donde Coogler deja entrever su pasión a John Carpenter en estos espacios de confinamiento y supervivencia, pero también prestados al pesimismo social de George Romero y con obvios detalles pulp de explosión gore a la Robert Rodriguez y la inteligencia slapstick de Sam Raimi sin que Pecadores pierda un tono de propia identidad, en un mundo en donde el horror ahora depende extremadamente de vomitar la referencia a tal punto de perder su originalidad en el rumbo autofelante, la idea de que entienda las dinámicas de los maestros del horror del pasado para traerlas a su cine es algo innovador. El único problema que encuentro en la película es en su irregular montaje. La mayoría del tiempo Michael P. Shawver ofrece un ejercicio extremadamente efectivo: uno sólo recuerda el respeto a los planos secuencias de la película o de cómo logra llevar las historias de los gemelos en paralelo y un juego cruel de la caza de los vampiros entendiendo su montaje como la identidad de un gato tras la presa de una inocente criatura a menudo dando falsos instantes de respiro o de la espera de un jumpscare, y la acción tampoco pierde el rumbo casi casi ejerciéndola usando la composición de Ludwig como el plano a respetar, pero por alguna razón hacia el final Pecadores valga la redundancia, peca de un sobre uso de montajes que reafirman información que por ende ya vimos hasta este punto de la historia, y que ocurren de forma tan frecuente -por lo menos 3 seguidos en donde incluso llega a repetir escenas una de otra- y que de forma bastante frustrante, omite el impacto de los diálogos entre los personajes que están teniendo: creo que preferiría ver la reacción frente a lo que se está mencionando para entender la posición de vida de los personajes, el peso de las palabras que codifican esta acción e historia, y no volver a ver de forma literal lo que se está expresando, se pierde un poco de esa poesía presente en el ejercicio del diálogo.
Pecadores es un gran logro, una de esas películas emocionantes dentro del horror que llegan a establecer un pacto generacional. Perder la oportunidad de verla en el cine sería un gravísimo error que nadie debería pasar por su cabeza.