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viernes, mayo 2, 2025

CRÍTICA: Sonido de Libertad (2023)

Ni toda la controversia que rodea Sonido de libertad la puede salvar de ser un proyecto similar a un telefilme, sin curiosidad fílmica y bastante mediocre.

En este punto del año, y sobre todo considerando las circunstancias que nos rodean como país -y particularmente dentro de una entidad conservadora llamada Guanajuato– es casi imposible el no haber escuchado o sido partícipe dentro de la discusión que rodea a Sonido de Libertad.

Como un fenómeno de taquilla, merece ser evaluada en el mismo terreno que Barbie (Greta Gerwig) y Oppenheimer (Christopher Nolan), cartas poderosas que revelan principalmente el descontento de las audiencias modernas en torno al género de superhéroes y con ello el descuido de mercados fuera del espectador promedio de este nicho. Sonido de libertad se encuentra en el décimo lugar de las películas más taquilleras de Estados Unidos, y la número 19 a nivel global. En su primer fin de semana de estreno en Mexico, se posicionó en el primer lugar y con un millón de asistentes, cifra nada envidiable si consideramos que películas como Las tortugas ninja: Caos mutante (Jeff Rowe) o Háblame (Danny y Michael Phillipou, 2022) cuentan con millón y medio que construyeron en más de un mes desde su estreno formal, número que de seguir creciendo superaría en creces en cuestión de tan sólo dos semanas de estreno.

Al final de cuentas ¿Qué nos parece decir este fenómeno?

Viendo más allá de los números Sonido de libertad podría interpretarse como el regreso triunfal del cine de la fe a los números taquilleros de la época de gloria del subgénero, una película que intenta aspirar a la permanencia cultural de clásicos del peplum como Ben Hur (William Wyler, 1959), Los 10 mandamientos (Cecil B. DeMille, 1956) o El manto sagrado (Henry Koster, 1953)… precisamente eso: aspirar. La realidad es que no existe una revalorización dentro del subgénero cristiano, porque el fenómeno de Sonido de libertad tiende a ser de el de un ciclo de discusión en donde una de las películas planteadas por este nicho de consumidores y productores logra salir de esta estratosfera comercial y se vuelve controversia. De ser así real la existencia de esta revalorización del cine religioso, Las estrenadas este mismo año Su único hijo (David Heiling) y la más reciente entrega de Left Behind gozarían de los mismos números positivos de Sonido de libertad (más si consideramos que Su único hijo es de la misma productora).

En realidad la respuesta es más compleja de lo que parece ser e involucra factores políticos determinantes para mucho sector de la audiencia que ha tomado abanderados morales e ideológicos que determina un favor o en contra de Sonido de libertad, tachada tanto dentro de valores positivos como “la película que habla de un tema que Hollywood ha intentado evitar por años” y “la consagración de la vida y obra de Timothy Ballard“, fundador de O. U. R. (Operation Underground Railroad)… así como una película que repite la teoría de conspiración de Qanon que se ha demostrado constantemente como falsa pero que forma parte de la retórica dentro del perfil conservador y republicano de país vecino de arriba.

En un registro positivo, no es que Hollywood no tratara del tema de la trata de personas, pero ciertamente dentro del tema de la trata y pedofilia, es un terreno bastante árido dentro de las propuestas fílmicas de ficción -porque documentales, hay… y valiosos- que puedan pasar por la memoria colectiva, y Sonido de libertad afortunadamente no predica las teorías adyacentes a Qanon que sus detractores han asociado al filme.

Pero son victorias menores dentro de una problemática mucho más oscura y profunda dentro de Sonido de libertad y lo que pueda representar.

Si bien la teoría permanece muda dentro de la película y su argumento, eso no le evita estar asociada a las figuras principales del filme como lo son Jim Caviezel y el propio Tim Ballard, quienes hacen jolgorio del tema y que si no es expreso de forma literal en el largometraje, sí es punto de discusión de estos y los productores a la hora de promocionar la película.

Mucho más denso resulta investigar sobre los esfuerzos de Ballard en su cruzada a favor de los niños y darse cuenta de aspectos turbios como el que de forma hipócrita estuviese detrás del control de la aduana fronteriza que termina separando a niños y padres y los expone dentro de jaulas en campos de concentración, y que este discurso de protagonismo y de ridiculizar permanece en sus redadas en donde no hay un cuidado hacia las víctimas quienes pueden salir heridas en el proceso de rescate y terminan siendo filmadas sin su consentimiento, porque para Ballard la idea del rescate no es sólo eso, debe quedar registrada porque este registro es el que se vende, el que obtiene las cantidades de dinero que llegan a arcas de su organización sin fines de lucro, pero de la cual misteriosamente tanto él, como su esposa e hijos aparecen dentro de una nómina que constantemente recibe apoyos dentro del sector republicano, apoyado por Donald Trump quien se regocija del apoyo de este hacia su figura y la de Ballard… como de costumbre también omitiendo detalles dentro del sujeto naranja como que fuera amigo cercano de Jeffrey Epstein (un experto dentro del tema de la trata infantil).

Y al final de cuentas, nada de los movimientos de Ballard fuera del jolgorio y el registro incómodo de cámaras en vivo, apuntan a un decrecimiento dentro de la pornografía y prostitución infantil, porque no se atienden a las principales problemáticas de corrupción y baches legales, de la proliferación monetaria de armas y drogas inyectadas bajo estos modelos, y en donde si bien es cierto que se produce en tierras latinas, el de pronto usar una bandana de héroe blanco que viene a salvar a los pobre mugrosos de bigote y habla hispana, omite que Estados Unidos es su principal consumidor.

Entonces sí: Sonido de libertad tiene este tufo devoto, pero también de una propaganda peligrosa; la propaganda también existe de la mano del cine devoto y con la misma intención de normalizar discursos que han formado también parte inherente del lenguaje cinematográfico; tan sólo habría que recordar que D. W. Griffith y su Nacimiento de una nación de 1915 revolucionó muchos preceptos dentro del montaje, tensión y modelo de producción como el score original y los proto acercamientos de cámara en una épica que justificaba la aparición de la extrema del Klu Klux Klan como una linea de defensa contra el hombre negro dispuesto a violar a las mujeres blancas y por ende los valores tradicionales de la América… tan ineludible está el aspecto de avance y lenguaje como el factor religioso, moral y de propaganda que se usó en la película reanimando así el interés de un ya casi extinto Klan que vio al filme como la oportunidad de oro que tenían de avivar el fuego del odio a nuevas generaciones.

Y si bien el cine de propaganda delator y directo puede interpretarse bajo una mirada cínica de reflexión al ver estupideces como el director de Batalla Naval (Peter Berg, 2012) discutir invasiones norteamericanas cuando hizo una adaptación del juego de mesa más aburrido de la historia o de la felación pro militar Baysiana en la saga de Transformers o evadirse como en el caso de Top Gun: Maverick (Joseph Kosinsky) del año pasado en donde existe una lectura mucho más interesante bajo los esquemas de producción modernos y el star system en Tom Cruise, Sonido de libertad carece tanto del encanto ignorante para vender juguetes del tardío capitalismo, ni tampoco tiene un valor de producción siquiera cercano a lo que Cruise obliga en sus aventuras.

Precisamente la mayor carta de beneficio de Sonido de libertad es la eterna atención a la discusión controversial que genera, y que espera que alguien no logre ver al emperador que jura y perjura tener vestimenta de oro, pero que resulta ser una figura desnuda patética.

El principal problema de Sonido de libertad ya hablando dentro de sus terrenos de producción, es un estímulo chantajista y de cliché en su propuesta fílmica en donde quiera que se le intente aproximar, porque ofrece el mínimo de esfuerzo que revela que su proceso y afinidad como obra de arte -y así como el de miles de producciones de este tipo- no ha evolucionado más allá del fenómeno del video home, que en términos dentro de esta categoría no había tenido un fenómeno similar desde que alguien filmó Dios no está muerto (Harold Kronk, 2014), cuando todavía existía el Blockbuster. Su propuesta es tendenciera porque es tan importante el discurso que predica que atropella una narrativa formal prestándose casi a diálogos huecos, momentos vacíos y en los que la efectividad no radica en sus personajes sino en el poder musical excesivo.

Alejandro Monteverde y Rod Barr escriben una historia al servicio de Ballard que parece prometer, revelando la incomodidad que este va teniendo en su exploración hacia lo más degenerado del ser humano y su hartazgo que le hace poner manos a la obra impartiendo acciones de vigilantismo, pero sus personajes quedan empobrecidos con lo más básico. La relación familiar de Ballard –con una esposa que al parecer nunca se mueve del mismo lugar y está encadenada al teléfono- nunca es puesta como un espacio que permita tener estos campos de reflexión o de dureza con su día a día sirviendo simplemente como parte de un mecanismo que Monteverde -ahora como director- termina abusando constantemente en montajes y disolvencias de harta luz y redundancia, volviéndolos momentos etereos y airados nada más.

Es un recurso que termina abusando cada que puede porque Monteverde no está seguro de la capacidad de su audiencia de poder sentir algo grotesco o de una empatía sin dirigir estas sensaciones con torpeza. En una parte Ballard se encuentra viendo por internet un video pornográfico que tiene que transcribir y bien pudo comenzar esta secuencia aludiendo a lo que está haciendo el personaje y un inicio de texto mientras vemos la deformación del rostro de un hombre que hace el trabajo que nadie debería de hacer y así formándonos de parte de su bandada para que rescate niños… pero Monteverde -y Brian Scofeld en el montaje- ofrecen extremos close ups hacia las manos de Ballard por temor a perder atención y culminando en la ruta que cubre una lágrima sobre la mejilla de Jim Caviezel como asegurando que en efecto, este trabajo y esta situación es pinche.

Y quizás dependan de estos por la incapacidad de Caviezel de mostrar un rasgo de humanidad en su actuar acartonado del que forma parte junto a sus aliados -y eso incluye a su infame productor Verastegui haciendo un cameo sostenido por una petulancia e ironía al tacharle en filme que es pésimo actor- y el exceso de esta sobre explotación de los recursos como la música de Javier Navarrete de coro angelical como los niños y los montajes de comercial -porque esto es al final un comercial, en serio… pide donaciones- dinamitando con one liners como esa que excluye a los niños que no sean de Dios en la venta de personas o la que da origen al título del filme, y que por naturaleza hace sentir a la audiencia de que la película ya terminó media hora más pronto, porque aquí esta supuesta historia de recolección de niños específica -que nunca pasó- no puede dejar un trago amargo de esos lapidantes como los de Costa Gavras que más que demostrar lo inútil de la dignidad humana en medio de la corrupción, sirven como precisos estandartes de empoderamiento a la causa.

Pero supongo que tener un G. I. Joe inconsecuente, perfecto, que sabe pelear -pero que no vemos pelear- y triunfal que por alguna razón menciona constantemente a Dios y su poder, es mejor.

Existen grandes obras en torno a la fe y los cuestionamientos bajo la naturaleza humana que además tengan un valor de entretenimiento y de elegancia en su formalidad cinematográfica, Sonido de libertad  no es una de estas. Es al final de cuentas de la peor modalidad de propaganda que pueda existir, porque su discurso y modalidad de controversia es su principal construcción, pero que debajo de este opera un cine menos cine y más un especial sacado de la televisión como La rosa de Guadalupe.

El cine de la fe merece más que las aspiraciones parlanchinas del típico discurso de los gringos salvándonos, de un hombre consumado en ser una leyenda que no le importa atropellar a quien sea y aliarse con quien sea con tal de tener billetes en la cartera, de verdad de Dios que sí.

 

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