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sábado, abril 19, 2025

Crítica: Todo lo que imaginamos como luz (2024)

Existe algo tremendamente sensible en Todo lo que imaginamos como luz que a primera instancia, puede pasar desapercibido para la mayoría de la audiencia. Lo que probablemente ocurre en las percepciones iniciales, es el hecho de encontrar el filme de Payal Kapadia como uno que frente al escándalo de Emilia Pérez () o la popularidad efervescente de La sustancia () no diga algo valioso… de encontrarla tediosa en un por mayor y deleznable, más en relación a que ahora exista una incógnita de cómo semejante película terminara con el premio Grand Prix de Cannes del año pasado. No es ajena esa percepción que la aleja de las audiencias morbosas como las anteriores películas que uno puede notar, y ciértamente tampoco es que le ayude que Todo lo que imaginamos como luz se estrene frente a una aberrante adaptación de Minecraft… en donde ahora sí esos mismos juicios petulantes que se le suele hacer a otras películas con otras alternativas de visión, no parecen existir en un público masivo que apoyarían lo que se le podría definir como un tufo infumable que no vale nada.

Si es que por circunstancias extraordinarias sobrevive una semana más, la oportunidad de ver Todo lo que imaginamos como luz es demasiado valiosa… porque de nuevo, existe esa sensibilidad que lo acompaña a uno incluso saliendo de la sala de cine, una comunión pocas veces lograda entre realizador y momentos de un efecto sublime, en algo tan relativamente simple. Todo lo que imaginamos como luz propone una triada de historias que ocurren en paralelo sobre tres mujeres hindús. Las tres tienen como punto conectivo su oficio dentro de un hospital, y la relación que van construyendo como más que amigas, confidentes de las ansiedades sociales habituales femeninas. Parvathy (Chhaya Kadam) la más grande de estas tres, es una mujer que, frente al fallecimiento de su marido, tiene problemas para solucionar su inminente desalojo frente a una empresa de bienes raíces que busca oprimir a ella y a sus vecinos, para pasar a la construcción de un complejo habitacional para gente más joven. Bajo esos esquemas de edad Anu (Divya Prabha) es una enfermera estudiante que cuando no pasa el tiempo atendiendo con tedio las citas sobre control prenatal en donde conoce casos incongruentes para la idea moderna sobre el control anticonceptivo pero que forma parte de un triunfo de ideas conservadoras, comienza a salir con un joven musulmán que nadie parece darle el visto bueno, pero que ella ve como una mejor opción a la idea de prestar a ese mismo camino de viejas costumbres que encuentra inauditas y por ende, terminar casada con un hombre que no conoce bajo recomendación de sus padres.

Anu presiente que está en las últimas para desviar un camino propuesto por su familia visto como socialmente aceptable… y más porque no deja de verse reflejada en Prabha (Kani Kusruti), la mujer de en medio de estas edades y la protagonista del filme. Prabha es una enfermera que pasa la mayoría del tiempo en sus servicios médicos, pero aún con ello trata de atender causas que encuentra como justas, volviéndose el conector entre las dos mujeres ayudando con el caso legal de la primera y viendo cómo la otra se desenvuelve en su romance… y aquí Kapadia hace un absoluto control expresivo, de la melancolía, temática presente en las tres mujeres y sus circunstancias, pero la expansión de Prabha en el protagónico y en su agonía, es inescapable.

Como personaje Prabha rara vez expresa algo de descontento, ceñida totalmente en sus labores como para darle suficiente tiempo y atención a sus preocupaciones, pero Prabha no es una mujer de piedra: estamos ya en la última etapa de una esperanza que nunca vimos crecer, pero sí apagarse… de la idea de que su esposo bajo términos de un matrimonio arreglado regresara por ella y conocerla, y de paso volver a verlo tras la última vez que fuera en su ceremonia de bodas. Prabha no es ajena a la sensibilidad de las mujeres de su alrededor y es por ello que entabla amistad con Parvathy y en Anu encuentra quizás la figura de una hija que nunca existió en su camino de vida, y es un ejercicio doliente a más no poder. Kani Kusturi posee una mirada triste, que ve las pocas posibilidades de una idea romántica bajo sus ideaciones fantasiosas como único escondite de expresión… verla perder estas oportunidades o de ella misma ponerse el freno, es algo que agoniza de forma externa a la audiencia, Prabha es igual que su esposo, un espectro deambulando por una urbe demasiado avanzada y con mira a las nuevas generaciones lo suficiente como para ponerse a detener el mundo ante una mujer abandonada sin conocer el verdadero amor recíproco, son esos momentos de una lectura de poesía secreta, o del abrazo de una arrocera moderna que le llega como regalo de un anonimato conyugal, momentos solemnes que Kapadia presta atención, y que son detalles dentro de una idea natural de cómo superamos nuestra vaga existencia, de estos escalones de la realidad que nos gustaría tener a través de la cotidianeidad y con ello, termina exponiendo quizás una idea universal de la mujer como ama de casa frente a un mundo cruento que espera demasiada atención y dedicación a la fortaleza de respeto, más no de felicidad, de la idea de un gozo ya ni siquiera sexual: de algo cercano a un abrazo del alma.

Estos momentos tienen su punto sublime por lo menos en tres ocasiones y que curiosamente tienen la misma formalidad narrativa en la película, porque son confesiones. Estas no están lejos del aparato sonoro de la película, de hecho es algo con lo que empieza y ocasionalmente pierde su rumbo narrativo principal para deambular en otras cabezas y otras percepciones de su día a día para regresar a las tres mujeres… algo lejos de ser una falla y más, como a una situación de declaración que tenemos que atender, de estas confesiones que ahora sí, avanzan la trama, porque ocurren de manera directa a través de las mujeres y que ahondan en sus miedos. Prabha y Anu refuerzan este lazo maternal solidificado entre ellas, y encuentran similares sus situaciones como para mencionar lo extraño del matrimonio forzado, a su vez romántico en un sentido caballeroso de antaño… que se ha ido con la misma idea de un marido existente salvo por la arrocera roja como la pasión de una mujer que tiene despintada su vida.

Es en estos momentos en donde Ranabir Das registra en las imágenes no precisamente as las mujeres hablando, sino puntos de desfogue visual en esta franqueza emocional: la ventana abierta de una noche de viento solemne que atravieza en un zoom ligero hacia lo que parece ser otra ventana del fondo con luz, pero que es a la nada en realidad, de la confesión de amor de Anu y el erotismo entre manos de su amante, confeso frente a las diosas de la pared que comparten mundo con rayoneos pubertos del gran amor (esta en sí una idea que me recordó inevitablemente a Pasaje a la India de David Lean, la cueva como el misterio del placer y de la confesión de una vida insatisfecha).

Quizás en donde agarra más de sorpresa, es en la tercera ocasión en la que estas declaraciones ocurren… aquí Kapadia ofrece una visión por primera vez dentro de un razonamiento fantástico y da oportunidad a su protagonista, de encarar lo que nunca ha tenido, con un resultado de verdad lacrimal, triste de verdad pero el sello de una herida punzante por los años… y que le ofrece una vía alterna de sanación a una mujer que en medio de esa declaración, de afrontar la idea de no ser nada… deja de ser fantasma, y sentadas las tres, en esa mesita de un puesto de comidita nocturna, quizás encuentren la solución abnegada por todos los demás: quizás entre ellas encuentren la felicidad que nunca se les dio.

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