Cinthia Erivo y Ariana Grande llevan la batuta de una película a través de sus interpretaciones… porque de otra forma John M. Chu es incapaz de proponer algo visualmente atractivo en su labor como director de cine.
Pocas veces el cine logra obtener un impacto como el que ocurre en El mago de Oz (1939) de Victor Fleming. Dorothy (Judy Garland) acaba de llegar a un mundo fascinante en donde el technicolor explota, haciendo que la niña -y por efecto nosotros- olvide su realidad saturada de ocre, sólo para darse cuenta de que con su introducción inesperada al mundo de Oz, acaba de dejar un saldo de una muerta debajo de su casa a la que no llega siquiera a conocer, salvo el rigor mortis de sus piernas de spaguetti decoradas con unas zapatillas preciosas de rubí. El asesinato de Dorothy es motivo de celebración por parte de los munchkins, los castrosos habitantes del lugar que no dejan de cantar y marchar en tono agudo y para lo que le ruegas a todos los males de que alguien acabe con esto… con tus plegarias siendo finalmente atendidas por Margaret Hamilton que con su piel verde y una explosión de bienvenida y despedida regaña a Dorothy por su actuar. La bruja malvada es uno de los grandes villanos del cine porque su razonamiento es confuso en motivos para la niña pero jamás deja de ser constante y amenazador, una vacilación de la realidad con la mujer a la que más le teme encarnada en una más enigmática y de risa cruel aunada a un grupo de terroristas alados peludos genuinamente perturbadores; Dorothy es una pieza de ajedrez inconsciente de lo que acaba de hacer y que incluso desconoce los razonamientos de por qué le ha ganado a su enemigo cuando en un acto de nobleza intenta apagarle el fuego con una cbeta que le derrite con horror.
Aquí uno puede pensar que el bautismo de Dorothy exorciza de todo mal a la tierra de Oz pero la realidad es que hay algo extraño en el suceso, porque las promesas de un mejor futuro son resueltas de forma acelerada y por parte de fanfarrones que han mentido desde el inicio a la pobre pelirroja. Vamos, esto tiene qué pasar para que exista la película en sí, pero no deja de ser una punzada cínica y bastante graciosa con una hada que parece que está ebria ataviada de rosa y un fanfarrón mentiroso que les ofrece a las dudas existenciales del equipo de Dorothy genuina basura que no resuelve sus dudas porque ahora tiene que regresar al mundo real y el cual ni siquiera es un maldito mago pero que logró escalar a una posición dictatorial a través de engaños y mecanismos.
Es esta aceleración de un tercer acto lo que ha despertado la imaginación de miles de personas, quienes han llegado a considerar las ramificaciones de que consideremos a la mujer de piel verde como la villana del cuento cuando en realidad, no la conocemos mucho. De entre esos soñadores del asunto se encuentra Gregory Maguire quien en 1995 terminaría publicando una novela titulada Wicked: Memorias de una mala bruja y que al igual que la la obra de L. Frank Baum y la película de Fleming… no se le puede negar su relevancia y popularidad. Quizás siendo el ejemplo más exitoso de una obra revisionista ante los clásicos y que decide tomar el mundo del clásico literario consciente de una anarquía en reglas y repleto de violencia caricaturizada y hórrida, en un relato que habla de la corrupción de los hombres en sociedades utópicas, del desprecio a las minorías relegadas a desechos inútiles para el ascenso totalitario y en donde la figura de rebeldía resulta ser Elphaba, la mujer de piel verde y perfil aberrante que se vuelve parte de un conflicto de guerra civil entre los habitantes de Oz y a quien constantemente la novela establece la tragedia de aquellos villanos que son eso, villanos por las “selección natural” de aquellos que consideramos aptos para ser socialmente aceptados en la normativa.
Estos temas quedarían un tanto deslavados para cuando Wicked llegó al terreno dramático de Broadway, bajo la supervisión del letrista y compositor Alvin Schwartz, quien la gente puede reconocer como el compañero de Alan Menken en las películas de Disney tras la muerte de Howard Ashman y… de nuevo, al igual que sus otras presentaciones del mundo de Oz, el éxito de Wicked en teatro para el año 2003 es imposible de medir como uno de los blockbusters teatrales modernos. equiparable con titanes populares de la talla de El fantasma de la ópera de Andrew Lloyd Webber o El Rey León de Julie Taymor.Y si bien Wicked El musical terminó siendo motivo de burla e infamia en los Tony’s de ese año al ser la mayor nominada y perder frente a la irreverente Avenida Q el mayor premio de la noche, el paso del tiempo le daría la razón a Elphaba y a una generación de personas que crecieron con su discurso de aceptación, uno que reforzaba una idea mucho más abierta a la interpretación queer de la obra que le permitió abrirse brecha de los musicales favoritos de comunidades alternas y el voto popular… algo a su vez reflejo de un fenómeno de mayor apertura de identidad pública conforme el teatro espectacular de tintes Broadway se abría paso a una generación de consumo que iba mucho más allá de la obra y el diferentes puntos del mundo que no fuera la famosa avenida.
Eso naturalmente hizo que el objetivo de Universal – el estudio que de inmediato compró los derechos de la novela- fuera el hacer que Wicked tuviera una adaptación fílmica con la que se pudiera saciar esas ansias dentro de su séquito, pero el esfuerzo resulto ser infame porque a pesar de tener el material ideal para poder trasladarse a la pantalla grande sin mucha dificultad, una serie de decisiones dentro del estudio para dar prioridades a otras adaptaciones musicales mantendrían en vela de producción a Wicked desde el 2004 cuando ya se rumoraba con el cast original. Entre que se terminan cruzando las lamentables adaptaciones épicas de Los miserables (2012) y Cats (2019) de Tom Hooper que no son bien recibidas por las audiencias y que desestiman la idea agresiva “realista” del inglés también aplicando la decisión de grabar el audio de los intepretes en directo que deja resultados irregulares, Universal por un instante pierde interés y con ello también los directores contemplados para adaptar Wicked hasta que, una pandemia después finalmente anuncian que el encargado de la que vendría siendo la gran obra de la temporada para el estudio y principal carta de la ceremonia de premios, sea John M. Chu. No exactamente el director más soñado y aclamado para el proyecto y eso, se deja ver.
Sorpresivamente iba esperando que Wicked: Primera parte fuera un desastre como esa película de los gatos que sufren cada segundo de vida entre sus efectos especiales y el hecho de que tengan una canción de Taylor Swift, encima a los años de constantes retrasos y problemas del set y… una extraña serie de entrevistas entre Ariana Grande y Cinthia Erivo que parece que mataron a alguien o están dentro de un culto, encima del ego inflado de Erivo que se llegó a pelear con fanáticos que hacían posters inspirados en el musical y que ella tachó de agresiones misóginas, y sin olvidar el hecho de que la mercancía de Wicked: Parte uno mandaba a un sitio pornográfico porque los encargados de productos no se pusieron a investigar si tenían comprado el sitio web.
Pero quizás el mayor problema radica en que Wicked ahora se encuentre con la ambiciosa idea de exprimir hasta lo más posible la idea de taquilla separando la película en casi 5 horas de duración total que sobrepasan la duración original de la obra de teatro, pero eso tiene una idea bastante astuta, porque lo que no permite el teatro por sus modalidades de expandir secuencias y extendiendo el uso de sets esperando la dirección sentimental y narrativa de sus canciones como principal guía, Wicked Parte 1 expande las ideas del musical e incluso agarra de base una que otra propuesta de la novela original haciendo una construcción mucho mejor realizada y en servicio de que las dos protagonistas se luzcan.
Lo cual también es una gran sorpresa.
Lejos de imitar lo que Idina Menzel y Christin Chenoweth construyeron con Elphaba y Glinda respectivamente, Erivo y Grande reinterpretan a los personajes aprovechando las fortalezas individuales y sin querer hacer calcas que demeriten sus construcciones.
En el caso de Ariana Grande -y quizás la mayor oferta hacia el público que quiera acercarse a Wicked por primera vez- sí persiste la estupidez del personaje, pero a diferencia de la ira un tanto explosiva inestable de Chenoweth que se traducía en un canto con el que jugueteaba para ocultar su frustración frente a su proyecto, su Glinda se esfuerza en una cadencia física exagerada, como la de un andar flotante bastante inusual considerando el resto de los demás habitantes y ensimismada en su mundo de constante gloria rosa egoísta.
Eso no es precisamente una modalidad atonal y Ariana Grande logra en pocos momentos usar su perfección y ligereza para ocultar la relación que va construyendo con su amiga, y que conforme pasa el filme esta va teniendo un camino que empieza por la envidia y termina generando un lazo de amor y amistad noble, un cambio de bondad de parte de la peor persona posible y que conecta con el canto.
Mismo caso y quizás más sorprendente sea Erivo que a diferencia de Menzel que ejercía una seguridad completa en su complexión y en la energía de su canto potenciado, Erivo deja que esto también sea de cocción lenta, dejando de vez en cuando una muestra de la seguridad a la que le han arrebatado por los prejuicios. Erivo es muy emocional y no es sorpresa ver que en esa timidez se escondan ojos de sufrimiento convincentes, de una persona desolada pero que trata de hacer lo correcto, y que en este encuentro con la rubia hueca comienza abrirse para comenzar a razonar sus juegos y volverla parte de su campaña, y para la estructura de Wicked: Parte 1 dedicada al primer acto de la obra, esto se culmina de manera triunfal con Elphaba aceptando su condición, abrazando para los demás la idea del villano pero con la emoción desbordada del acto más célebre de toda la obra.
El resto tampoco lo hace mal. Wicked tiene uno de esos casts musicales que no cojean, entre los que se destacan Jonathan Bailey como Fiyero es muy gracioso como un príncipe que se adapta a la construcción de máscaras de las protagonistas, si al final de cuentas tanto Glinda en su aparente perfección se esconde de ser una persona insegura y temerosa de no cumplir las espectativas predispuestas y Elphaba termina arrojándose a las percepciones malignas que todo mundo espera de ella, Fiyero en un elevado machismo ridículo en donde se ve encantador y una bomba sexual, pero que también es astuto observando la realidad que le esconden para quedar bien con él. Marissa Bode como Nessa trata de llevar su propia historia alejada de su hermana a quien suele atraer las malas vibras por naturalidad y que quiere imponerse a la idea patética que todo mundo predispone de ella por su discapacidad -en algo que Bode padece en la vida real y que la película jamás presenta como objeto de burla- e incluso Jeff Goldblum como el Mago usa su característico tono de tartamudeo y genialidad en una rara ocasión de verlo como villano descorazonado.
El principal problema de Wicked: Parte 1 no es el esfuerzo de su cast, ni siquiera en los sets que tiene a su favor que pueden llegar a ser construcciones físicas palpables y evocativas, no… el problema es que como película Wicked tiene una construcción bastante mediocre de parte de Chu como un director más en servicio de lo que en automático va a poder ofrecer una adaptación de la obra -eso sí, no estorba en la propuesta de sus actores- pero que es incapaz de construir complejidad en su lenguaje fílmico. Rara vez las tomas ofrecen un ángulo interesante a la hora de capturar tanto los segmentos musicales que ofrecen coreografías que no se sienten naturales, dictaminadas por un ejercicio teatral pero lejos de una verosimilitud del espacio o como modelos de expresión de los actores que enfrentan situaciones, ni mucho menos en los momentos de calma.
Es de hecho, una película que raya en un absurdo, con nulo bloqueo de escena, o composición, y la carga kinestésica que se logra construir termina eliminada en un montaje simplón, plano como todo lo que Chu propone en donde el efecto musical no hace otra cosa más que la de sentirse hueco. Y por supuesto, el hecho de que por alguna razón Wicked decida capturar su espacio y escenarios, con una luz bastante opresiva y la opacidad de colores, lo cual suena tan ridículo por su parte esperando una construcción real del escenario y de los números musicales si uno toma en cuenta de que la historia se traslada en un mundo de fantasía y esto NUNCA representó un problema para El mago de Oz de casi 100 años de existencia y en donde hasta la fecha sigue haciendo efecto en las audiencias del llanto melancólico y la aventura, entre la maravilla de su Technicolor.
Entre más lo pienso más llega a decepcionarme Wicked Parte 1 en ese terreno, pero es algo que tristemente es efecto de la modernidad dentro de la industria, que decide por alguna razón atender tonos apagados no importa la situación o espacio que razone. Si el hecho de que una película de gladiadores, una de horror o una fantasía mantengan esa idea plana, el problema entonces debe exister en el uso de la tecnología digital que compromete ese decoro… pero incluso teniendo como referencia cosas como Barbie (Greta Gerwig) del año pasado y en donde Rodrigo Prieto ofreció un mundo plástico pero explosivo de gamas visuales, más bien se trata de la capacidad artística del puesto en el mando.
Es algo que se debe pensar viendo Wicked Parte 1. La fortaleza de su cast y las interpretaciones vale la pena, pero es un ejemplo bastante inaudito de la carencia ejercida bajo la dirección que deja en agonía un producto que tenía todas las de ganar. Lo único que queda es esperar una mejora de parte de Chu a quien por el amor de Dios que alguien encierre en una cabaña con una tele que proyecte West Side Story (2021) de Spielberg, a ver si se le pega algo de interés por narrar lo que la cámara puede ofrecer para redondear la dramatización de aquellos que están haciendo su trabajo.