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sábado, septiembre 7, 2024

Cuerpos que no importan: Relatoría de la gestación

Karla Jhoana N. S

A Ida que tiene el entrecejo de su padre.

Este no es un texto académico, tampoco tiene mucho de divulgación, me parece más una carta de quejas, como aquellas que enviaban las mujeres a Luis XVI en el cuaderno de quejas; solo que las mías no tienen un destinatario concreto. Esto se trata del proceso de gestación. Y es que desde que me enteré que estaba embarazada y comencé a compartirlo, me di cuenta que, para la gente, yo había desaparecido y se centraron en el pequeño saco vitelino que ahora se llama Ida. Supongo que eso era de esperarse, las feministas lo han advertido desde Simone de Beauvoir en El segundo sexo, la maternidad redime a las mujeres, las coloca en su destino biológico patriarcal. (Beauvoir, 2012) Es decir, estaba ya cumpliendo mi mandato. Al menos así lo sentí. Todo cambia, las miradas hacia una cambian, dejé de ser-tener un cuerpo que no importa para ser un cuerpo gestante. Además, las personas que conocían mi nueva condición, sorprendentemente, se mostraban afables y cuidadosas. Algunas, ni siquiera estaban en mi panorama de identificación. De pronto, los cuidados se volvieron recalcitrantes. Por todas partes, familia, médicos, amigas y no amigas, me decían qué hacer, qué no hacer. No cargar, no hacer deporte, no estresarse, no mal-comer, no teñirse el cabello, no desvelarse. Básicamente ser una vasija saludable. Lo entiendo de mi ginecólogo, él decía que debía tener cuidados por mis antecedentes: dos abortos y la casi imposibilidad de gestar. Ida es una especie de milagro. Una verdadera sorpresa.

Sólo pasaron unas cuantas semanas para que el sueño, las náuseas, los antojos comenzaran a aparecer, lo mismo que el malhumor, el llanto y la alegría, un estado de ambivalencia te invade de maneras insospechables. No hay nada peor que ver que tu cuerpo cambia, la barriga se hincha y te crece todo: las caderas, los pechos, los brazos, las piernas, los pies, el rostro. Fue la primera vez que sentí que la consigna “Mi cuerpo es mío” no me resonaba ni me hacía sentido. Claro, bajo la condición que yo elegí. A lo que me refiero es a no reconocerte cuando estás frente al espejo. Esa no soy yo. Y no se diga con la pigmentación, hay lugares que se oscurecen, quién sabe cuándo volverán a su color, si es que vuelven. Una amiga me contó que ella tardó dos años en despigmentarse. Recuerdo que hacia el final de la gestación veía con horror mis tobillos y mis pies, eran como de un elefante: estos no son mis tobillos, estos no son mis pies. Creo que me daba asco verme. Las náuseas fueron cotidianas durante mi embarazo. Al principio por la progesterona y después por mi autopercepción, como le dicen en fenomenología, la propiocepción. Lo que quiero decir es básicamente: una nunca es nuevamente una. Hay aquí un problema. Yo le llamaría un desplazamiento de la identidad. Según Paul Ricoeur, cuando nos planteamos la pregunta por la identidad no debemos centrarnos en el ¿qué soy? sino en el ¿quién soy? Eso supone recoger de la teoría narrativa la idea de la acción, es decir, soy aquel de la acción. (Ricoeur, 2008) Estar embarazada no es una acción, es un estado del cuerpo, ya lo veía también Simone de Beauvoir en El segundo sexo, por eso me parece que lo considera parte de la inmanencia no así de la trascendencia, no abona al proyecto existencial. (Beauvoir, 2012)

Además de este no-encontrarme resulta que mi embarazo tejía otra vena, la de la incertidumbre. Había antecedentes, dos abortos diferidos. De pronto dejaba de latir el corazón de los fetos. Mis fetos, mis hijos. Antes de Ida fui madre de dos hijos muertos, como lo dice Isabel en su propio relato. (Zapata, 2021, p.163) Una nunca se nombra así, pero es lo que se siente. El primer y el segundo trimestre me abrazaba el temor más horrible. Siempre y cada visita pasaba por mi cabeza un pensamiento a modo de rezo: que lata su corazón, que lata, mientras la tensión se iba por los cielos. El ginecólogo pensaba que yo era hipertensa, yo le decía: que no, que no, es que me pongo muy nerviosa. Pero una nunca sabe más sobre su propio cuerpo que los especialistas. De esto hablaré en una segunda parte. Los médicos y la violencia gineco-obstetra también son parte de esta queja. En fin, pasaban los días y me atravesaba sólo una pregunta ¿Cómo hago para que mi milagrito no se muera? Mi mayor deseo era que mi cuerpo la mantuviera con vida. Este deseo dio lugar a otra sensación ambivalente: quiero explotar de alegría, pero no, no puedo, no debo. Tengo que contenerme. Ya no es un saco, es “un corazón que late”, para decirlo en palabras de Jazmina. (Barrera, 2020, p.12) Un embrión, luego un feto. Semana 23, hicimos el ultrasonido estructural. Me refirieron con una ginecóloga especialista en ello. La impresión diagnóstica: feto único, vivo, situación variable. Estructuralmente sin alteraciones aparentes. Luego varias medidas y fotos que no entendía, pero me percaté que en una de ellas tenía el entrecejo de su papá. Hay una cosa que me dijo la ginecóloga que no comprendí: es niña, garantizado hasta los quince años. Quién sabe qué quería decir.

No compré ropa hasta los seis meses, en gran parte porque mi mamá me decía: aún no compres nada. Mi miedo también era el suyo. Cuando llegamos a las 30 semanas, pensé que la habíamos librado… fuimos a la playa, su papá y nosotras. Nunca antes me sentí tan feliz. Los problemas comenzaron a nuestro regreso. Visita de rutina al ginecólogo, pregunté si me debía hacer la prueba de glucosa, me mandó a realizarme el estudio y días más tarde emitieron el resultado: resistencia a la insulina. Entonces, tuve miedo nuevamente pero esta vez de volverme diabética, mi familia paterna tiene esa herencia. Me he cuidado toda la vida para evitar ese mal que vuelve a la gente más necia y neurótica de lo que normalmente es. Cuando fui a llevar los resultados mi ginecólogo me recetó metformina, ahí me sentí con la diabetes en el cuerpo.

Había más, mi presión estaba disparada, diagnóstico: preeclampsia. El ginecólogo me dijo: debes cuidarte porque es la causa número uno de muerte materna. Eso se sintió como balde de agua fría. Además, a través del ultrasonido observó que Ida no había crecido, había retraso en crecimiento fetal. Para el 27 de enero ella pesaba 1300 gramos. No dejaba de pensar en que había una posibilidad amplia de que ella no sobreviviera. Para ese momento estaba muy agotada corporalmente pero también muy angustiada por mi pequeña hija arcoiris. Me han dicho que a bebés como ella se les llama así. Vienen después de los hermanos muertos no nacidos.

Soy profesora, a finales de enero comenzaron las clases. Fui dos semanas. Me puse muy mal, recuerdo que llegué a clases a las 7:00 am, estaba introduciendo al estudio de la filosofía. Mientras hablaba mi corazón latía muy fuerte, sentí que se salía. Esperé a que dieran las 8:30 am para ir a mi red médica, está ahí mismo. El médico me tomó la presión, la tenía por los cielos. Me dijo: te voy a mandar de incapacidad y luego el permiso por maternidad. Debes cuidarte. ¿Cuánto pesa tu bebé?, la última vez, respondí, 1300 gramos. Ante ello, sugirió que Ida no sobreviviría. Lloré. Afortunadamente una de mis amigas cercanas estaba ahí, ya no recuerdo en qué momento llegó. Pero le hizo saber al médico que no tenía que decirme esas cosas. Me llevaron a casa. Soy afortunada de tener gente que me quiere, que dejó su chamba para ponerme a salvo. Quisiera traer aquí el proceso médico y el parto. Para seguir, necesito escribir una segunda parte. Y así explicar por qué he pensado que la gestación es un recordatorio de que nuestros cuerpos no importan.

 

Barrera, J. (2020) Linea Nigra. Almadia.

Beauvoir, S. d. (2012) El segundo sexo. Debolsillo.

Imaz, E. (2020) Convertirse en madre: etnografía del tiempo de gestación. Ed. Cátedra.

Ricoeur P. (2008) Sí mismo como Otro. Ed. Siglo XXI.

Zapata Isabel, (2021) In vitro. Almadía.

Sporadikus
Sporadikus
Esporádico designa algo ocasional sin enlaces ni antecedentes. Viene del latín sporadicos y éste del griego sporadikus que quiere decir disperso. Sporás también significa semilla en griego, pero en ciencia espora designa una célula sin forma ni estructura que no necesitan unirse a otro elemento para formar cigoto y puede separarse de la planta o dividirse reiteradamente hasta crear algo nuevo. Sporadikus está conformado por un grupo de estudiantes y profesores del departamento de filosofía de la UG que busca compartir una voz común alejada del aula y en contacto con aquello efervescente de la realidad íntima o común. Queremos conjuntar letras para formar una pequeña comunidad esporádica, dispersa en temas, enfoques o motivaciones pero que reacciona y resiste ante los hechos del mundo: en esta diversidad cada autor emerge por sí solo y es responsable de lo que aquí se expresa.

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