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sábado, mayo 10, 2025

Del dolor país a la doloridad: acompañar a las madres buscadoras

Sandra Estrada M.

Porque quienes buscan no son silencio, son semilla.

No son lágrimas, son memoria.

No son derrota, son horizonte.

CNI y EZLN

Hace casi 25 años, Silvia Bleichmar, psicóloga y socióloga argentina, acuñaba el término dolor país, aludiendo a los índices principalmente económicos y en general a las formas de medir y con ello pronosticar las posibilidades o hasta las esperanzas de los países pobres que, como suele ocurrir, es sobre quienes recaen este tipo de mediciones paradójicamente innecesarias para quienes ostentan nombres propios suficientemente pesados como para no tener que pasar por estos indicadores. En concreto, dolor país hace eco del riesgo país, ese otro índice que mide el grado de peligro que supone un territorio para las inversiones extranjeras; un dato que resultaba de gran utilidad en escenarios neoliberales y que hacía que miles de personas de a pie se mantuvieran en vilo asumiendo que de este número dependían asuntos vitales como conservar su empleo, o poder seguir comprando su despensa.

A partir de esta idea, hace tiempo que me pregunto cuántas veces habremos roto en México ese récord de dolor país, que según esta autora “se mide también por una ecuación: la relación entre la cuota diaria de sufrimiento que se le demanda a sus habitantes y la insensibilidad profunda de quienes son responsables de buscar una salida menos cruenta” (Bleichmar, 2007, p.51). Por ejemplo, el reciente hallazgo del Rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, y las subsecuentes declaraciones de autoridades y políticos abonó a ambas dimensiones dando cuenta de la insensibilidad de quienes nos gobiernan, pero también evidenció para las miles de buscadoras[1] los más temidos escenarios que caracterizan a la desaparición en nuestro país: la tortura, el reclutamiento forzado, la muerte y el ocultamiento de los restos, elementos con los que Pilar Calveiro (2020) ha caracterizado ese dispositivo desaparecedor contemporáneo.

Cuantitativamente, también hemos ido batiendo récords. Las cifras de personas desaparecidas hoy son difíciles de superar por alguna otra nación, pero lo que es peor, representan el grito desesperado de miles de familiares, de decenas de miles de mujeres convertidas en madres buscadoras. Este término que pudiera de bote pronto pensarse como una categoría identitaria (quienes buscan a sus hijos/as) es en realidad una nomenclatura política puesto que involucra la organización colectiva; implica volver comunes las ausencias de quienes integran cada agrupación: es decir buscarles a todos. Las madres buscadoras son sujetas políticas porque ejercen su derecho a buscar y con ello vuelven evidente la inacción y ocultamiento del Estado, porque eso las lleva a asumir una postura que de muy distintas formas se enfrenta a esa insensibilidad de quienes desde sus escritorios o curules siguen negando e invisibilizando la desaparición y las violencias que nos rodean.

Pensar la maternidad en clave política puede parecer disonante en primera instancia, pero deja de serlo si tomamos la dimensión de lo político en un sentido amplio, si recuperamos la afirmación de que “Lo personal es político” (Millet, 1970), si nos permitimos conectar el ejercicio maternal casi siempre pensado íntimo, privado o doméstico y, sin desplazarlo totalmente, reconocer que no por ser personal deja de ser político, sino que es ambas cosas.

Como botón de muestra está nuestro 10 de mayo, que ha sido desde hace décadas un día para romantizar la maternidad en la privacidad de cada electrodoméstico regalado, pero que a partir del 2012 es también el día de la Marcha de la dignidad nacional durante la cual salen a las calles las madres buscadoras reclamando la atención de la sociedad mexicana, visibilizando la tragedia que hoy atraviesa a más de 127 mil familias en este país.

Ellas viven la terrible sentencia de no haber podido controlar la existencia de sus hijos o hijas, a pesar de haber volcado sus esfuerzos en la crianza, resultado de la imposibilidad de “fundar una existencia, que tendrá que fundarse ella misma” (De Beauvoir, 2017, p. 649). Esta ominosa tragedia profundiza el dolor al ser ellas, sus madres, quienes pudieron gestar y luego alimentar, procurar, proteger y garantizar la existencia de ese nuevo ser, cuyo devenir sin embargo les fue posteriormente arrebatado. Ante esas miles de ausencias, ellas se han organizado y son cada vez más las ciudades en las que hoy, 10 de mayo, nos muestran esa lacerante cara de la maternidad, porque salen a exigir aparición con vida. Nos interpelan cuando con voz firme recuerdan: “¿Por qué los buscamos? Porque los amamos”.

Ese amor desbordado en búsqueda deja ver también las profundas huellas del dolor que significa no saber el paradero ni la condición de un hijo, ese dolor que repiquetea en forma de preguntas “¿tendrá frío?”, “¿habrá comido?”, preguntas que van enrareciéndose pues además de volver una y otra vez, no lo hacen en cualquier escenario, son que irrumpen en medio de noticias que dan cuenta de tortura, reclutamiento forzado, fosas clandestinas, expresiones y formas desmesuradas de violencia, demostraciones constantes que van incrementando en crueldad y que caracterizan a la necromáquina, concepto con el que Rosanna Reguillo define a la realidad mexicana y que como ella misma afirma, es “la disolución de la vida en un estado de emergencia” (Reguillo, 2021, p.130).

Y frente a todo esto, ¿cómo reaccionamos?, ¿cómo seguimos a pesar de la tendencia a la alza del dolor país? ¿Qué hacemos frente al impulso de huir de ese profundo dolor que inunda las noticias?

Mientras escribía este texto vi una nota que me estremeció al hacer el primer scrolling en el celular: María del Carmen Morales, del colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco, fue asesinada junto a su hijo como resultado de una agresión directa la madrugada del jueves 24 de abril. Ella y su hijo murieron en el mismo barrio en el que su otro hijo, Ernesto Julián, fue desaparecido el 27 de febrero del 2024 y a quien buscaban desde hace poco más de un año. ¿Cómo salir del pasmo que produce semejante noticia?

Al igual que María del Carmen en Jalisco, fueron asesinadas en Guanajuato: Rosario Zavala en 2020, María Carmela Vázquez en 2022 y Teresa Magueyal en 2023; además, Lorenza Cano está desaparecida desde enero de 2024. Todas ellas encarnaban ya ese nombre que hoy protagoniza la movilización social en nuestro país: madres buscadoras. Todas ellas despertaron un día a la tragedia de no saber el paradero ni la condición de aquellos por quienes se desvelaron tantas noches; y por todas ellas sus compañeras han seguido exigiendo justicia y seguridad para seguir con sus tareas de búsqueda.

Sin poder aún procesar lo que implica el creciente número de personas desaparecidas, como sociedad ahora estamos lidiando también con el horror de las violencias ejercidas hacia las buscadoras.

Insisto ¿Qué hacemos frente a tanto dolor?

Revisando los casos de niños y niñas indígenas australianos que a principios del siglo XX fueron secuestrados por el gobierno en una cruel política de asimilación, Sara Ahmed se detiene en el caso de Fiona, una niña a quien se llevaron junto a sus hermanos y se pregunta “¿qué habría sido si no te hubieran secuestrado?”. Esta pregunta me lleva a pensar en los miles de hubieras que quedan atrapados en ese robo de la posibilidad futura de existir. Ahmed nos presenta el expediente en el que Fiona describe cómo llegó la policía mientras jugaban, cómo subieron también a su madre al camión y refiere: “Naturalmente una madre tiene a sus hijos e hijas en el corazón, y que se los lleven, nadie puede nunca saber cómo duele el corazón” (como se cita en Ahmed, p.75).

El dolor de la desaparición, el dolor que vive una madre al no poder ya saber nada sobre sus hijos es tan profundo y abrumador que no lo conocemos del todo, “no podemos sentir su dolor, su pesar, y aún así nos conmueve la historia” (Ahmed,2015, p.75). Por eso es necesario evitar la indiferencia que puede venir aparejada a la magnitud de las cifras.

Dejarnos tocar por el dolor de las madres buscadoras es fundamental para hacer eco de sus exigencias, para respaldarles frente a esa insensibilidad y las francas violencias burocráticas que vienen del Estado. Reconociendo que es un dolor tan profundo que no hay empatía que alcance, debemos, sin embargo, apelar a sus dimensiones políticas y considerarlo como un llamado a la acción. Escuchar sus exigencias este 10 de mayo puede acercarnos a lo que Ahmed propone como ética de respuesta al dolor y que supone tener la apertura para afectarnos incluso por aquello que no podemos sentir.

Las colectivas feministas han acompañado muchas veces a las madres buscadoras. Tal vez nos toca también acuerpar y arroparles con esa doloridad que propone Vilma Piedade. Dororidade en el original portugués contiene la densidad de la historia de esclavitud en las mujeres afrobrasileñas, es un nuevo concepto que reconoce las heridas transgeneracionales y que evidencia sufrimientos que quedaban invisibilizados en la sororidad. Doloridad viene de dolor, pero también de sororidad, ese pacto político entre mujeres. Tal vez sea este el momento para renovar ese pacto, para renunciar a la indiferencia y prestar escucha pero también acción solidaria a las madres buscadoras, para acompañar ese profundo dolor.

En medio de tantos indicadores: inflación, percepción de seguridad, índices delictivos, el dolor país se acentúa y se profundiza en estos días. No dejemos que nos paralice, salgamos de esa condena de esterilidad a la que nos arroja apenas el asomo de imaginar el dolor de perder a quienes más queremos. Hagámoslo, como sugería Silvia Bleichmar (2007), mediante la convicción inexorable de que tenemos el derecho de recuperar nuestros sueños, los nuestros y los de ellas: las madres buscadoras.

Referencias

Ahmed, Sara (2015). La política cultural de las emociones. CIEG, UNAM.

de Beauvoir, Simone (2017). El segundo sexo. Cátedra.

Bleichmar, Silvia (2007). Dolor País y después… Libros del Zorzal

Calveiro, Pilar (2020). Desaparición y gubernamentalidad en México. Historia y Grafía, (56), 17-52.

     Congreso Nacional Indígena, Colectivos, y Ejército Zapatista de Liberación Nacional. (22 de marzo del 2025).Carta a las madres, padres y familias buscadoras de Jalisco y todo el país.https://enlacezapatista.ezln.org.mx/2025/03/22/carta-del-congreso-nacional-indigena-grupos-colectivos-organizaciones-movimientos-y-personas-individuales-de-mexico-y-el-mundo-y-el-ejercito-zapatista-de-liberacion-nacional-a-las-madres-padres/

Millet, Kate (1970). Política Sexual. Ediciones Cátedra.

Piedade, Vilma (2021). Doloridad. Editorial Mandacaru.

Reguillo, Rosana (2021). Necromáquina. Cuando morir no es suficiente. NED.

[1] Si bien este texto está dedicado a las madres, es importante reconocer también que entre las buscadoras hay hermanas, esposas, hijas, tías, cuyo dolor es también inconmensurable.

Sporadikus
Sporadikus
Esporádico designa algo ocasional sin enlaces ni antecedentes. Viene del latín sporadicos y éste del griego sporadikus que quiere decir disperso. Sporás también significa semilla en griego, pero en ciencia espora designa una célula sin forma ni estructura que no necesitan unirse a otro elemento para formar cigoto y puede separarse de la planta o dividirse reiteradamente hasta crear algo nuevo. Sporadikus está conformado por un grupo de estudiantes y profesores del departamento de filosofía de la UG que busca compartir una voz común alejada del aula y en contacto con aquello efervescente de la realidad íntima o común. Queremos conjuntar letras para formar una pequeña comunidad esporádica, dispersa en temas, enfoques o motivaciones pero que reacciona y resiste ante los hechos del mundo: en esta diversidad cada autor emerge por sí solo y es responsable de lo que aquí se expresa.

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