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domingo, mayo 18, 2025

Desaparecidos: más le vale saber

David Licea

 

Para Ana Delgadillo, Marcela Turati y Fabrizio Lorusso, investigadores y luchadores incansables por la verdad, la justicia y la memoria, por su generosidad y valentía.

 

En pleno centro de la capital de Córdoba, Argentina, se encuentra el Archivo Provincial de la Memoria/ ex-D2 justo en la Plaza San Martín. Ahí, en un espacio recuperado tras la dictadura cívico militar del siglo pasado, se erige un sitio que rescata imágenes, objetos personales, testimonios directos e indirectos de los que ahí fueron detenidos-desaparecidos por el terrorismo de Estado. Aunque no se crea en fantasmas, paulatinamente las sensaciones de lo que allí ocurrió se apoderan de sí y alteran la percepción por la fuerza imaginativa de un pasado siniestro. No es que uno imagine activa y voluntariamente los hechos sino a la inversa, la imaginación y el cuerpo son golpeados por los recuerdos recuperados y las marcas dejadas ahí, y aún conservadas por sus “habitantes”, rasguñando las paredes con las uñas: Oscar Chabrol, me quieren matar, desaparecido hasta hoy.                                                                                                                                              En algún momento del recorrido las emociones se sobrecargan y se diría que, de la reconquista democrática de ese lugar, ahora uno es tomado hasta el sobrecogimiento que puede, o no, en algún momento derivar en lágrimas o franco llanto. Abatidos por el “pasado”, agotados, caemos en una banca sin saber muy bien por qué, pues en realidad no se trata de uno, cosa que hay que evitar a toda costa, sino de los otros, o mejor, de la comunidad de unos y otros, de la communitas de dolor (Diéguez, 2013), transindividual, transgeneracional, e internacionalista. Como diría el filósofo Deleuze:

La emoción no dice ‘yo’, se está fuera de sí. La emoción no es del orden del ‘yo’, sino del acontecimiento. Es muy difícil captar un acontecimiento, pero no creo que esta captación implique la primera persona. Habría que recurrir más bien, como Maurice Blanchot, a la tercera persona, cuando dice que hay más intensidad en la proposición ‘él [o ella] sufre’ que en ‘yo sufro’ (2008, p. 172).

Entonces, para comprender debemos dejarnos afectar hasta el temblor si es necesario; aquí el duelo y las lágrimas se revelan fundamentales de un posible cambio colectivo y transhistórico: el pasado nos modifica y nosotros a él, y a sus víctimas, en el presente. Llamemos a esto: potencia revolucionaria del duelo, las lágrimas y el dolor; potencia requirente de un lugar simbólico, producto a su vez de luchas democráticas insurgentes previas y posteriores, so riesgo de perderse esos espacios de memoria combatiente por los poderes reaccionarios de ayer y hoy.

Si ahora consideramos la situación de las desapariciones masivas en México las cosas cambian en ciertos aspectos. En primer lugar, porque formalmente no fuimos gobernados en el siglo pasado por una dictadura sino por una democracia populista, pero igualmente practicante del terrorismo de Estado; la cuestión es que aquí, en consecuencia, no hubo una “recuperación” democrática, sino una cuestionada “transición democrática” desde un partido único a la competencia electoral no necesariamente democrática en sí, en el que, y esto es lo importante, la desaparición forzada no ha dejado de incrementarse con los años a niveles escalofriantes. Aquí la impunidad nunca fue interrumpida por algún juicio a los responsables (como se hizo en el Cono Sur) de las desapariciones forzadas y en consecuencia su práctica se ha multiplicado y adquirido características, si acaso cabe la comparación, más siniestras.

De la desaparición forzada estatal-institucional, se ha pasado a una desaparición por parte del crimen organizado o a una combinación de ambas en un círculo vicioso y vertiginoso. En este contexto, los “nuevos desaparecidos” no cuentan con sitios de memoria, pues ahora el desaparecido debe ser buscado en las ciénagas, desiertos, casas, ranchos, fosas comunes y clandestinas, no ya en instalaciones gubernamentales. Aquí los memoriales deberán surgir al aire libre, lo que supone una tarea titánica, más no imposible y urgente, aunque incómoda y problemática.  Si antes se enfrentó a la desaparición, ahora nos encontramos frente a la desaparición de la desaparición en el régimen neoliberal del capitalismo mundial, en el que el cuerpo y la vida humana ha devenido “mercancía encarnada” (expresión de la filósofa Sayak Valencia) o en menos que nada. Nos topamos con un complejo “entramado” (Turati, 2023) de la desaparición posmoderna en que los diferentes poderes desaparecedores se conjugan para hacerla posible: desde los poderes estatales y criminales- empresariales, hasta los mediáticos, burocrático-administrativos y judiciales, ante los cuales, las mayorías nos encontramos expuestos cada vez más.

Ante ello no contamos, o solo escasamente, con espacios de recuerdo, sobrecogimiento, compartimiento del dolor – esto es: su politización, no su “superación” y apaciguamiento reconciliador – que nos permitieran su organización y manifestación pública. Si los hechos y sus consecuencias y peligros sobre el tejido social no son reconocidos, ni visibilizados, el dispositivo desaparecedorsigue vigente y funcional día a día, como uno de sus condiciones de posibilidad.

Hagamos uso de otra imagen, útil cuando las teorías y palabras no parecen tocar la realidad ni provocan la movilización, para pensar la desaparición. En la película de González Iñárritu, Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (2022), el protagonista Silverio Gama camina por las calles semi desoladas del centro de la Ciudad de México; de pronto aparecen sombras de dos personas alterando la normalidad. Continuando su travesía, ya sin las sombras, las calles van adquiriendo vida, pasa por un comercio llamado La torre de Babel y recala en un puesto de tacos:

—¿Hay lengua? —De pronto una chica cae como  fulminada en la acera, pero viva y con los ojos bien abiertos. El protagonista se acerca rápidamente para preguntar si está bien.

—No, ¡no me toque!—Contesta gritando. Un transeúnte pregunta si la chica está muerta—

No estoy muerta, estoy desaparecida.

Pero está aquí señora —le contesta Silverio.
—Déjela, siempre hacen lo mismo, desaparecen, pero ahí están jodiendo a todo el mundo —dice otro transeúnte con una no muy disimulada sonrisa.
—Ni vuelven, ni se mueren —contesta el primero también satisfecho.
—¿Qué pasa, señora dígame, qué está pasando? —Insiste desesperado Silverio.

—No puedo decirle.

Es que no están estando [sic], sólo se quejan, amigo —le responde con desdén el primer transeúnte.
—Dígame señora, ¿qué tiene? — una vez más exclama el protagonista.

Créame más le vale no saber —responde la desaparecida.

En seguida todos los peatones van cayendo como fulminados, dejando calles de cuerpos-desaparecidos, alfombras humanas que al menos en la imagen podemos ver y nos impactan, no así en nuestra cotidianidad, salvo por algunas fichas de búsqueda. En esta escena habría que preguntarnos o remarcar las reacciones afectivas a las desapariciones masivas: la indiferencia, la apatía, la satisfacción, la hostilidad, la burla y la incomodidad. Pero también la solitaria, aunque valiosísima preocupación y cuidado de y con los otros. Ni siquiera el policía que huye, o el militar, los desaparecedores tradicionales, que presiden la escena desde un pabellón, parecerían evitar la desaparición. Entonces, quizá ahí esté la salvación (en la película se presenta individual, pero en los hechos deberá ser colectiva): en la pregunta por los demás, ya no sólo por sus condiciones de vida y muerte, sino en la posibilidad de la desaparición de cualquiera de nosotros, y además en la negación. Max Scheler decía que ser hombre significaba decir un “enérgico no”, hombre es “aquel saber decir que no”, el “eterno antagonista” de lo dado, a diferencia del burgués y el animal demasiado satisfechos de sí (cit. Tronti, p. 138). En este caso debemos decirle no a la desaparición y las injusticias y jamás naturalizarlas, solidarizarnos y luchar junto a familiares y sociedad contra este flagelo socio-político. Negación y lucha en el que aspiremos a no ser como dice el protagonista de Bardo…: “México, un país muerto en el que no morimos”.

Referencias bibliográficas:

Deleuze, G. (2008). Dos regímenes de locos. Textos y entrevistas (1975-1995). Pre-textos, Valencia.

Diéguez, I. (2013). Cuerpos sin duelo. Iconografía y teatralidad del dolor. Ediciones DocumentA/Escénicas. Córdoba (Arg.)

Iñarritu, G. (2022). Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades. [película] Netflix, México.

Tronti, M. (2016). La política contra la historia. Traficante de sueños, Madrid.

Turati, M. (2023). San Fernando. Última Parada: Viaje al Crimen Autorizado en Tamaulipas. Aguilar, México.

Sporadikus
Sporadikus
Esporádico designa algo ocasional sin enlaces ni antecedentes. Viene del latín sporadicos y éste del griego sporadikus que quiere decir disperso. Sporás también significa semilla en griego, pero en ciencia espora designa una célula sin forma ni estructura que no necesitan unirse a otro elemento para formar cigoto y puede separarse de la planta o dividirse reiteradamente hasta crear algo nuevo. Sporadikus está conformado por un grupo de estudiantes y profesores del departamento de filosofía de la UG que busca compartir una voz común alejada del aula y en contacto con aquello efervescente de la realidad íntima o común. Queremos conjuntar letras para formar una pequeña comunidad esporádica, dispersa en temas, enfoques o motivaciones pero que reacciona y resiste ante los hechos del mundo: en esta diversidad cada autor emerge por sí solo y es responsable de lo que aquí se expresa.

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