Luca Guadagnino atiende las políticas thrashy del género erótico de forma un tanto desbalanceada, pero con una intención satisfactoria que la vuelve su película más entretenida.
A lo largo de estos días la discusión en las redes sociales derivadas al cine están hablando de sólo una cosa: de cómo el medio se ha vuelto insípido, con miedo de mostrar desnudos y con un mucho mayor temor a la idea de mostrar escenas de sexo.
Esto no es sacado de la manga ni una declaración de parte de un tipo añejo, es la realidad.
El analista de datos Stephen Follows abarcó los materiales audiovisuales dentro de la periferia de Hollywood y los datos que arrojaron en cuanto escenas de desnudos y de sexo dan un indicativo de que estos han bajado un 40% y las películas, en donde no se incluye ninguno de los dos elementos, han pasado de ocupar el 20% de los estrenos a el 50%.
Las razones son obviamente para atender las filosofías y cotidianeidad de las nuevas generaciones, las cuales también son una que no precisamente tienen encuentros sexuales constantes y que si los encuentra no son precisamente satisfactorios, con elementos que fácilmente podrían saciar estas curiosidades a través de ciber sexo y sitios pornográficos que bajo los modelos de soledad y confinamiento aplicados tras la pandemia, parecieron demostrar efectividad y normatividad para muchos jóvenes de debajo de los treinta años. Eso no es algo mal per se, al final de cuentas las prioridades dentro de los cuidados y gozos de salud sexual van variando conforme llegan diferentes generaciones y obviamente estas dicotomías generan confusión en otras más posicionadas y que no llegan a entender las problemáticas a las que se enfrentan las nuevas mentes… pero en donde sí hay un claro retroceso preocupante es en la condena de las escenas de índole sexual.
Se trazan como infames, incómodas, que no aportan nada a la trama e innecesarias, pornografía inmunda que deberían ser rayoneada de los libros o recortada de las películas, porque sacian atenciones morbosas y se plantean bajo un espectro de lo explotativo para actores y actrices que sufren bajo estas escenas. Sería estúpido negar que en la historia de Hollywood y el cine en general estos términos de explotación y abuso no existieron -tomando en cuenta lo de Harvey Weinstein como el abanderado de la normativa que todos tus actores favoritos tomaron para tener éxito- pero afrontar las escenas de sexo como problemáticas, escatológicas y censurables, curiosamente raya en un compromiso de lo fascista y eleva estas escenas de incomodidad a arte profano y de subnivel que termina empoderándose sobre las etiquetas mal aplicadas a estas.
Y por sobre todo, es que este debate se está teniendo cada mes o semana entera en donde se lanzan acusaciones infames a películas que tratan de plasmar escenas sexuales (porque eso sí, han sido menos en cantidad pero el estudio también reveló que en contenido tienden a ser más gráficas), pasaría con Pobres Criaturas (Yorgos Lanthimos) y Saltburn (Emerald Fennel) el año pasado, y en esta ocasión la mirilla va puesta para Desafiantes de Luca Guadagnino… sólo que ahora en un extremo inverso de la posición, porque si antes eran del diablo, Desafiantes es una bienvenida a cómo hacer cine con contenido sexual y erótico con conversaciones en torno al orgullo de que esto pase en una película sapiente como esta… y si es así estamos jodidos.
No es que Desafiantes sea una mala película: todo lo contrario. Pero lo que Guadagnino aplica aquí en torno a las políticas del thriller erótico suelen ser desechadas. Para ser una película a la que le dan el mote de regreso triunfal al sexo, es bastante penosa, tan similar a sus aliadas de estos últimos años. No hay un erotismo exaltado como tal por parte de Guadagnino y su equipo ni que se presta a un valor icónico -considerando películas del pasado bajo estos subgéneros como lo fuera Verhoeven en múltiples entregas que no fallan en estos términos sin dejar de atender otros esquemas que las vuelven redondas y efectivas… ni siquiera tengo que mencionar las películas porque de inmediato sabemos de cuáles estamos hablando- y mientras veía la película encontraba este abanderado como un elemento bastante inflado, superando este mal acomodado discurso, no dejaba de razonar a Desafiantes bajo un perfil de autocensura similar a la que Hollywood sufrió con el código Hays, que pragmaba por los buenos modales de la sociedad nortearmericana y por ende de sus productos que si no podían poner que los malos ganaran, mucho menos la idea de que existan exploraciones sexuales.
Y ahí, es donde de pronto uno conecta con el tono.
Desafiantes lleva la obsesión del cuerpo y el placer sexual por default dentro de sus características, porque es una película de tres sujetos perfectos en su estado físico como su fueran héroes griegos modernos. Pero desecha esta atención dentro del gozo orgásmico porque al igual que sus perturbados personajes, estos son compromisos dentro de una planeación de dominación frente a los demás.
Uno podría encontrar bastante efectivista la película y su discurso de traición y duelo en forma de quinestecia frenética con Marco Casta en el montaje saltando entre tiempos para construir duda sobre lo que estamos viendo y Sayombhu Mukdeeprom de verdad que goza estos términos juguetones en cómo hace que la cámara adopte el mismo impacto de ataque en formas que no busca repetir cada que vuelve al torneo… pero las insinuaciones de los tres y el cómo decide plasmar Guadagnino son destacables.
Zendaya como Tashi la mayoría del tiempo traza una planificación más avanzada que la de los dos imbéciles que manipula constantemente con una frialdad a la que le inyecta la venganza de tener ofuscada la oportunidad de haber sido la mejor, arrastrada entre un matrimonio insoluble y sin química y también en infidelidades del mismo razonamiento, ahora jugadas dentro de un plan maquiavélico mucho más profundo y constante al que no da su brazo a torcer… y quizás ahí entre parte de su plan final dentro de toda la película, porque ella encontrando el valor de la vida dentro de la superioridad corporal en el deporte que ama, intuye la relación que rompe entre Patrick y Art desde la infame escena del trío (que ocurre a los primeros minutos) y en donde ella, al igual que nosotros se regocija entre las cosas que no se dicen pero que constantemente apunta.
Patrick y Art son necesarios el uno al otro, tienen un punto de vulnerabilidad entre su perfecto cuerpos prestándose a una curiosidad que omiten… pero que Desafiantes nos presenta en coito formulado no precisamente en la penetración literal, pero sí en el sudor, sí en el cuerpo extendido hasta el límite, en los rostros de tics placenteros de los dos, en la cámara lenta que los conecta mirada a mirada y en esos desfogues guturales de gemidos que si la película nunca nos traza en relaciones sexuales, sí en algo que parece ser algo más que un simple torneo final.
No me parece perezoso esta restricción de parte de Guadagnino y la vuelve bastante adictiva, pero el gran problema dentro de esta estimulación placentera dentro de sus reglas terminan medio atropelladas con el score de parte de Tren Reznor y Atticus Ross. Tenía años, que no escuchaba algo tan inepto en sus intenciones de generar temas dentro de su universo y personajes, así como en el propio diseño sonoro porque es increíblemente invasivo, a tal grado de que los personajes teniendo conversaciones determinantes terminan siendo atropellados por música que parece tan ajena a como cuando estás viendo la tele y tu vecino pone su mix electrónico que compró en el tianguis: es así de obtuso.
¿Desafiantes cambiará el rumbo del sexo en el cine? Lo dudo mucho, pero es una paradoja que entre esa sensación de omisión presente un drama bastante entretenido, dinámico y audaz en su propuesta que puede llegar a tener esa sensación burda y basurienta en término chatarrero de los viejos tiempos, de cuando películas así se presentaban a audiencias para un disfrute primordial: de ver a gente hermosa joderse la vida.