El horizonte político inmediato que se nos plantea a los mexicanos y a los guanajuatenses tiene una característica destacada: es plural en extremo. Ningún partido político resultó realmente “derrotado” porque de alguna manera todos conquistaron o preservaron espacios de poder o representación. 50.3 millones de mexicanos y 3.86 millones de guanajuatenses votaron este primero de julio (63.3% y 60.1% de las listas nominales respectivas), y aunque aún predomina el “voto en cascada”, ya hay evidencia de que una proporción creciente lo hizo de forma diferenciada, otorgando peso diferente a cada opción según su preferencia. Sólo así se explica que, por ejemplo, a nivel nacional el PAN haya obtenido el 25.4% por su candidata presidencial, pero 25.9% por sus diputados de mayoría relativa y 26.3% por sus senadores. En Guanajuato Josefina Vázquez recibió el 40.9% de los votos, Miguel Márquez el 43.4%, y 39.1% Miguel Ángel Salim en León.
El gobierno dividido, donde los poderes ejecutivo y legislativo están bajo el control de partidos diferentes, es una realidad que se concretó en nuestro país desde 1997. En Guanajuato la vivimos entre 1991 y 1997. Es probable que en la Cámara de Diputados federal el PAN cuente con 114 curules (22.8%), el PRI con 207 (41.4%), el PRD con 101 (20.2%), el PT con 19 (3.8%), el PVEM con 33 (6.6%) el MC con 16 (3.2%) y NA con 10 (2%), según estimaciones del IFE. Ninguno con mayoría absoluta, ni mucho menos con mayoría calificada para hacer reformas constitucionales. Ni siquiera las alianzas PRI-PVEM o la de los partidos de izquierda logran la mitad más uno de las diputaciones. En la actual cámara el PRI y el PVEM suman 240 y 22 curules: una mayoría absoluta. Se han redistribuido las fuerzas políticas; eso las obligará a que negocien entre bloques partidarios, o a que se construyan mayorías atrayendo a los partidos pequeños como Nueva Alianza. La capacidad de chantaje de esos partidos se elevará sustancialmente. Esta no sé si es buena noticia.
De los 128 senadores (¡demasiados!) el PAN se hará de 38 (29.7%), el PRI de 52 (40.6%), el PRD de 22 (17.2%), el PT de 4 (3.1%), el PVEM de 9 (7%), el MC de 2 (1.6%) y NA de un senador. Se reproduce la situación anterior, donde ni siquiera la alianza PRI-PVEM logra la mayoría absoluta (47.6%). En la actual legislatura el PRI tiene 32 senadores y el PVEM siete. El PAN es mayoría simple con 49.
El presidente que tomará posesión el 1 de diciembre no contará con el control de las cámaras, pero sí de las gubernaturas. 22 entidades serían gobernadas por ese partido. Esa puede ser su fuente real de poder político y económico, como se evidenció en la presunta movilización de recursos en favor de la campaña presidencial de ese partido. Esto es preocupante, porque si bien a nivel federal se han superado total o parcialmente muchas de las prácticas viciadas del viejo régimen, en particular el uso arbitrario de los recursos públicos, a nivel local todavía se mantienen muchas de ellas, ante la carencia de mecanismos de contrapeso a la voluntad de los gobernadores.
Sin embargo veo como positivo que se de una alternancia regular en los diversos poderes ejecutivos, a todo nivel. No hay nada peor que los partidos se conviertan en hegemónicos, como le sucedió al PRI durante 71 años, o al PAN en León durante 24, o al PRD en el DF durante 15 –a acumular 21-. Es saludable irse a la banca por un tiempo, para aprender o reaprender a ser oposición y volver a las raíces partidistas. Eso fue lo que le sucedió al PRI hace 12 años y lo que seguramente experimentará el PAN: un refortalecimiento interno gracias a la sacudida que implica salir del poder. Los oportunistas, como ratas, abandonarán el barco y dejarán el espacio a los verdaderos militantes, quienes reconstruirán su partido.
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