- Publicidad -
viernes, mayo 2, 2025

Sucesiones y reformismos en el Vaticano, 2

El segundo semestre del “año de los tres papas”, en 1978, fue un periodo de gran incertidumbre y miedos irracionales. El terrorismo estaba imponiendo las notas del momento, con las Brigadas Rojas, el ETA, el IRA y el secuestro de aviones a Cuba.

La muerte de Pablo VI el 6 de agosto fue sorpresiva, pues el prelado no era un anciano, a pesar de sus 81 años. Siempre dio la impresión de poseer una fortaleza adusta, a pesar de la dolorosa artrosis que padecía desde hacía tiempo. Fue un papa conservador. No detuvo la fuerza reformista de los cambios litúrgicos que impulsó el concilio Vaticano II, pero no llegó más allá de las formas. No se cuestionó la dogmática ni los contenidos teologales, a pesar de que el mundo de la posguerra impuso un nuevo y robusto materialismo, que chocaba de frente con los valores feudales que aún se defendían en la doctrina tomista aristotélica del canon católico. La consecuencia de este anquilosamiento ideológico lo vemos ahora en el abandono doctrinal en la mayor parte de los países desarrollados, en particular en Europa, donde la pérdida masiva de fieles tiene décadas de acumulación.

Por la muerte casi inmediata de su sucesor Juan Pablo I, de origen italiano, el legatario real fue Juan Pablo II (Karol Wojtyła), arzobispo de Cracovia. En este caso se confirma que origen es destino. Un polaco que padeció en carne propia las persecuciones políticas de los nazis y los comunistas. Se trataba de un exobrero, activista en contra de la persecución religiosa soviética; era cercano al sindicato católico Solidaridad y a su líder Lech Wałęsa. Para él la religión era una acción de resistencia ante la opresión. Esto lo diferenció sustancialmente de sus predecesores, y le imprimió a la iglesia católica un papel activo en el fin del modelo bipolar de la guerra fría, con la caída del socialismo real en el occidente.

Un papa joven (58 años) activista y viajero, que intervino numerosas veces en favor de la paz mundial. Convencido del ecumenismo y la tolerancia religiosa, fue sin duda el pontífice más influyente del siglo XX. México le debe la apertura del viejo régimen a la libertad de cultos y el abandono de la legislación persecutora del callismo. No es de sorprender que los afanes del papa obrero contribuyeran mucho a la construcción de la “tercera ola” de la democratización mundial (S. Huntington), en la que se incluyó México en los noventa.

Tras 26 años de pontificado, el 19 de abril de 2005 fue sucedido por el teólogo alemán Joseph Ratzinger, quien asumió el apelativo de Benedicto XVI. De talante más tradicional, este “papa sabio” respetó el legado moderadamente reformista de su antecesor, y mantuvo algunas de sus políticas, incluyendo el protagonismo internacional. Pero no ocultó su amor por la tradición canónica y litúrgica del catolicismo ortodoxo. Combatió el relativismo del post capitalismo secularizador, y reivindicó la pertinencia de las verdades morales absolutas. Un papa kantiano.

Sus siete años en el sillar de Pedro fueron suficientes para definir un pontificado prudente y discreto; más preocupado por recuperar su grey diezmada que por los artificios de la política mundial.

Pero les invito a seguir con esta charla la próxima semana…

Luis Miguel Rionda
Luis Miguel Rionda
Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato. Investigador nacional. Exconsejero electoral del IFE y del IEEG. riondal@gmail.com - https://luismiguelrionda.academia.edu - @riondal

ÚLTIMAS NOTICIAS

ÚLTIMAS NOTICIAS

LO MÁS LEÍDO