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jueves, abril 25, 2024

Diario Íntimo: La patria

Las Aventuras de Lulu Petit

Querido diario:
La patria es la patria. Ni modo. Hay que celebrarla. No importa cómo. Tampoco importa que a veces, con tanto lío, la fiesta sepa un poco a atole con el dedo. A pan y circo. No importa que a veces parezca que hay poco qué celebrar, un 15 de septiembre no puede pasar desapercibido. La campana tiene que tañer, al fin los gritos siguen siendo de Dolores.
La patria no es sólo una extensión de tierra ni esas muchas cosas que no somos ni nos enorgullecen y que hoy dan al mundo una idea torcida de lo que es México.
La patria, por el contrario, es calma. Es la casa de mamá y papá. Es el olor de la cocina. Son los amigos, la familia y las carcajadas. Es tequila y mezcal. La sal en los labios. La patria es barro, fuego, madera, comal y tortilla. Es campo, es barrio, es ciudad. Es donde está el trabajo, la escuela, los amores, los moteles, el tiempo, la casa, la memoria.
No es, desde luego, lucecitas de colores ni bandas presidenciales, pero sí es el hombro de mi amigo, las rodillas de mi abuela, o tus brazos, macizos y cálidos. La patria, por un minuto esa noche, fuimos tú y yo, abrazados mirando la lluvia reventar contra la ventana, callados, respirando el aroma suave de nuestra piel desnuda.
Era 15 de septiembre y yo venía regresando de un viaje por Chiapas, Coatzacoalcos, Veracruz y Puebla. ¿Qué mejor manera de hacer patria que recorriéndola? Claro, tú no sabes que venía bien cogida por chiapanecos, jarochos y poblanos. Para ti, el trabajo en relaciones públicas que me he inventado, me obliga de vez en cuando a visitar varias ciudades. Es todo lo que necesitas saber.
Querías verme, pero había quedado desde antes del viaje de salir con mis amigos a celebrar las fiestas patrias y no había modo de que hicieras cambiar mis planes.
Te invité por cortesía, no pensando que aceptaras. Tú tan serio, con tu aire de señor importante, no creí que te animaras a salir de antro con chavos a los que les doblas la edad y les valen cacahuate tus rollos intelectualoides. Igual me emocionó que aceptaras.
Llegaste temprano. Como siempre. No has de comprender que en una ciudad como la nuestra llegar puntual a una cita es una descortesía imperdonable. Naturalmente me encontraste apenas saliendo de bañarme. Te abrí por el interfón y te invité a pasar. Te recibí con la cara lavada y envuelta en una toalla.
Te quedaste en la sala, como siempre leyendo las noticias en tu celular en lo que yo comenzaba mi ritual de embellecimiento.
Dejé la puerta abierta y te caché varias veces volteando a verme. No sé si para apresurarme o porque te pareciera sexy verme vestir. Yo seguía con lo mío.
De pronto te vi en la puerta de mi habitación, disparándome una de esas miradas que me encueran (y que me encantan). Me quedé callada, sonriendo. Ya tenía puesta la lencería y el maquillaje prácticamente listo. No dijiste nada, simplemente caminaste hacia mí y con delicadeza de prestidigitador, botaste el broche de mi sostén. Mis senos quedaron descubiertos apenas moviste los tirantes con tus pulgares y, aún sin decir palabra, apretaste mis pechos suavemente. Yo sentí que se me erizaba hasta la más diminuta molécula de mi cuerpo. No había más que decir, en ese momento era tuya.
Comenzó a llover a mares cuando me abrazaste y me pusiste un beso en los labios. Olías riquísimo, como siempre. Puse mis manos en tu nuca, acaricié tu cabello y te dije al oído lo mucho que me encantas.
No había mucho qué hacer, las fiestas patrias podían esperar, ese momento era nuestro. No nos pertenecía siquiera a ti o a mí, sino a nuestras calenturas. No sé cómo, pero te arranqué la ropa. Te tiré en mi cama y me monté en tu sexo como una charra mexicana, cabalgando a un potro bien entrenado.
Todo en ese momento éramos nosotros. Tus brazos, tu abdomen, mis besos, nuestros muslos, tu lengua, mi clítoris, tus piernas, mis dientes, tus nalgas, mis pezones, la cama, la madera, el tamborileo de la lluvia en la ventana, la media luz, el rechinar en los resortes del colchón, tu olor, el mío, nuestros orgasmos. Tú y yo. Sólo eso era la patria y nada más existía.
Nos quedamos un rato encaramados, viendo la lluvia atizar los cristales. Recibí de los amigos mensajes de texto: que “¿dónde estábamos?” que “si íbamos a llegar” que “el antro estaba del nabo” que “el tráfico para llorar” que “mejor vamos a casa de Javier”…
Como a las 11:30, cuando el Grito había pasado y la patria empezaba a recuperar espacio fuera de mi cama, nos levantamos, nos vestimos y caímos a casa de Javier. Con vasos de plástico rojo, tequila, pambazos y besos, dijimos salud con mis amigos y celebramos a la patria, impecable y diamantina. Me encantó verte entendiéndote tan bien con mis amigos. Y seguirnos riendo hasta la última gota de tequila.
¡Viva México!
Lulú Petite

www.midiariosexy.blogspot.com

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