¿Alguna vez ha estado a punto de responder a algún comentario, verbal o escrito, por impulso, sin meditar un momento sobre las repercusiones que su respuesta pueda desencadenar y que probablemente cambiarán su bienestar?
Si no se ha detenido a reflexionar sobre los anteriores planteamientos, estimado lector, puede que me dé la razón acerca de la probabilidad de desencadenar un disgusto o un mal sabor de boca con la persona con la que se enfrasco en una discusión. A veces esas discusiones son tan banales, que no hay caso en iniciarlas. Y en verdad, en ocasiones son totalmente absurdas, e incluso llegan a destruir relaciones de años.
¿Y si antes de iniciar la discusión nos detenemos, respiramos, meditamos y nos reservamos cualquier respuesta? Esa sería una manera inteligente de no continuar en algo que no será sano para nadie, y de lo que probablemente no habrá retorno.
A eso de sabernos detener justo a tiempo, se le llama prudencia y está íntimamente ligada a la tolerancia. No todos los humanos poseen la virtud de ser prudentes y tolerantes. Ya en una ocasión traté acerca de la tolerancia, y le recomiendo que lo lea en esta liga.
La RAE define tolerancia como: Respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. Y en el caso de prudencia la presenta como: Templanza, cautela, moderación, sensatez, buen juicio.
Ambas son complementarias, pero no siempre deben estar juntas, aunque eso sería lo deseable, para lograr un cien por ciento de efectividad.
Si alguna vez ha estado en la disyuntiva de ser prudente o no serlo, no lo dude. Le recomiendo que opte por la primera. Es la mejor manera de mantener una excelente salud mental.
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