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viernes, abril 19, 2024

Don’t look back (1967)

Como seres humanos tenemos muchas desgracias. Bombas, guerras, palos de selfie… todo este mal queda en contraste porque tenemos a Bob Dylan; una figura musical que no importa nuestro destino como especie, su legado permanecerá dentro del contexto histórico y cultural.

Un poeta importante de la generación rebelde que inició el contraste entre viejas y nuevas costumbres, Bob Dylan puede catalogarse como un artista camaleónico (sino es que EL CAMALEÓN por excelencia). Dylan comenzó siendo un artista joven de folk, cantando protestas y ganándose el corazón de cientos que veían a un muchacho de voz honesta y letras devastadoras, que con su guitarra buscaba un cambio social progresivo que se amoldó con la ideología de los sesentas, la ideología de esperanza por excelencia.

Y es cuando Bob Dylan abandonó el barco.

Al cambiar su sonido se hizo de enemigos, de críticos, de gente que vociferaba que aquella voz del cambio se volvió en un hipócrita, que quién era Bob Dylan más que un fanfarrón de la música que no duraría mucho. Consciente de todas estas quejas, lo que hizo Dylan antes de entregarse de lleno a su sonido agresivo fue una gira por Londres que quedaría en sólo anécdotas, de no ser por la labor de D.A Pennebaker.

Pennebaker se había hecho famoso en Estados Unidos por su incesante manera de filmar sucesos que después lanzaba como documentales, en un estilo que lejos del documental tradicional era más cercano a un nuevo territorio, uno que los franceses –como casi todo en el cine- titularon Cinema Directo.

En el cinema directo, el cineasta no interactúa con el tema que está grabando, deja que todo pase natural y por lo tanto no hay una intención dramática que se genera en post producción o por la ideología del director. Don’t Look Back es de este estilo y lo que nos muestra es de manera sorpresiva: que Bob Dylan era un berrinchudo.

Yo adoro a Dylan, pero mentiría si no mencionase la incomodidad que me causa el ver a una versión joven del poeta ser tan… pedante. Don’t Look Back no nos cuenta las razones por las que le tenía un repudio a la prensa o una pretensión latente junto a su séquito de profetas, pero sí nos muestra a Dylan desnudo (no literal), peleando ebrio:

Burlándose de un joven periodista por querer obtener una entrevista:

Al que siempre he pensado que se parece al hermano de Barbara de “La noche de los muertos vivientes” (George A. Romero, 1968).

Hasta mostrando desdén con mujeres jóvenes que intentan emular la beatlemanía con su imagen, rasgándose las vestiduras y aventándose a su auto tras huir de un concierto:

Y es que ahí está su validez como una obra obligatoria tanto para fanáticos del artista como gente curiosa de la época. No se detiene a mostrar las grandezas de Dylan porque casi ni lo escuchamos cantar, lo muestra como un joven torpe que apenas se encontraba en un cambio musical y que también choca con la identidad de los ingleses quienes lo encuentran extraño y cuestionan de manera hipócrita.

También vemos la legendaria entrevista de Dylan a Time en donde se agarró a insultos con un hombre adulto.

Tanto los ingleses moralistas como Bob Dylan pecan de ególatras y ninguno da su brazo a torcer.

Todo esto apoyado con una familiaridad, porque Pennebaker filmó todo, absolutamente todo. Armado con una cámara profesional que él diseñó, el director capta momentos en los que nos sentimos voyeristas y que de alguna forma aceptaron filmar como el desmoronamiento de la relación entre Dylan y Joan Baez (que pasa de ser armoniosa a ver cómo furiosa rechaza a Dylan porque no va a cantar en dúo) hasta las maquinaciones de Albert Grossman (el mánager de Dylan en ese entonces) junto a otro sujeto para obtener ingresos obscenos para el concierto doble del Albert Royal Hall.

Y sería una error común pensar que Don’t Look Back se ve amateur, pero no mencionaría esto como un error si esta fuese la situación. De alguna manera, ayuda que la película se vea en blanco y negro y con un encuadre pequeño, es un viaje al pasado muy bello porque Pennebaker captura la esencia de Dylan su misterio, y podemos ver su expresión de disgusto. Este estilo se lo debe más a las influencias del cine Francés y es que tampoco tiene un orden muy exacto y en momentos corta para pasar a otro segmento, es una extensión de la mente revuelta de Dylan.

Y una imagen lo dice todo; al verlo en su limosina, pensante tras el concierto que consideró un éxito pero que le preocupa por recibir el título de “anarquista”, uno puede palpar el duelo que percibe Dylan porque sabe que los siguientes años no van a ser fáciles.

Don’t Look Back es un documental como ningún otro, quizás el más honesto que haya existido porque nos pone como testigos y no busca hacernos cambiar de opinión sobre Bob Dylan: lo amemos o no, ahí está, revolucionando a la música desde hace 50 años con esta obra maestra.

No hay un tráiler sobre el documental pero lo que sí existe como registro es el increíble video de “Subterranean Homesick Blues” que Pennebaker dirigió con un Bob Dylan burlándose de sus letras y un Allen Ginsberg en el fondo charlando sin darle importancia al asunto.

 

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