Cuando era un niño veía un fenómeno que muchos de mi generación también recordarán o incluso poder decir que fueron partícipes en él. Cómo los niños jugaban por las calles y en las maquinitas de las tiendas con alegría, para después a las 7: 30 de la noche –horario sin cambios por años- meterse a sus casas, porque la diversión, los juegos, incluso las mentadas tareas y los gritos de las mamás no tenían poder frente a la obligación de ver pelear a Goku. Y al término del capítulo, salir para comentar emocionados lo que les pareció. Esta asimilación cultural ha pasado con otros productos japoneses, pero pocos han sido de la misma potencia como Dragon Ball, y podemos seguir analizando y corroborando ese impacto hasta el día de hoy, apenas hace un año ocurrió en todo nuestro país con la llegada del capítulo final de su nueva etapa que los fanáticos veían de manera ilegal y que organizaron en proyecciones apoyadas por los gobiernos de toda la república en donde puedes escuchar la emoción de la gente al ver pelear al “mono de los pelos parados”.
Y eso es un fenómeno que ahora se vive con la llegada de Goku y compañía y la pantalla grande por tercera vez en esta década. Si bien el fenómeno de Dragon Ball no es ajeno al cine porque esto sucede desde los noventas, la particularidad es que se supone que desde hace tres películas se está recibiendo alimentación directa con Akira Toriyama, y resulta curioso de que en esta ocasión haga una mezcla de conceptos y personajes que aparecieron en tres de las más queridas entregas del viejo canon.
La primordial obviamente resulta la que le da el nombre del villano en turno: Broly, un personaje que anteriormente había tenido una trilogía y que siendo honestos, había un potencial que nunca se pudo aprovechar (siendo más notorio el hecho de que su segunda y tercera parte pasen sin pena ni gloria). En esta ocasión Broly es un personaje conflictuado, una aproximación al qué pasaría si Goku hubiese llegado en lugar de la Tierra y a manos de un noble anciano, a un planeta repleto de animales que todos los días lo quieren matar. Ha visto violencia y esta interacción está presente en el ADN de los de su raza, por lo que nunca recibe cariño de parte de su padre, un hombre desterrado por envidia y que le adjudica una venganza a su hijo de la que no quiere ser partícipe. Con esto Broly adquiere una dimensión dramática mucho mejor acentuada que en el pasado y la resolución a su personaje es incluso más satisfactoria… no dejo de pensar en que ya hay dos películas de Dragon Ball en donde los golpes y poderes no terminan con un conflicto.
Al tratar el pasado de los saiyayin, también la película retoma el concepto de Bardock y las decisiones de mandar a su hijo lejos de su planeta. Siempre he pensado que el tratamiento que tenía era brusco y la decisión de mandar lejos a su hijo fue más por el hecho de haber tenido una herida en la cabeza que por verdadero amor, pero ahora se nos presenta un Bardock y una Gine –madre de Goku– a los que les podemos culpar la actitud noble e interesada por el bienestar de sus amigos del protagonista, quizás más adopción de parte de una madre que no era lo suficientemente fuerte para invadir planetas y de parte de un padre que por primera vez, tiene un deseo de saber que sus hijos estén bien.
Estos momentos de desarrollo y expansión del mundo de Dragon Ball son fascinantes… pero también no son perfectos. Quisiera ver más de esto y más actitudes de parte de Bardock, pero también esto es muy poco material presente, porque lo que tenemos es una pelea que fascina en el terreno visual porque esta vez han decidido usar escenas animadas por computadora para los peleadores Z –quizás inspirados en los videojuegos de la franquicia- que se trasladan de manera muy natural a las escenas de animación tradicional. El problema es, que en un punto dichas secuencias son extremadamente largas, por lo que uno termina pensando en que no hay consecuencias reales para los protagonistas que no reciben un rasguño dentro de toda la barbarie presente.
A pesar de esto, me sorprendió ver ese contenido en una película de Dragon Ball, quizás vaya más encaminada a tener una película de mejor calidad en el futuro, pero lo cierto es que no decepciona ni engaña, y ver a las audiencias vitorear por la llegada de Goku al campo de batalla, con la voz de Mario Castañeda, me dejó pensando en el valor de eso, de nuestro Goku. No es un niño molesto como el japonés, y es más apasionado que el norteamericano, nuestro Goku es especial y ha estado con nosotros por más de 30 años… habrá un día en el que esa voz ya no esté presente y esas generaciones vivirán con la leyenda, pero por mientras hay un disfrute que puedo tachar de nacional en las salas de cine, incluso si esto proviene de una caricatura japonesa.
Proezas únicas de nuestro México mágico al final de cuentas.