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viernes, abril 19, 2024

Amigos del futbol

La amistad de Mauro e Israel no se caracterizaba por travesuras ni aventuras, era de pocas, pero sinceras palabras; sólo las indispensables, y de vez en cuando una o dos sonrisas. Lo que unía a los dos amigos era una intensa e irremediable pasión por el futbol, la que hizo de ellos mejores amigos, y a la vez, mejores rivales.

Ambos eran inamovibles en las alineaciones de las fuerzas básicas del Club León. Por la banda izquierda, Mauro aprovechaba su larga zancada para superar a sus marcadores y usaba ambas piernas para manejar el ritmo del juego dependiendo del resultado: pausado al cuidarlo y vertical al buscar el gol. En la banda derecha se alineaba Israel, quien con catorce goles en dieciséis partidos era el goleador no solo del equipo, sino del torneo. Con sus cortas piernas y el balón pegado al botín izquierdo driblaba con velocidad a rivales cual conos y una vez superados recortaba hacia el centro para anotar desde fuera del área. Esa era su jugada insignia; predecible, pero incontenible.

Pese a sus similitudes dentro del campo, fuera de él, las diferencias eran abrumadoras, en especial las socioeconómicas. Mauro era hijo de un excéntrico ginecólogo de origen argentino, quien se hizo de gran fama y fortuna cuando entre las leonesas adineradas, se puso de moda la cirugía de exfoliación intima. Procedimiento consistente en tallar el tejido vaginal y reemplazarlo con uno nuevo; esto para olvidar los rastros de un indeseado amante. Como parte de las excentricidades de su padre, Mauro debía estar acompañado en todo momento de Baltazar, un robusto hombre de cabeza grande y nariz ancha que hacía las veces de chofer y guardaespaldas. También estaba el séquito de paramédicos que los acompañaban en cada partido con una ambulancia privada para atender única y exclusivamente a Mauro en caso de una lesión. Eso y el mantener un promedio satisfactorio en la secundaria del colegio Miraflores eran las condiciones para que Mauro siguiera jugando futbol.

Israel, por su parte, vivía en la colonia popular El Coecillo con su hermana mayor, quien había asumido su cuidado desde que él tenía diez y ella catorce. Eso tras la muerte de sus padres en un intento de robo en el que ellos eran los ladrones y que fueron irónicamente abatidos por sus víctimas. Desde entonces Israel había dejado las aulas y conseguido trabajo como repartidor en un pollería, la que curiosamente administraba el padre del mismísimo Baltazar. No obstante la filiación entre Baltazar y el pollero, no fue sencillo convencer a este de desprenderse por las tardes de su vigoroso repartidor, y mucho menos para irse a jugar futbol. “Recuérdenme que me haré famoso”, decía Israel antes de subirse a la camioneta Range Rover del cirujano, la que conducía Baltazar. Esto por supuesto con la anuencia y complicidad de Mauro. De tal forma que Mauro e Israel llegaban juntos a cada entrenamiento, siempre con media hora de antelación para ayudar a colocar conos, doblar casacas e inflar balones. Y una vez concluido, se quedaban a practicar penales y tiros libres. Así de profesionales eran los chamacos de trece años que ya jugaban para el equipo sub quince.

Sin embargo, el talento y el profesionalismo sólo llevan a medio camino de una carrera profesional, al menos en el futbol mexicano, pues para recorrer el trecho restante se necesita de un padrino o de dinero suficiente para autofinanciarse. Los padrinos son los sujetos de apariencia mafiosa que, sin razón aparente, manejan las riendas de los debuts en un equipo profesional. Es decir, que los sueños de Israel de ser futbolista prendían de algo que le faltaba por una arbitraria elección de la diosa Fortuna, dinero.

No obstante había alguien que podía cambiar su suerte y ese era Jim Lawlor, un cazatalentos de equipos europeos, quien hace más de una década hiciera posible el fichaje de Javier el Chicharito Hernández al equipo inglés Manchester United. Así que cuando el León se coló a la final de la liguilla del torneo sub quince en la que enfrentaría al Atlas de Guadalajara, y entre los aficionados se encontrara Jim Lawlor, empezó a cundir el pánico entre los jugadores de ambas escuadras, quienes intentarían todo para llamar su atención. En el vestidor del León, para calmar los nervios, el entrenador pensó que sería buena idea aclarar que el ojeador venía a ver únicamente a Mauro e Israel, lo que terminó no sólo por bajar la moral de los demás jugadores, sino que puso un extenuante peso sobre los dos amigos, quienes desde el anuncio ya no se dirigían la palabra ni la mirada.

Había iniciado el partido y Jim Lawlor miraba a su cuaderno extrañado, Israel había intentado catorce pases, pero sólo nueve encontraron a un compañero y uno de los que no lo hizo, terminó en un contrataque que abriría el marcador a favor del equipo tapatío. Cualquier ciudadano del mundo del futbol sabe que el pánico y las ganas de impresionar son la receta perfecta para un terrible partido, que era exactamente lo que Israel estaba teniendo. Por la otra banda y para fortuna de los leoneses, Mauro estaba haciendo un juegazo. Siete minutos antes de que concluyera el primer tiempo, el arbitro pitó una falta fuera del área en favor de León. Mauro tomó el balón y lo pateó por encima de la barrera. Fue gol. Eso y su manera de manejar el juego hicieron que la mirada del cazatalentos se comenzara a centrar en él. Sólo en él.

Durante la charla de medio tiempo Mauro se ausentó a causa de una aparente molestia en la rodilla derecha que fue tratada por sus paramédicos personales, la que no le impidió iniciar el segundo tiempo con la misma intensidad con la que terminó el primero, misma que Israel seguía sin encontrar. El entrenador ya pensaba hasta en sustituirle. De pronto una tragedia inexplicable, Mauro se desplomó sobre el piso aullando de dolor y tomándose la rodilla derecha. “Seguro son los ligamentos cruzados”, exclamaron los paramédicos del equipo, quienes permanecieron inmóviles, mientras los personales de Mauro se lanzaron raudos al campo y lo sacaron en una camilla. No permitieron que nadie se le acercara, ni siquiera Israel quien lloraba de impotencia por el destino de su amigo. En ese instante Baltazar se aproximó a Israel y le dio una nota firmada por su amigo Mauro, que decía:

Hazte famoso

 Esa noche Israel anotó dos goles, los que valieron el campeonato al León y a él una transferencia al segundo equipo del Real Madrid, el Castilla. Tan pronto terminó el partido fue a buscar a Mauro para llevarle la medalla de campeón y platicarle de la noticia, pero no lo encontró en ningún hospital de la ciudad. Luego se enteró, por Baltazar, que su papá lo había hecho volar a Houston, donde un especialista operaría los ligamentos de su rodilla. Los amigos no se volverían a ver hasta tres años después cuando coincidieron en la lista de convocados de selección mexicana de futbol sub diecisiete, donde retomaron su atípica amistad.

Mauro continuó su carrera profesional en el futbol mexicano, en las filas del Monterrey. En las pruebas médicas, antes de firmar su contrato profesional, no encontraron cicatriz de operación alguna en su rodilla derecha.

Said Farid Nasser Guerra
Said Farid Nasser Guerra
Abogado leonés especialista en derecho corporativo. Activista desde muy joven en la protección de animales. Actualmente se desempeña en el área jurídica de la empresa ABInBev. “Panza Verde”, apasionado por la lectura, el futbol, la bicicleta de montaña y la Fórmula 1.

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