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jueves, marzo 28, 2024

Conversando con dos perras

Entre la notaría y el departamento hay dos kilómetros de distancia, mismos que se pueden recorrer en veinte minutos a paso apresurado por la calle de Presa Azúcar; también podrías ir por la calle de Presa Angostura, caminar unos metros más y disfrutar una de las vistas más espectaculares de la vida…, la de Florencia Zozaya.

Ella me deslumbró por primera vez en un supermercado. Yo intentaba comprar un cartón de Acapulcoco, cuando la vi de reojo paseándose a un costado de la panadería. Por unos segundos me extravíe, no estaba seguro si en sus gruesos y rosados labios; en su tersa piel que contrastaba con el rojizo de sus mejillas; en su cabello castaño que recogía con un kanzashi negro o en sus enormes ojos cafés levemente rasgados que parecían dibujados por un caricaturista de animé. Antes de que pudiera resolverlo, la cajera me interrumpió bruscamente. “Su vale de despensa no tiene fondos”, lo dijo con un tono y volumen que no vale la pena describir. Pagué en efectivo y salí de ahí. En la puerta esperé a que la princesa nipona saliera, pensé que al verla nuevamente tendría el valor de hablarle, pero como no lo tuve, me limité a observar y notar que en la bata de color azul que traía, estaba bordada la siguiente leyenda:
“Florencia Zozaya—————————–Hospital Veterinario k-Lev”

Let the stalking games begin! (¡Que inicien los juegos del acoso!) Busqué en Google donde estaba ese hospital y resulta que el bendito lugar de sanación canina y felina estaba a tan solo unos metros de mi ruta habitual, por lo que al día siguiente ahí estaba, en la recepción de la veterinaria, rodeado de perros, gatos, conejos, erizos y sus respectivos dueños. La abrumada recepcionista se dirigió a mí.
– Buenas noches, ¿tienes cita? – ¿cita?, ¿cómo pude ser tan idiota?, ¿qué esperaba?, ¿a Florencia esperándome en la puerta con los labios de piquito?
– Hola. Estoy buscando comida para mi perro – dijeron mis labios, mientras mis ojos buscaban los anaqueles de croquetas.
– ¿Buscas alguno en específico? Tenemos las marcas Nupec, Royal Canin, Blue Buffalo y Hills – me bastó ver el precio de un costal de dos punto siete kilos de la marca Hills para saber que no quería nada de ese anaquel. Afortunadamente, en el de Nupec1creac, había una bolsa de premios que costaba setenta y tres pesos.
– Me llevo ese – dije con entusiasmo y sorprendido de mi capacidad de reacción.

En la caja, cuando sacaba el dinero de mi cartera, recordé que ni siquiera tenía un perro. Afortunadamente, antes de que recapacitara mi genial compra, escuché una voz a mis espaldas: firme, de tonalidad grave, pero con arreglos fresas. Las pupilas de los gatos se contrajeron, las orejas de los conejos se alzaron, los perros pararon de babear y sus dueños empezaron a hacerlo. Tenía que ser de ella… y lo era. Era Florencia.

Después descubrí que ella ahí realizaba sus prácticas profesionales de medicina veterinaria y zootecnia, de tal suerte que para disfrutar de su paisaje tenías que ser animal o ser dueño de uno. Ser ninguno de los dos jamás me detuvo. Eso quiere decir que después de un mes, al sobre de premios Nupec, se le unió un arnés para perro, dos correas, tres pelotas de goma y un total de cero ideas de cómo lograr que Florencia me notara… Hasta entonces.

Todo cambio la noche de un viernes cuando el equipo de futbol de la notaría se enfrentó al del famoso despacho de abogados Thomas Gerd, que ocupaba el penthouse del edificio en el que ambas oficinas se encontraban. Se trataba de un torneo que organizaba la administración del condominio, y en el que participaban todos los negocios que lo conformaban: empresas, consultorios, notarías, despachos, etcétera. Los mayoría de los partidos eran terribles, tan solo imagínate a catorce “godinez” rebasados por la edad, con una panza que no les deja ver sus zapatos, y unos pies que la última vez que tocaron un balón fue durante la Revolución Mexicana, corriendo, más bien trotando, a toda velocidad detrás del balón. El único partido que provocaba alguna emoción era el que se jugaba entre las jóvenes promesas del derecho mexicano, es decir, entre el despacho y la notaría. Eran partidos muy intensos y no por nuestras cualidades técnicas ni tácticas, sino por la saña con la que se jugaban. Entender el origen de la rivalidad es muy simple. Dentro de los servicios que ofrecen estos despachos, está la creación de empresas2, por el que cobran alrededor de ochenta mil pesos, sin embargo, en México, la única forma de constituir una sociedad es ante un fedatario, llámese notario o corredor público, ¿ya te imaginas por dónde va esto no? Cada uno de los integrantes de la notaría sabía que los elevados honorarios del despacho eran por adaptar los estatutos de machote que el notario redactó e intermediar la comunicación entre sus clientes y la notaría. Nosotros, por hacer su trabajo, tan solo les cobrábamos quince mil pesos, ¡maldito arancel! El marcador indicaba tres a dos, a favor de los hampones cuando el árbitro dio el pitazo final.

Estaba tan enojado por el resultado, que de regreso a casa olvidé tomar el camino más rápido, eso y la costumbre de acosar a Florencia me llevaron por el camino de la calle de Presa Angostura. Cuando doblé en la avenida me di cuenta que había un coche estacionado con las luces encendidas en frente del hospital veterinario, la potencia de los faros led indicaba que no era un coche barato. Después de avanzar unos metros y con ayuda del deficiente alumbrado público, descubrí a un hombre recargado en el guardabarros de un BMW M3, disminuí la velocidad de mis pasos. Por uno segundo confundí al misterioso sujeto con el actor que interpretó al superhéroe vikingo Thor, Chris Hemsworth. De pronto escuché un ruido metálico, volteé hacía la clínica y vi a una mujer cerrando la malla de la entrada, mientras un labrador negro la observaba sentado sobre la banqueta. Aceleré el paso, estaba a solo unos metros cuando ella terminó de asegurar los candados, avance otros metros y en frente de mí, la mujer se lanzó a los brazos de este vikingo y le plasmó un pasional beso, mientras el perro movía la cola con gran entusiasmo, compartiendo la felicidad de Florencia, de Florencia y Thor. Con el terrible hallazgo mi mente se esclareció, ¿cómo pude no haber considerado esa posibilidad? Todo ese tiempo desperdiciado. Al llegar a mi departamento, antes de introducir la llave en la ranura de la chapa, entendí que para tener posibilidad alguna de conquistar a Florencia, necesitaba algo indispensable…, una labrador negra.

Es así que llegó Cornelia a mi vida, una labrador negra que me ayudaría a conquistar a la princesa nipona. Un veterinario de pacotilla la ofertaba en páginas de rescate animal en Facebook que para mi sorpresa, accedió a rentármela durante una semana a cambio de trescientos pesos, más los gastos propios del animal. En las fotos publicadas, el animal lucía mucho más joven de lo que realmente era; su pelo era opaco y casposo, sin embargo, su mirada de labrador a medio morir desarmaba hasta el corazón más frío. Le puse un arnés rosa que hacía juego con una correa azul cielo y la subí al asiento de copiloto de mi coche, donde se sentó cómodamente a observar el paisaje. “Buena chica”, le dije tiernamente. En el trayecto al departamento hablé a la veterinaria para agendar una cita con Florencia, so pretexto de desparasitar a mi nueva amiga, pero resulta que la doctora (en cierne) no iba a estar disponible esa semana, por lo que tendría que esperar hasta la próxima. La recepcionista trató de sonsacarme para hacer una cita con otro doctor, pues para desparasitar no necesitas ser “El Encantador de Perros”, pero yo fui muy insistente en que la consulta fuera con ella, solo con ella. Mi cita quedó agendada para el martes de la siguiente semana. Cuando colgué el teléfono, volteé a ver a Cornelia, acaricié su cabeza, cruzamos la mirada y pensé, “una semana más con una perrita encantadora, ¿qué podría salir mal?”.

Resulta que todo. Cornelia era un tartufo de lo peor, se parecía a uno de mis compañeros de la notaría que en la cena de fin de año, se llevó su computadora portátil para “terminar unos pendientes”, obvio en frente del notario. Todos sabíamos que durante ese año, esa laptop solo le había servido para interactuar en sus varias redes sociales. Así era Cornelia, alrededor de las personas, obediente y dulce, pero cuando no había nadie viéndola se convertía en un demonio. Le bastaron quince minutos sola en el departamento, mientras yo dejaba mis camisas en la tintorería, para sacar la basura, devorar mis zanahorias baby, romper el plato en el que estaban y como broche de oro, esperarme acostada en mi cama.

Como no podía dejar que destruyera el departamento arrendado, tuve que adaptar mi vida para agotar su poderoso ímpetu. Decidí levantarme más temprano por las mañanas para salir a correr con ella, pero eso no bastaba, también tenía que aprovechar la hora del almuerzo en el trabajo para ir al departamento, sacarla a que hiciera pipi y popo, y regresar a tiempo a la oficina para comer en diez minutos en el baño de discapacitados. “Tan solo son 15 días”, me repetía mí mismo cada vez que daba un bocado a mi comida helada, mientras escuchaba y olía lo que hacía quien estuviera en el cubículo de al lado. Inexplicablemente, los problemas que generaba Cornelia se desvanecían cada vez que yo regresaba a casa por las noches, cuando escuchaba sus pezuñas chocar contra el piso rápidamente, mientras pegaba su hocico en la puerta esperando a que la abriera para recibirme con besos y abrazos. Y aunque mi vida cambió radicalmente con la llegada de Cornelia, mis sentimientos por Florencia jamás lo hicieron.

El día de la cita salí temprano de la notaría para bañarme y bañar a Cornelia, debíamos lucir lo mejor posible, por lo que descarté los jeans y mi playera favorita en favor de la supervivencia de la vaquita marina. Me probé tres trajes distintos y opté por uno azul marino ajustado, camisa blanca y una corbata azul cielo de perritos chiquitos y rosados. Me veía muy bien, lastima por mis zapatos, pues parecían de niño de secundaria que juega futbol con ellos todo los recreos. Cornelia y yo llegamos con diez minutos de anticipación a la cita, calculaba unos veinte minutos de espera, pero no fue así, a las veinte horas exactas, Florencia despidió a su cita anterior y llamó por mi nombre, que en su boca sonaba genial. Florencia no cuadraba en el estereotipo de la veterinaria risueña que llamaba a sus pacientes con sobrenombres como “bebita” o “preciosa”, era muy directa, pero en ningún momento grosera, además era sumamente eficiente; mientras me hacía una serie de preguntas sobre Cornelia, de las que en su mayoría yo desconocía la respuesta, ella preparaba los instrumentos que iba a utilizar para la consulta y los colocaba cuidadosamente a un lado de la mesa de exploración. Aun así, de vez en cuando me volteaba a ver para hacerme saber que sí estaba prestando atención a todas las patrañas que le estaba diciendo.
– ¿Cuándo fue la última vez que la desparasitaste? – me preguntó.
– Hace cuatro meses, pero convive con muchos perros, por eso me gustaría desparasitarla externamente – por supuesto que lo primero lo inventé y lo segundo lo estudié. Como no lucía nada impresionada y la cita se acababa, tuve que sacar la mejor broma de mi repertorio para romper el hielo entre nosotros. La broma de Pokemón.
– Es muy traviesa cuando está sola – dije espontáneamente y ella me hizo callar amablemente porque estaba escuchando el corazón de Cornelia con el estereoscopio.
– ¿De verdad? – contestó segundos después, impulsada más por amabilidad que por interés.
– Es como si cuando la dejara sola evolucionara de Pikachu a Raichu – tan pronto oí la palabra Raichu salir de mi boca, me maldije a mí mismo, hasta Cornelia me volteó a ver apiadándose de mí. Florencia apenas emitió un sonido que emulaba una risa. Que mala era fingiendo. Florencia le aplicó el desparasitante a Cornelia y a mí me dio una serie de instrucciones. Yo sentía que me asfixiaba, que el consultorio se hacía demasiado pequeño para una mujer tan grandiosa y a la vez se hacía grande para alguien tan diminuto como yo. Empezaron unas voces en la cabeza, me gritaban que el tiempo se me acababa.
– Listo. Puedes bajarla de la mesa – lo dijo con ese tono de alivio por haber terminado una tarea tediosa. Me aproximé resignado a Cornelia, puse mis brazos sobre su pecho y patas traseras y la puse de pie en el piso. Florencia volvió a decirme algo, pero no la escuché.
– Perdón, no te escuché – le dije ya casi rendido.
– Te pregunté si te gustaría cruzar a Cornelia. Se esforzaba tanto en ocultar ese tono fresa tan sexy, afortunadamente sin éxito.
– Claro, ¿por qué no? – Porque no es tu perra, me interrumpió la voz en mi cabeza. La ignoré.
– Yo tengo un labrador macho de la misma edad. Sacó su celular de la bolsa de su bata para enseñarme la foto de un lindo perro que por supuesto me parecía conocido.
– Está guapísimo. Le dije con un tono risueño, pero un poco indiferente.
– ¿Te parece si organizamos que se conozcan?
– Sí, claro. Pásame tu celular

No te emociones, no voy a transcribirlo.

Así, sin más, salí del consultorio no solo con el número telefónico de Florencia Zozaya, sino con la esperanza de volverla a ver. Le escribí al día siguiente por la noche vía WhatsApp, tardó dos horas en contestar, a pesar de que la caché “en línea” más de una vez, pero cuando contestó, nos bastaron cuatro mensajes:
– “Hola Florencia. Te escribo para prostituir a Cornelia” – fue el mensaje inicial que yo mandé.
– “Enhorabuena, justo lo que Norberto (así se llama mi perro) y yo necesitamos…, un proxeneta y su perra”. ¿Estarán disponibles este sábado por la tarde? ¿El Parque Lincoln les queda?” – contestó.
– “Podemos hacerles un espacio a las 17:00”.
– “Nos parece perfecto. Buenas noches”
Una mujer inteligente, divertida y de pocas palabras. Era perfecta.

Al día siguiente le escribí al verdadero dueño de Cornelia, para decirle que la necesitaba por un día más, hasta el domingo; él accedió, por supuesto, a cambio de más dinero. Con esa preocupación fuera de mi cabeza, yo podía dedicarme a pensar en algunas razones para justificar la falta de Cornelia después de nuestra cita – así es, ya estaba pensando en la segunda cita. – Por un momento pensé en decirle toda la verdad, en explicarle que por verla camino más, que por escucharla compro juguetes y comida para un perro que no tengo, que para conocerla renté a un perro de la misma raza que el suyo, pero que para pensarla, tan solo me basta respirar. Sin embargo, ese tipo de declaraciones de amor funcionan únicamente en películas en las que el declarante luce como Ryan Gosling; y como yo estaba lejos de parecerme a él, opté por seguir con la maquinación.

El sábado nos encontramos en frente de la estatua de Martin Luther King en el Parque Lincoln, era la primera vez que la veía sin bata y con el cabello suelto; lucía unos pantalones caqui entallados que dibujaban el contorno de sus delgadas pero a la vez torneadas pierdas, una blusa blanca sin mangas que apenas escondía sus pequeños y redondos pechos; y unos tenis de la marca Puma extremadamente blancos que se le veían divinos. Nos saludamos de beso, acariciamos al perro del otro y a partir de ahí pensé que la plática iba a fluir, pero no fue así. Nuestros perros guiaron una caminata en silencio, que lejos de ser incómoda fue liberadora, como si nos conociéramos desde hace años. La comodidad del silencio con alguien es simplemente extraordinaria y no iba arruinarla con preguntas ordinarias, así que esperé. Aunque no fue una larga espera, pues el sonido de una canción nos interrumpió, “Mr. Brightside” de The Killers que se escuchaba desde una bocina; espontanea e instintivamente la empecé a tararear, al parecer mal, porque Florencia me interrumpió para hacer su propia versión, que fue todavía peor. Eso inició una discusión musical que duró horas y sin darnos cuenta ya estábamos en el Parque Chapultepec hablando sobre el hijo que Carlota y Maximiliano nunca tuvieron. En cada intercambio de palabras, bromas, exageraciones, risas, etcétera, se asomaron miradas cómplices, que demostraban que quizás, compartíamos más que solo gustos musicales. Por cierto, los perros se llevaban de maravilla

Después de la larga caminata nos sentamos en una banca.
– Florencia, no me odies, pero lo de Cornelia y Norberto no va a suceder. Le dije con el corazón revolucionado.
– Lo sé – dijo fría y calculadamente.
– ¿Cómo qué lo sabes? ¿Qué sabes? – De pronto me volvía a sentir acorralado, las construcciones que nos rodeaban se acercaban; un lugar tan grande se había reducido al confinado espacio de las ideas dentro de mi cabeza, y estas querían salir de ahí, pero no tenían idea de cómo hacerlo. Por unos segundos quedé petrificado y de pronto, ella me tomó de la mano y se acercó a mi oído derecho. Su respiración acarició mi cuello, lo que causó que mis músculos se contrajeran y tras un breve escalofrío cada vello sobre mi cuerpo se erizó. Podía escuchar el palpitar de un corazón, no sé si era el mío, el de ella o el de los dos. A unos milímetros de mi oído derecho me susurró.
“Norberto está esterilizado”.

Las voces en mi cabeza empezaron de nuevo, pero esta vez eran ininteligibles, sospeché que me decían que lo había logrado, que ella estaba tan interesada en mí que inventó un pretexto para reunirse conmigo, ¿por qué otra razón intentaría cruzar un perro esterilizado? Me sentía elevado en el mismísimo cielo, sorprendido de mi genialidad y buena suerte. En medio del éxtasis, las voces se volvieron claras y decían: “Thor aproximándose por la derecha”. Florencia se soltó de mi mano bruscamente y se abalanzó sobre el vikingo, ni siquiera me presentó, simplemente me dijo que se iba. En sus ojos brillaba una mirada burlesca llena de satisfacción, de la misma forma en que una perra ve a su presa antes de matarla.

Sentado en la banca, abrumado por las voces en mi cabeza y la situación que todavía no lograba entender, tomé mi celular y le marqué al veterinario de pacotilla. Compré a Cornelia y a Florencia nunca la volví a ver.

 


[1] Nupec es una marca de la empresa Nueva Tecnología en Alimentación S.A. de C.V. que desde hace veinticinco años opera en la ciudad de Querétaro, Querétaro. Es la única empresa mexicana, a mi entender, que hace alimento para animales de calidad Premium.

[2] En México, de conformidad con la legislación mercantil actual, hay tres formas de crear una empresa: (i) ante fedatario público, es decir, notario o corredor público; (ii) mediante suscripción pública ante el Registro Público de Comercio, y (iii) ante la Secretaría de Economía mediante unos formatos electrónicos, únicamente por lo que se refiere a las Sociedades por Acciones Simplificadas. Siendo la segunda prácticamente  inexistente y la tercera impráctica, solo queda la primera.

Said Farid Nasser Guerra
Said Farid Nasser Guerra
Abogado leonés especialista en derecho corporativo. Activista desde muy joven en la protección de animales. Actualmente se desempeña en el área jurídica de la empresa ABInBev. “Panza Verde”, apasionado por la lectura, el futbol, la bicicleta de montaña y la Fórmula 1.

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