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viernes, abril 19, 2024

Crónicas de un godín millennial: trabajar en Europa

Hace algunos años trabajaba como director del área de recursos humanos en el corporativo de una empresa automotriz en la Ciudad de México. El nombre de ella lo prefiero omitir, aunque diré que es de origen bávaro y que hacía (conjugación en pretérito intencionada) automóviles en extremo lindos. Eso y la promesa de asumir un rol en sus oficinas de Múnich en Alemania, fueron los motivos determinantes para aceptar la vacante de especialista con veinticuatro años y recién egresado de la universidad.

Vivir en Alemania; más que una inquietud era un sueño arraigado desde la infancia durante el segundo matrimonio de mi padre con una alemana de nombre Sara. Fue con la familia de ella que pasaba las vacaciones de verano en Kolbermoor, un pueblo al sur de ese país, donde por primera vez monté una bicicleta y pateé un balón de futbol. A diferencia de mis distraídas hermanas, aprendí el idioma con sorprendente facilidad, lo que ayudó a integrarme a la familia Vettel, que no tardó en hacerme sentir uno de los suyos. Incluso, para mi octavo cumpleaños me hicieron llegar a la Ciudad de México una playera del equipo de futbol de sus amores, con mi nombre y número favorito estampado al reverso, el TSV 1860 München.

Desde entonces imaginé que la obra de mi vida se desarrollaría en el teatro de las calles no de ese encantador pueblo, sino de la ciudad que estaba a menos de una hora en coche de ahí, Múnich. Ahí me imaginaba caminando a través de la calle Valleystraße con la brisa de una suave lluvia pegándome en la cara o paseando a un costado del río Isar de la mano de una mujer de huesos largos y cabellos tan rubios que parecieren blancos. También había puesto mis ojos en un pequeño loft de la calle Grünwalder Straße, no por otro motivo que desde su balcón se podían observar las sesiones de entrenamiento del TSV 1860 München. También había soñado que las tardes soleadas las pasaría en un jardín comunitario, a los que ellos llaman Schrebergarten, y que sus residentes habitan diminutas cabañas con igualmente pequeñas huertas, en las que cultivan verduras y plantas. Aunque no soy fanático de la jardinería, por supuesto me pensé bebiendo una cerveza clara de la marca Paulaner y escribiendo otro de estos cuentos que nadie lee, mientras la rubia despampanante de mis sueños cuida de un fresal. Y en verano, y si mi condición física lo permitiere, recorrería cada uno de los setenta y un distritos bávaros en una bicicleta que pecaría de ser innecesariamente cara, pero indudablemente hermosa y ligera; desde la ciudad de Bayreuth en la región de la Alta Franconia, hasta la de Augsburgo en la de Suabia.

En fin, dejando mi sueños de lado, habían pasado cuatro años desde que entré a esta empresa de tres letras, recorrido varios de sus escalafones jerárquicos hasta llegar a la dirección, y en la que lideraba un equipo que entregaba magníficos resultados. Todo en la Ciudad de México.

Una tarde recibí una llamada de mi jefe, el Vicepresidente de Recursos Humanos en México, un atlético alemán de nombre Lars, quien solicitaba verme a la brevedad, así que me presenté en su oficina de inmediato. «¿Cómo estás mi Mario?», me preguntó señalando el inicio de una charla cortés –esas que fungen como medio preparatorio a una de mayor relevancia– la que ansiaba fuera corta y que afortunadamente lo fue. «Iré al grano», dijo con un perfecto español, pero un tosco acento teutón. «Estamos muy contentos con tu desempeño; los resultados de tu área han sido excelsos y no han pasado desapercibidos por global», dijo mientras mis ojos se iluminaban como faroles. «Ayer recibí una llamada de mi homólogo a nivel global y quiere que asumas una nueva posición lejos de aquí», continuó. Luego me presentó con una interesantísima oferta laboral que no solo implicaba un considerable aumento de prestaciones, sino una descripción de puesto lleno de retos, los que ansiaba asumir. Ignorando cualquier lineamiento de cortesía e inspirado por el frenesí de ver mi sueño de la infancia realizarse, lo interrumpí bruscamente y le dije: «Acepto. ¿Cuándo quieren que me mude Múnich?».

Ya se imaginarán mi sorpresa cuando me informó que sería trasladado a la nueva planta de la compañía… En San Luis Potosí.

Continuará…

Said Farid Nasser Guerra
Said Farid Nasser Guerra
Abogado leonés especialista en derecho corporativo. Activista desde muy joven en la protección de animales. Actualmente se desempeña en el área jurídica de la empresa ABInBev. “Panza Verde”, apasionado por la lectura, el futbol, la bicicleta de montaña y la Fórmula 1.

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