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miércoles, abril 17, 2024

Disertaciones laborales

Cinco para las seis y el despertador suena de nuevo. Me levanté sobre una cama que no era la mía, sino la de un cuarto de hotel de medio pelo, el que por cierto compartía con Ricardo Biondolillo, colega de trabajo distinguido por su afinidad al partido fujimorista Fuerza Popular y por sus piernas cortísimas y abultada barriga. ¿El motivo de tan peculiar escena? La convención de vendedores de tiempos compartidos en un hotel ubicado a las afueras de Arequipa. Desde conferencias motivacionales en las que un empleado narra una historia de superación personal tras un mortal padecimiento, hasta la actividad en la que otro hace el rol de cliente enfadado y los demás se las ingenian para complacerlo. En fin, con ganas de olvidarme de lo que me deparaba por el resto del día, me dispuse a ir al gimnasio. Procuré hacer el menor ruido posible y salí de la habitación al angosto e iluminado pasillo que —entre puertas de habitaciones, cuadros de arte abstracto, extintores y una horrida alfombra de cuadros azules y grises— parecía interminable.

La única bicicleta del gimnasio, aunque fija y postrada frente una pared blanca, se antojaba como un oasis de diversión en esa sedentaria convención. También habían siete caminadoras y un par de elípticas, para mi sorpresa todas vacías, pues no cuajaba con la nueva moda entre los que nunca practicaron algún deporte e intentan desesperadamente recuperar el tiempo perdido: correr. No obstante la falta de corredores, no estaba solo en el gimnasio. Un espigado y atlético hombre se estiraba agraciadamente tan alto y bajo como podía, acariciaba con pasmosa facilidad el piso con las palmas de sus manos, mientras sus piernas permanecían rectas y si las extendía, entre ellas formaban un ángulo de ciento ochenta grados; hazañas que me parecían sorprendentes, sobre todo considerando que sus cabellos grises revelaban que no era ningún jovencito. Aunque abochornado por su destreza, me subí con ánimo a la bicicleta y deseé que un demonio del ciclismo me poseyera, lo que no ocurrió. Después de cuarenta y cinco minutos de pedaleo, añoranza de mis años mozos cuando rodaba en el equipo del colegio, caí exhausto, mientras el hombre seguía con su rutina: flexiones de pecho a una mano.

Estuve particularmente distraído durante la conferencia titulada “Lenguaje corporal de tus clientes”, culpo al somnífero voz de la expositora. Aunque mi cuerpo permanecía sentado en una silla y con la mirada fija en los parlantes labios de la mujer, mi mente había zarpado involuntariamente a mejores horizontes: cruzó a través de los ríos de alguna experiencia sexual pasada y luego navegó a través de los mares gastronómicos. ¿Habrá ceviche en la comida?, medité con el ceño fruncido.

Durante la comida, con un lomo saltado en lugar de ceviche sobre mi plato, escuché con atención la platica entre mis colegas de la sucursal de Cuzco y Ricardo. Los temas en boga eran la baja de ventas atribuida a la suspensión del aeródromo de Chinchero, esto por los problemas financieros que enfrentaba el consorcio a cargo de su construcción y la reciente disolución del Congreso de la República. Esto último después de que este negare, en dos ocasiones, al presidente Martín Vizcarra, una cuestión de confianza —que es un mecanismo constitucional por el que el ejecutivo solicita al Congreso el respaldo respecto a una iniciativa de ley—, y como el ejecutivo y el legislativo se llevaban con las patas, pues aquel se llevó a este entre la cola. Esos sí que eran temas interesantes, pero fueron efímeros en comparación a las hazañas deportivas de mis colegas, quienes con reloj deportivo Garmin en muñeca alardearon sobre el tiempo, inclinación y ritmo cardiaco de su última corrida dominical. Esto en línea con la ya comentada tendencia. La llegada del suspiro limeño —postre hecho a base de manjar blanco, leche y azúcar— estuvo acompañada por la abrupta interrupción de un espigado hombre de cabellos grises, sospechosamente familiar.

—¿Cómo estuvo la rodada de hoy? ¿Cuánto pedaleaste? —, me preguntó el hombre con quien me había topado hace unas horas en el gimnasio.

—Diecisiete k en pendiente y a un ritmo de 117-148—, respondí con ganas de cortarme la lengua.

—Excelente. Felicitaciones—, me dijo antes de alejarse de la mesa.

Todos mis colegas miraban boquiabiertos. Superado el pasmo, me ayudaron a identificar a este hombre como Carlos Von, vicepresidente de ventas. “Enhorabuena me vengo enterando para quien he trabajado estos últimos seis años”, pensé a regañadientes.

Seis minutos pasadas las cinco del día siguiente y el despertador no sonó por primera vez. Me incorporé abruptamente sobre esa cama ajena. Miré la cama de Ricardo que estaba vacía. Caminé sobre el interminable pasillo hasta el gimnasio, en el que nuevamente me encontré a Carlos Von y a varios colegas, en su mayoría cuzqueños y entre ellos Ricardo. “Interesante grupo de corredores”, medité.

Said Farid Nasser Guerra
Said Farid Nasser Guerra
Abogado leonés especialista en derecho corporativo. Activista desde muy joven en la protección de animales. Actualmente se desempeña en el área jurídica de la empresa ABInBev. “Panza Verde”, apasionado por la lectura, el futbol, la bicicleta de montaña y la Fórmula 1.

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