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martes, abril 16, 2024

La carga de Eva

El aroma a sudor y cloro impregnado en cada rincón; los casilleros cerrados con candados de hierro que colgaban de sus puertas abolladas y pintarrajeadas; en el piso las vendas, cintas, calcetas, envolturas y demás resabios de artículos deportivos; de los pocos ganchos restantes colgaban prendas olvidadas por sus dueños, y sobre una banca de madera, una veintena de casacas apiladas, que causaban la pestilencia en el vestidor. A ese basurero fue a meterse Joanna con el niño tapatío de ojos bonitos.

Finalmente había terminado el Torneo de la Hermandad, en el que mi participación durante toda la semana de eventos deportivos, se limitó a ser espectadora de cada uno de los seis partidos de fútbol en los que Jo jugó. Ahí estuve asoleándome cual iguana, llevándole agua en los medios tiempos y sobre todo custodiando su mochila. ¿Todo para qué? ¿Para que el día de la celebración ella me dejara sola con dos raspados escurriéndoseme entre las manos, mientras se escapaba con el tapatío? Quien de paso le robó a Jo unos besos. Los primeros. Tan pronto los vi, dejé los raspados en la entrada del vestidor y me subí al primer taxi que encontré en la avenida. Le pedí me llevara a un inmueble ubicado en la Alameda Central, donde se llevaban a cabo las reuniones del Partido Obrero Socialista (POS) en su planta baja y en el segundo piso vivía su líder, León, a quien también apodaban el Tololo. No sé si por chileno o por el exagerado aumento en sus lentes. A León lo conocí mientras se dirigía a un grupo de manifestantes de la Liga Internacional de los Trabajadores – Cuarta Internacional (LIT-CI), que como muchas otras marchas tuvo lugar en la Plaza de Armas frente al Palacio de Gobierno. La consigna no la recuerdo, creo eran mejores condiciones laborales para los obreros huelguistas de una vidriera. Me uní a la marcha, más por la curiosidad del aspecto y acento de ese Tololo, que por el contenido de las demandas que pregonaba a través del megáfono. León debía tener cuarenta y tres años, aunque aparentaba muchos menos con su cuerpo delgado y espigado, que cubría con trajes de dos piezas, que lo hacían lucir más como empleado de gobierno, que como un revolucionario trotskista, como a él le gustaba definirse. Sus seguidores lo juraban originario de Concepción, Chile, lo que se alienaba con la falta de “s” en sus discursos, así como sus frases que pocos entendíamos. “Vamos pal Palacio de Gobierno a reclamarle a eto ingrato hacer una vaca a cota del Pueblo”, gritó con fervor la tarde que me uní a su movimiento.

Esa noche en el vestidor me había dado cuenta que no podía ser quien yo era, incluso con Jo, así que busqué a León. No sé que esperaba escuchar de él, ni siquiera estaba segura que me ubicara, pero sus discursos, aunque llenos de rabia, siempre traían un poco de calma en mi mente. Creo que eso era lo que esperaba… calma. Sin embargo, resulta que como el muy mojigato y liberal de Tololo no comprendió que yo era lesbiana y que estaba enamorada de mi mejor amiga, le dio por acariciarme la pierna. “Es para curarte de tu enfermedad”, dijo justificándose. Cuando le dije que mejor me marchaba, amablemente me acompañó hasta la puerta, pero antes de que la abriera, cubrió mi boca y nariz con un trapo húmedo. Creí que en cualquier momento perdería la consciencia como en las películas, pero eso nunca pasó. Adormilada y mareada. Así fue como León violó mi cuerpo. Una vez que terminó creo haberle agradecido, no sé si por no haberme matado o por el taxi que me pidió. En mi casa pasé horas en la regadera tratando de borrar sus caricias, pero no salían, luego busqué moretones y apenas encontré unas marcas en mis rodillas, que bien pudieron haber sido por cualquier otro motivo. El maldito sabía lo que hacía. Tiré mis prendas ensangrentadas en la basura y continué mi vida.

No culpé a Jo de lo que sucedió aquella noche, pero tampoco la perdoné y como no había nada que perdonarle, lo único que pude hacer fue alejarme. Cambié de área de formación en la escuela para no compartir más clases con ella; opté por Física y Matemáticas que era la única con lugares disponibles, a pesar de lo mucho que se me complicaban esas materias. En ese momento encontrarle sentido a la escuela no me era difícil, sino imposible. Durante clases lo único en lo que pensaba era en un León que desgarraba mi cuerpo una y otra vez. El dolor físico eventualmente desapareció, pero lo que me pasó esa noche estaba tatuado en mi piel… para siempre. Era de esos tatuajes que no quise compartir con nadie, ni con Jo, por más que me buscara en todas partes.

Después de tres meses del suceso y a dos semanas de que terminara la preparatoria en el colegio de monjas, caí en cuenta de lo cerca que estaba de tener que repetir el año. Apenas tenía promedio aprobatorio en las materias de tronco común y en Mate de plano estaba volada, salvo que sacara más de nueve con el pervertido de Arturo. Así que me agarré los ovarios y conseguí unas clases vespertinas de matemáticas con una señora japonesa de apellido Kumon, quien resultó ser una maestra extraordinaria, pero muy exigente. Tan pronto llegaba a su casa por las tardes, sin siquiera saludarme, me sentaba a resolver cálculos de todo tipo en hojas separadas. Así durante tres horas seguidas sin quitarme la mirada de encima. La distracción de su intensidad fue la bocanada de aire fresco que mi vida tanto necesitaba. Después de haber estudiado matemáticas con ella durante dos semanas, no solo me sentía confiada de librar la materia, sino que hasta encontré el gusto por las matemáticas. “Quizás debería de estudiar actuaría”, recuerdo haber pensado.

Convencida de no permitir que el ultraje de mi cuerpo definiera el resto de mi vida, me propuse salvar mis materias y graduarme de preparatoria, pero el convencimiento me duró hasta que pasó el tercer mes sin que me bajara. La prueba de embarazo que me hice salió positiva y con ello la imagen de León que se había desvanecido de mi mente se volvió nuevamente nítida. Con apenas diecisiete años de edad tenía que enfrentarme a la idea de volverme madre de su hijo y lo lamento, pero en mis condiciones, imaginar ser madre me producía asco y sobre todo rabia. El problema de la rabia es que pesa más que el cemento y con esa carga me presenté a hacer el examen que apenas contesté. Dieron las calificaciones apenas unos días después para ver quienes tendrían derecho a graduarse. La sorpresa de escuchar mi nombre seguida de la calificación de nueve punto tres fue liberadora. Por supuesto sabía que el examen que yo había contestado no obtuvo esa nota, pero tenía tantas cosas en mente que olvidé a agradecerle a Jo, sea lo que sea que haya hecho la pícara. La fiesta de graduación fue una semana después, la panza apenas me había crecido, pero no podría ocultarla por mucho más tiempo, por lo que había llegado la hora de despedirme de mi mejor amiga.

No estaba segura de lo que hacía, pero reservé una habitación en el hotel en el que se celebró la graduación, tenía un cielo estrellado pintado sobre el techo y el mobiliario rayaba en lo cursi. Busqué a Joanna y la encontré sentada cabizbaja. La tomé de la mano y la llevé a la fuerza a través de la pista de baile, mesas, jardín principal, recepción, hasta el segundo piso de cuartos. El trayecto no fue corto, pero Joanna me siguió sin preguntar nada, yo sabía que eso significaba algo, aunque no sabía qué. Enfrente de la puerta de la habitación que tenía el nombre de Cielo y con la mano de Jo todavía entre la mía, busqué la llave en mi bolso con mi mano mala, eso y los nervios ayudaron a que no la encontrara. Pensé que si soltaba su mano para buscarla, aunque fuera un instante, ella se escaparía de mí. Los nervios me mataban, pero ella lucía tan calmada, tan natural. ¿Cómo le hacía? Con su mano libre sacó de mi bolsa la llave y con destreza la insertó en la ranura de la chapa y abrió la puerta. Dentro del cuarto, los nervios fueron reemplazados por un frenesí total. Simplemente no pude dejar de besarla, y aunque todavía no me sentía enteramente cómoda con las caricias, quería que fuera ella y solo ella quien estuviera dentro de mí y vaya que lo hizo.

Esperé a la mañana para contarle lo que mi vientre cargaba y su causa, pero ella me ganó con la noticia de una beca en Suiza para convertirse en Chef. Por fin cumpliría su sueño. Esa mirada que tantas veces me pareció imposible descifrar, finalmente hacía sentido. Jo me amaba, quizás de la misma manera que yo lo hacía y justo por eso decidí no compartirle mi carga.

Era hora de marcharme.

CONTINUARÁ…

Said Farid Nasser Guerra
Said Farid Nasser Guerra
Abogado leonés especialista en derecho corporativo. Activista desde muy joven en la protección de animales. Actualmente se desempeña en el área jurídica de la empresa ABInBev. “Panza Verde”, apasionado por la lectura, el futbol, la bicicleta de montaña y la Fórmula 1.

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