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sábado, abril 20, 2024

La Princesa de la selva

Hace muchos años, en un lugar donde el sol brillaba con fuerza sobre la arena, un poderoso Sultán hizo construir un palacio de cúpulas verdes y ventanales amarillos. En sus jardines se plantaron flores y árboles, para que creciera el jardín más hermoso de todos, pero en esas tierras nada floreció. Los mejores jardineros vinieron desde cada rincón del Reino, y trajeron consigo las semillas más fértiles, pero ni un cactus creció en aquel lugar que permaneció inerte, casi muerto. Resignado, el Sultán mandó a cubrir los jardines con cemento y sobre este se construyeron decenas estatuas y fuentes. Pasaron los años y con ellos el recuerdo del jardín que había nacido muerto.

Cuando el viejo Califa, gobernante del Reino, cayó enfermo a causa de una misteriosa enfermedad, el Consejo de Ancianos de aquel lugar se reunió para escuchar las propuestas de los sultanes que aspiraban a sucederlo. Sin embargo, la candidatura de este Sultán fue prevenida por no estar casado. Le dieron veintisiete días para remediarlo, de lo contrario su candidatura sería rechazada. Así que el Sultán buscó a la mujer más hermosa del Reino, a quien encontró en las barracas de su ejército; una joven guerrera de cabellos cortos e ideas largas. El único inconveniente: estaba comprometida a otro guerrero, un valiente general, a quien ella amaba con locura. Cuando ella rechazó la mano del Sultán, este; enfurecido, encomendó al general una misión de la que nunca volvería, al menos no con vida. Tras la muerte del general, obligó a la guerrera a tomarlo a él como esposo, so pena de también hacer matar a su familia. Sin más remedio, aceptó y con ello, y sin querer serlo, se convirtió en Princesa.

A los pocos días de que la Princesa llegara al palacio, el piso de cemento que cubría el jardín se empezó a cuartear. De las fisuras brotaron bromelias, orquídeas y hasta árboles de cuyas ramas salieron frutos jamás probados. La Princesa los recogía por las mañanas y los repartía entre los más necesitados por las tardes. Todas las noches, desde su habitación, ella rompía en llanto al recordar el amor que le había sido arrebatado. Algunos curiosos decían que eran sus lágrimas que caían desde la ventana hasta el patio, las que fecundaron la tierra del palacio.

La candidatura del Sultán del Sur para gobernar sobre el Reino fue ratificada por el Consejo de Ancianos, pero lo cierto es que en las calles no se hablaba de él, sino de ella. Así que el Sultán le prohibió salir del palacio. Encerrada, lejos de desmotivarse, continuó ayudando a la gente del Reino; ahora pasaba todo el día llenando canastos de flores y frutas, para que los sirvientes del palacio salieran a las calles y los repartieran. La Princesa, guerrera y prisionera, luchó desde su encierro para ayudar a su gente. Cuando las voces unísonas del pueblo imploraron no solo su liberación, sino que fuera ella quien reemplazara al viejo Califa y no el Sultán; este, aún más enrabiado, la hizo encerrar en la habitación de la torre más alta del palacio, donde su memoria debió perderse.

Por las noches, se escuchaba el crujir de los muros del palacio, que hicieron eco a los sollozos de la Princesa. Sus paredes se resquebrajaron como hojas secas y de las grietas salieron todavía más plantas y árboles, y hasta especies de animales jamás vistas; era tan extensa la flora y fauna que brotaba del palacio, que ya no era necesaria recolectar los frutos, pues estaban al alcance de la gente, solo tenían que acercarse y tomarlos.

La rabia del Sultán fue tal, que una noche se adentró en los aposentos de la Princesa, la encontró no llorando, pero sentada sobre su cama y sonriendo, estaba esperándolo. El Sultán degolló el cuello de su esposa, y mientras la vida se le escapó, ella solo sonrió, pues por fin se reuniría con su amado. Esa noche la luna se pintó de rojo y bajo su luz, el Sultán enterró su cuerpo en el jardín del palacio que ya no estaba muerto, sino lleno de vida.

La vegetación se extendió a miles de kilómetros más allá de los pisos y paredes del palacio, hasta cubrir el Reino entero. “Es el jardín más bello de todos”, dijo el Sultán antes de morir sofocado por una anaconda de color azul.

El nombre de la Princesa era Amazonia.

Said Farid Nasser Guerra
Said Farid Nasser Guerra
Abogado leonés especialista en derecho corporativo. Activista desde muy joven en la protección de animales. Actualmente se desempeña en el área jurídica de la empresa ABInBev. “Panza Verde”, apasionado por la lectura, el futbol, la bicicleta de montaña y la Fórmula 1.

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