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viernes, abril 26, 2024

¿Los inigualables años dos mil? Un cuento de y para Millennials

Era la celebración del vigésimo octavo aniversario de Raúl Domínguez; el tema de la fiesta era recordar “Los años 2000”. Enrique Oviedo, uno de los invitados, desenterró de las profundidades de su armario su mejor atuendo de aquella época: una camiseta tipo polo azul con rayas blancas horizontales y un alce bordado a la altura del corazón; pantalones de mezclilla holgados y unos tenis Adidas, esos que tienen puntera de caucho que emula una concha de mar.

Acompañado de una botella de ron sabor vainilla, Enrique se presentó en el departamento de Raúl en la colonia Roma. El anfitrión, al ver la botella de Captain Morgan en la mano de su invitado, no pudo evitar hacer la “capiseñal” evocando aquella campaña publicitaria que celebraba cualquier hazaña, por más inútil que fuera, doblando una pierna izquierda, mientras se colocaban las manos en la cintura… ridiculísima. Raúl lucía una playera negra deslavada de la marca Ed Hardy con la cabeza de un tigre impresa y lentejuelas incrustadas en la parte frontal. Además, en su muñeca derecha llevaba una pulsera amarilla de silicón, conmemorando la campaña publicitaria que en el año dos mil cuatro, el siete veces ganador del Tour de France y sobreviviente de cáncer, Lance Armstrong, encabezó como portavoz de la marca de artículos deportivos Nike. El tremendo éxito de la campaña, cuyo objeto era recabar fondos para la fundación combatiente del cáncer, Live Strong, fue tan solo equiparable a la polémica que generó la confesión de Lance durante una entrevista con Oprah Winfrey sobre su consumo de drogas para lograr el triunfo y así ganar las siete preseas. Por supuesto la Unión Internacional de Ciclismo le retiro cada una de ellas.

Enrique y Raúl se abrazaron con cariño, se preparó aquel una cuba y este una cerveza con gomitas y salsas picosas, luego resumieron diez años de ausencia en diez minutos de parloteo distraído, del que no salió más que información sobre sus carreras profesionales. Enrique había estudiado la carrera de Ingeniería en Mecatrónica y trabajaba en la planta de una cervecera, mientras que Raúl era diseñador industrial y se dedicaba a dar clases de arte plástica en una escuela preparatoria al sur de la ciudad. Eso explicaba la procedencia de muchos de los invitados que apenas pasaban la mayoría de edad, el acné en sus caras los delataba. La fiesta estaba ambientada al ritmo de canciones como Mr. Brightside de The Killers, I Miss You de Blink 182 y Bittersweet Symphony de The Verve, las más populares entre los niños ricos de la época.

Cuando Raúl se distrajo con una de sus jóvenes alumnas que recién se incorporaba al evento, Enrique se paseó por el departamento para observar la decoración de la fiesta. De una pared colgaba un afiche político de la campaña presidencial de dos mil seis, del panista Felipe Calderón; el slogan era: “Para que vivamos mejor” y una foto en la que el candidato saludaba con una sonrisa confiada. Dio un sorbo a su cuba y se sorprendió al encontrarla extremadamente dulce, definitivamente no era el sabor que recordaba. “¿Me estaré haciendo viejo?” pensó. Haciendo a un lado ese inquietante pensamiento, recordó el día de las elecciones del dos mil seis, era un domingo dos de julio, en el que el Consejero General del Instituto Federal Electoral, Luis Carlos Ugalde, anunció que la diferencia entre el primer y segundo candidato era tan estrecha, que del conteo rápido no se podía establecer quién era el ganador de la contienda presidencial. Fue hasta el seis de julio, cuatro días después, que se declaró a Felipe Calderón como ganador con una diferencia de cero punto sesenta y cuatro por ciento sobre el candidato de izquierda, Andrés Manuel López Obrador. Los coros de “voto por voto y casilla por casilla” resonaron por doquier y enfrente del Tribunal Electoral, con cacerolas y cucharas, cientos de miles de simpatizantes de Andrés Manuel, demandaron que se recontaran los votos enfrente de ellos. En ese entonces, Enrique estaba seguro de haber vivido un momento único en la historia de México, sin embargo, fue su tío Mario, un grillo político de closet, quien lo sacó de la ignorancia: “Estás chavo mijo, en el ochenta y ocho, cuando Carlos Salinas de Gortari le ganó a Cuauhtémoc Cárdenas, hasta los muertos votaron”, le dijo refiriéndose a los diversos reportajes que señalaban registros de votos de personas que habían fallecido. En la cara del tío Mario se dibujó una pequeña sonrisa, se pusieron sus ojos en blanco y continuó su camino.

A un costado de la televisión que sí era moderna, y sobre un reproductor de DVD plateado, estaba la película de ciencia ficción dirigida por James Cameron y estrenada en dos mil nueve: Avatar. La trama ambientada en un planeta llamado Pandora que es habitado por una raza humanoide de color azul e invadida por los humanos le pareció a Enrique de lo más aburrida y predecible. Sin embargo, los records que había batido no le eran indiferentes. Recordó aquella cena en la que intentó hacer gala de sus conocimientos adquiridos en clases de economía, destacó que la ganancia bruta de la película había sobrepasado por mucho a la de Titanic, película que dirigió el mismo James Cameron y estrenó en mil novecientos noventa y siete. Sin embargo, también se acordó que su discurso fue abruptamente interrumpido por ese mismo tío Mario, al parecer también cinéfilo y economista, quien condenó de injusto y trivial su análisis al comparar el valor del dinero de distintas épocas sin un ajuste inflacionario. “Es que estás chavo mijo”, dijo nuevamente con los ojos en blanco y la sonrisita que tanto le molestaba a Enrique y además agregó: “Titanic ganó once estatuillas de la Academia, mientras que los monstruitos azules…tan solo tres”.

Cuando la mente de Enrique se apartó de esos objetos que tantos recuerdos le traían y sin quererlo, alcanzó a escuchar una conversación de un grupo de jóvenes invitados, ninguno de ellos tenía más de veinte. La encabezaba un joven que hablaba muy fuerte, alardeaba de haber votado por Andrés Manuel López Obrador en las últimas elecciones presidenciales de dos mil dieciocho y de ser uno de los primeros en ver Avengers, la película que batiría el record de Titanic y Avatar. La frustración hervía en la mente de Enrique que se rehusaba a convertirse en ese molesto tío Mario, pero la forma en que ese chavo se expresaba, con tanta soberbia y suficiencia pudo más que su rechazo y con una voz grave y segura exclamó: “No cabe duda que estamos chavos mijos”. En su cara se dibujó una sonrisa y sin poder evitarlo, puso lo ojos en blanco.

Said Farid Nasser Guerra
Said Farid Nasser Guerra
Abogado leonés especialista en derecho corporativo. Activista desde muy joven en la protección de animales. Actualmente se desempeña en el área jurídica de la empresa ABInBev. “Panza Verde”, apasionado por la lectura, el futbol, la bicicleta de montaña y la Fórmula 1.

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