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martes, abril 23, 2024

Los ñoños también se enamoran

Fue en la facultad de ingeniería que me di cuenta de lo mucho que me gustaban las mujeres y lo poco que yo a ellas; aunque esto último ya lo sospechaba desde la secundaria cuando más de una se burló de mi complexión regordeta y las cicatrices en mi cara, a causa de un poderoso acné. En fin, uno hace lo que puede con lo que tiene, y lo que yo tenía eran ganas de ser el mejor ingeniero de todos, así que dediqué mi tiempo a estudiar y dejé de pensarlas… Al menos por un tiempo. Luego se apareció Cristina Gómez (nombre cambiado por fines prudenciales) en mi vida y mi estrategia se fue enterita al carajo: piel blanca, labios delgados, piernas moderadamente largas; rasgos que le valieron para pasearse altanera por los pasillos del Centro de Ingeniería Avanzada, donde recababa nuestras miradas, la que más de una pecaba de lasciva.

Algunos habladores afirmaban de su fetiche por los integrantes de los equipos de la universidad, en específico los de futbol y futbol americano, con quienes supuestamente habría tenido algo que ver. Lo que sí me consta, es que ninguno de esos suertudos fuimos los que conformábamos el equipo de robótica, y eso que, a diferencia de los trogloditas deportistas, cada uno de nosotros hubiéramos dado lo que fuera, con tal de habernos llamado su novio o por lo menos su ligue.

Durante clase de cálculo integral en segundo semestre, después de que el maestro Izaguirre pregonara nueve punto seis seguido de mi nombre y apellidos, anunciando con ello mi calificación del segundo examen parcial, fue que Cristina me notó por primera vez tras nueve meses de compartir aula. Nuestras miradas se encontraron fugazmente mientras yo caminaba de regreso a mi pupitre y ella observaba desde la fila de hasta atrás; tan pronto tome asiento ya había olvidado el orgullo que me produjo la nota del examen, pues en mi mente solo estaban sus grandes y profundos ojos color noche. Estaba tan distraído que en ningún momento me percaté que el maestro había dado las instrucciones para la tarea del lunes siguiente.

El fin de semana que siguió a aquel evento, ocurrió algo de lo más extraño. En la noche de sábado, después la Guerra de Robots, evento auspiciado por el Instituto Politécnico Nacional,

nos reunimos en casa de Esteban para celebrar el tercer lugar obtenido en dicha contienda. Lo hicimos de la única manera que sabíamos: cervezas y videojuegos. Este último fue el clásico de estrategia Age of Empires, en el que los jugadores edifican diferentes civilizaciones en un mapa común, con el objetivo de atacar y conquistar los pueblos vecinos. Lo recuerdo con gran detalle, pues a la par de las campanas que anunciaron un ataque de los mamelucos sarracenos controlados por Ulises, mi celular también dio un aviso: un mensaje de texto. Considerando que los únicos que solían escribirme estaban sentados frente a mi, enviciados con sus portátiles y cervezas, descubrir la identidad del remitente se volvió prioritario en mi vida:

“Hola Octavio, soy Cris. ¿Cómo estás?”

Decía el mensaje. No recuerdo si pausé el juego o si dejé a mis aldeanos a su suerte, pero me levanté raudo y me dirigí al séquito de vírgenes ahí presente: “Chicos, creo que le gusto a Cristina Gómez”, dije con fuerza y convicción. Les expliqué porqué y aunque no fue fácil convencerlos, me creyeron. El mensaje de texto hizo las veces de prueba fehaciente. “Hola Cris. Estoy muy bien, echando chelas con la banda ¿quieres venir?”, le propuse a mi próxima novia. A partir de entonces mis amigos y yo detuvimos el videojuego, pero el juego de estrategia apenas había comenzado; esta vez éramos una alianza de ñoños determinada a ayudarme conquistar a la gran Cristina Gómez. Utilizamos la herramienta de Mindjet para hacer un diagrama de flujo con las probables respuestas de Cris a mi mensaje y como a partir de ahí podría seguir la conversación: desde “voy para allá”, hasta “mejor mañana”. Jamás pensamos que una hora con cuarenta y siete minutos después, contestaría:

“¿Me pasas la tarea del lunes por favor?”

Said Farid Nasser Guerra
Said Farid Nasser Guerra
Abogado leonés especialista en derecho corporativo. Activista desde muy joven en la protección de animales. Actualmente se desempeña en el área jurídica de la empresa ABInBev. “Panza Verde”, apasionado por la lectura, el futbol, la bicicleta de montaña y la Fórmula 1.

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