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miércoles, abril 24, 2024

Memorias de una soldado roja (Parte II)

Natalia, igual que yo, de dieciocho años y miembro del Komsomol, movimiento juvenil del partido comunista, era la inspiración de las más de ochocientas mil mujeres que peleábamos en el ejército rojo. Ella, como nosotras, había sido entrenada para dar primeros auxilios a los soldados heridos en el frente, desde limpiar y suturar heridas hasta asistir a cirujanos en la amputación de una extremidad. Y ella, igual que nosotras, ansiaba un rol más protagónico que el de enfermera. Sin embargo, nosotras, y a diferencia de ella, no habíamos hecho nada para cambiar nuestra suerte. De ahí que ella fuera un ídolo entre las soldado enfermeras soviéticas.

La hazaña de Natalia se había anunciado en todos los periódicos, había ocurrido en Moscú o Smolensk —según el columnista— cuando un regimiento de rifleros rusos fue rodeado por la división de tanques que comandaba Heinz Guderian, el coronel alemán a quien se le atribuía no sólo la fundación de la táctica relámpago, sino la conquista de Francia y Polonia. Los rifles de cinco cartuchos Mosin-Nagant con los que estaban armados uno de cada tres soldados rusos eran un hazmerreir en comparación a las ametralladoras alemanas refrigeradas por aire, que disparaban más de mil balas por minuto y que adornaban la escotilla de algún vehículo blindado. «Morir por Rusia es una dicha», explicó el teniente ruso en forma de consuelo a los que habían logrado escapar el cerco alemán; palabras, en mi opinión, exageradas por los cronistas. En fin, de lo que no me cabía duda es que Natalia, armada con nada más que valor, se arrastró pecho tierra entre líneas enemigas, hasta llegar a los cuerpos de camaradas caídos dejados a su suerte. Frente a ellos, de su delgado cuerpo extrajo fuerza para cargarlos uno por uno de regreso a la seguridad de las líneas rojas. Operación que repitió en siete ocasiones, mientras los alemanes se aproximaban cada vez más. En la octava corrida, las tropas de Guderian se habían ya compactado demasiado, dejándole a Natalia ningún recoveco por el cual escabullirse: se dio cuenta muy tarde. Encontró escondite en una casa a medio derrumbar, que albergaba los restos de una batalla librada entre una familia de cuatro granjeros rusos y un soldado alemán. Todos muertos. En ese funesto escenario, entre la putrefacción de los cuerpos inertes, Natalia se escondió. Entre tanto, un tanque alemán aparcaba enfrente del inmueble. Caída la noche, se desprendió de su indumentaria rusa: abrigo acolchado, gorra de piel con orejeras, guantes, y la reemplazó con la que solía vestir al cuerpo del alemán muerto: un delgado abrigo y pantalón color gris, guantes y una gorra con un cráneo incrustado en su corona; todos de algodón. Haciéndose pasar por soldado alemán, se hizo camino a través de la tripulación del tanque que estaba más preocupada por encender una fogata debajo del vehículo (para evitar que el lubricante del motor se congelara), que por el colega que les pasaba luciendo un uniforme con varios hoyos de bala en el pecho y la manga redoblada. «Con este uniforme la van a pasar mal en el invierno», pregonó Natalia tan pronto se reencontró con sus camaradas rusos, quienes la recibieron con aplausos.

Pravda, periódico de corte izquierdista que atacó con enjundia al último zar Nicolás II y que había florecido cuando este abdicó tras la Revolución de Febrero en 1917, ahora era el diario oficial del partido comunista. Sus números circulaban sin falta en cada uno de las divisiones del ejército rojo bajo la consigna de ser leídos en voz alta para todos los presentes. Los repartidores, para evitarse incomodas situaciones con el grueso de las tropas, siempre buscaban a las enfermeras para hacer la entrega, pues todas teníamos que saber leer para portar el uniforme de soldado. Los hombres no. De un tiempo acá, el periódico dedicaba la mayor parte de sus espacios a artículos sobre Vasily Zaitsev, un afamado granjero de la región de los Urales convertido en francotirador, y a quien le achacaban la muerte de más de trescientos oficiales alemanes usando el mismo rifle de cinco cartuchos. Historia, en mi opinión, nuevamente sacada de proporción. Sin embargo, en la última edición vespertina del Pravda, le habían dedicado un pequeño espacio, apenas un recuadro de la tercera página, en anunciar algo que nos llenaba a todas de ilusión:

 Natalia Peshkova refuerza Stalingrado.

Continuará…

Said Farid Nasser Guerra
Said Farid Nasser Guerra
Abogado leonés especialista en derecho corporativo. Activista desde muy joven en la protección de animales. Actualmente se desempeña en el área jurídica de la empresa ABInBev. “Panza Verde”, apasionado por la lectura, el futbol, la bicicleta de montaña y la Fórmula 1.

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