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viernes, marzo 29, 2024

Noche en San Miguel

Era una de esas noches en la Zona Centro de San Miguel de Allende en la que miles de jóvenes se paseaban por las calles. Unos cantando el coro de alguna canción ochentera de moda y otros bebiendo ante los uniformados que desviaban la mirada. Entre ellos, Sebastián Aguilera y Mario Dias caminaban cuesta arriba por la calle de Umarán. ¿Su destino? El exclusivo club de la Ciudad, “El Grito”.

Ambos estudiantes de la Universidad Panamericana de la capital, acababan de concluir el segundo año de la licenciatura en Derecho con las notas más altas de su generación y estaban ansiosos por iniciar sus carreras profesionales. Sebastián no se decidía entre una vacante en el Consejo de la Judicatura de la Federación y otra en la Secretaría de Relaciones Exteriores. En cuanto a Mario, él estaba por aceptar la oferta de un maestro de la asignatura de Obligaciones, quien le ofreció un puesto de revisor en la notaría de la que era titular. El viaje a San Miguel era la celebración que marcaba el inicio de sus prometedores futuros.

Con motivo de lo anterior, Sebastián vistió sus huesos largos y piel apiñonada, por no decir morena, con un pantalón de mezclilla y una camisa color salmón con dos jinetes de polo bordados al pecho. “Es que es dos veces mejor”, le explicó a Mario cuando este le cuestionó la presencia del segundo jinete en el logo de la marca Ralph Polo Lauren. Por su parte, Marco, acompañó unos pantalones caquis con una camisa azul marino, esta sí original de la marca Lacoste, pero que había pasado por lo menos un lustro desde que ya no cubría sus antebrazos y si se estiraba de plano se le veía el ombligo. Entre las manos derechas de cada uno de los compadres había una botella de Sidral Mundet de seiscientos mililitros, rellena de todo menos gaseosa sabor manzana. Su contenido era la “fórmula”, como ellos conocían a la mezcla de bebidas alcohólicas que servían en contenedores de apariencia inocente y que bebían cual cosacos. Esa noche, la “fórmula” era ron blanco sabor frambuesa, vodka, refresco sabor limón y un poco de cerveza. La ingesta de ese menjurje de aspecto opaco garantizaba limitar el gasto dentro de cualquier bar o club, donde se limitaban a pagar la entrada y una cerveza para acompañarlos el resto de la noche, sin descuidar en ningún momento el frenesí que les provocaba el nivel de alcohol en su sangre.

El tumulto reunido a las afueras de El Grito anunciaba una entrada complicada, pero eso no los detuvo. Los espigados cuasi hombres se abrieron camino haciéndose valer de rodillas y codos hasta llegar a la mirada de Chepe, el cadenero del lugar. Chepe, de quien algunas leyendas decían ser un antiguo policía ministerial que fue dado de baja hace algunos años, cuando a su comandante le llegó un video en el que tenía relaciones sexuales en una patrulla. Los chismes también decían que en un inicio, al comandante le pareció hilarante la situación y hasta felicitó a su subordinado, sin embargo, terminó por correrlo al ver que la mujer en cuestión no era otra más que su esposa.

Las súplicas del foro reunido afuera del club eran de lo más variadas: “Mi rey Chepe. Vengo con dos mujeres. Déjanos pasar”, dijo un chaval que señalaba a dos niñas de apariencia gargolezca. “Príncipe, ¿te pago la mesa a ti?”, preguntó otro que sacudía dos billetes de quinientos pesos en el aire. Eso sí, cada uno de ellos afirmó: “Vamos a consumir”. Sebastián y Mario optaron por una estrategia alterna: la honestidad. “No nos alcanza para la botella, pero de que les consumimos unas chelas, eso seguro”, dijo Mario con la seguridad de un abogado que recita sus puntos petitorios en un juicio oral. Esa estrategia les había funcionado en un par de ocasiones, pero ese día no. Chepe los bateó y en consecuencia los amigos continuaron su paso por la calle Umarán, nuevamente cuesta arriba. Caminaron a través del jardín Allende donde Sebastián compró un hot dog y Mario un esquite, en unos de esos tantos puestos ambulantes instalados  frente a la Parroquia de San Miguel Arcángel. Continuaron su trayecto por la calle de Relox hasta llegar a la de Mesones, en la que fueron a parar a una cantina, de esas con puertas de resorte, olor a meados, pero música en inglés.

Frente de la barra, ordenaron tragos.

Un destornillador por favor –  pidió Sebastián, – y yo un mojito– agregó Mario.

¿Cerveza o tequila?– respondió el cantinero de mala gana y con el ceño fruncido.

Que sean dos Victorias entonces.

Ya no hay cervezas – dijo con desfachatez el cantinero, lo que causó suma molestia en Sebastián, pero antes de que este pudiera rebatir con el malhumorado hombre, Mario interrumpió el conato de pelea y ordenó dos caballitos de tequila. Los amigos se fueron a una mesa donde continuaron charlando sobre todo y nada a la vez.

Después de algunos tragos de ese fuerte tequila blanco de dudosa calidad y entre la música que sonaba de fondo, escucharon el fuerte acento de un hombre que sí se había enfrascado en una discusión con el cantinero. Sus pocos cabellos rubios, ojos extremadamente azules y los errores gramaticales en su español, denotaron que no era mexicano, lo que resultó en la oportunidad perfecta para que Sebastián hiciera gala de un fluido inglés, fruto de varios años en una preparatoria de corte americano. Tradujo la inexplicable falta de cerveza a la que refería el cantinero y luego lo invitó a sentarse con Mario y él; invitación que Chris, como se llamaba el hombre, de buena gana aceptó. Resulta que Chris era o decía ser, un abogado canadiense que era socio de la prestigiosa firma de abogados con sede en Nueva York, White and Case, lo que de inmediato puso en guardia a los abogados en cierne. Con su entera atención en él, Chris les propuso un reto: “Una entrevista laboral aquí y ahora. Quien lo haga mejor será contratado para la filial del despacho en la Ciudad de México y tan pronto se gradúe me lo llevo a Estados Unidos a trabajar conmigo en el área de Fusiones y Adquisiciones”. Los jóvenes accedieron sin pestañear.

Sebastián fue el primero en entrevistarse, pidió un vaso con agua y con permiso de las deidades del vino y la cerveza, comenzó su entrevista en una mesa de cantina de pueblo. Destacó sus fortalezas, pero tampoco dejó de mencionar  sus debilidades. También reconoció su falta de experiencia derivada de su juventud, misma que ofreció compensar con mucho estudio y dedicación. Todo esto mientras Mario observaba incrédulo la madurez, compostura y sobre todo sobriedad que exhibió su amigo. Era la entrevista perfecta. Mario, resignado, simplemente se limitó a beber y escuchar la canción de fondo que tanto le gustaba, era Father and Son de Cat Stevens.

Algunos minutos después, cuando concluyó la entrevista de Sebastián, Mario asumió el rol de entrevistado y para su infortunio, el Dios Baco no lo bendijo con la sobriedad momentánea que sí otorgó a su amigo, así que esto fue lo que dijo ¿o cantó?:

–  No es momento de un cambio,
It’s not time to make a change,

Estoy relajado, tomándo mi vida con calma 
Just relax, take it easy

Todavía soy joven, y eso es mi culpa 
You’re still young, that’s your fault,

Hay tanto por aprender– A Sebastián le parecía sospechosamente conocida esa historia, pero se limitó a escuchar y observar atento.
There’s so much you have to know

Encontrar una chica, tranquilízarme 
Find a girl, settle down,

Quisiera casarme
If you want you can marry

Ser viejo, pero feliz
Look at me, I am old, but I’m happy

Para que cuando tenga tu edad piense: “Una vez fui como eres ahora, y sé que no es fácil” 
I was once like you are now, and I know that it’s not easy,

Para estar tranquilo cuando sepa de qué se trata la vida
To be calm when you’ve found something going on

Pero tomarme mi tiempo y eso sí, pensando mucho,
But take your time, think a lot,

Y sé que mañana estaré aquí, pero es posible que mis sueños no
For you will still be here tomorrow, but your dreams may not

“Estás contratado”, interrumpió Chris a Mario antes de que pudiera continuar  recitando la canción de Father and Son de ese Cat Stevens. “Sebastián, tú eres falso y tú Mario, eres simplemente genial”, añadió Chris con holgura. Ninguno de los dos creyó lo que había pasado. Sebastián, indignadísimo, se paró de la improvisada mesa de entrevista y buscó refugió en la barra, mientras Mario y Chris iniciaron una plática sobre la exigente vida de despacho que le esperaba al primero.

En la barra Sebastián hizo amistad con un hombre que luchaba por mantenerse parado. Su nuevo compañero se hacía llamar El Tuercas a quien le platicó que su ex amigo, Mario, lo había cambiado por un gringo (pensó en decirle que era canadiense, pero perdía impacto la historia). En fin, El Tuercas, orgulloso paisano, originario de Cuichapa, Veracruz, interpretó las acciones de Mario como traición a su amigo, pero sobre todo a la patria. El Tuercas tomó cartas en el asunto, cartas bélicas. “Te juro protección Sebas”, le dijo con un grito que resonó en toda la cantina.

A Sebastián le pareció se trataría de una divertida broma, cuando el chaparro, pero corpulento hombre tomó un palo de billar y azuzó con dirigirse a la mesa en la que estaba Mario y Chris. Sin embargo, fue muy tarde para el gringo canadiense, a quien El Tuercas le metió un trancazo en la espalda que lo dejó inconsciente en el piso, pero antes de que el propio Mario corriera la misma suerte, Sebastián golpeó a El Tuercas con una bola de billar en la cabeza, haciéndole caer sobre el piso como costal de papas.

Mario y Sebastián salieron corriendo de la cantina. “Hermanos hasta el fin”, se prometieron mientras continuaron su camino cuesta arriba.

Said Farid Nasser Guerra
Said Farid Nasser Guerra
Abogado leonés especialista en derecho corporativo. Activista desde muy joven en la protección de animales. Actualmente se desempeña en el área jurídica de la empresa ABInBev. “Panza Verde”, apasionado por la lectura, el futbol, la bicicleta de montaña y la Fórmula 1.

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