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jueves, abril 25, 2024

Saliendo con una estrella (Partes I,II, III, IV y V)

Lo ocurrido a Federico Icaza en un hotel de la playa oaxaqueña de Zipolite fue una experiencia de la que todos hemos soñado o fantaseado, mas pocos realizado: pasar la noche con una superestrella.

Sensato sería asumir que Federico ya estaba inmiscuido en el mundo del espectáculo y por ende en frecuente contacto con actrices y cantantes, pero lo cierto es que él que también era una estrella de su propio mundo; claro que uno de otra galaxia donde los concursos de algebra equivalen a seguidores en la red social de Instagram. Durante sus estudios de bachiller, resaltó no sólo por sus extraordinarias notas, sino por su timidez, apoques y escasas habilidades comunicativas. Eso y su caricaturesco físico que se asemejaba al de Shaggy Rogers de la caricatura Scooby Doo fueron las razones por las que su adolescencia fuera difícil por no decir traumática, sobre todo en el trato con el sexo opuesto. Trauma que logró superar parcialmente cuando cumplió veinte y sus escuálidos huesos se alargaron de manera armoniosa con el resto de su cuerpo: piel blanca; cabello castaño, ondulado y tan largo que llegaba hasta sus hombros; ojos azules y los que a través de los cristales de sus anteojos, se engrandecían considerablemente. Haciendo de él un joven inteligente y relativamente guapo; virtudes codiciadas entre cualquier joven universitaria que prefiriera una noche de libros a una de clubes nocturnos. Estudiaba el segundo año de matemáticas aplicadas en la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), y su mente y tiempo los ocupaba con números y fórmulas. Ocupación que lo hizo representante de México y la unam en la Olimpiada Iberoamericana de Matemática Universitaria. De ahí que fuera una celebridad entre los amantes de los números.

Provisto de su mejorado físico y con la confianza que le daba haber ganado dicha olimpiada, Federico se decidió a buscar las experiencias juveniles que como estudiante de bachiller nunca tuvo. Y en sus compañeros de carrera fue que las encontró, descubriendo con ello una nueva pasión: los videojuegos. Pero él no era el único que buscaba algo. Su padre, Claudio Icaza —a quien lo afligía un sentimiento de culpa por haber estado ausente durante la infancia de su único hijo—  constantemente intentaba comprar su amor con costosos objetos; prueba de ello era una Grand Cherokee de ocho cilindros que lo único que acumulaba en el odómetro era polvo y ningún kilometro. Gasto que el bienintencionado Claudio pudo haberse ahorrado si hubiera estado en casa el día en que Federico se escapó de ella para manifestarse en el Zócalo capitalino por los altos niveles de contaminantes registrados en el Valle de México. Ahora que Federico se había ido de casa, lo invitaba constantemente a pasar algún fin de semana juntos en cualquiera de los hoteles boutiques que él dirigía y que estaban regados a lo ancho y largo del país.

Puedes traer a tus amigos o una amiga si es que quieres—, ofreció Claudio, mientras que al otro lado del teléfono Federico fruncía el entrecejo.

Pa, la próxima semana tengo examen de cálculo. ¿Podríamos hacerlo en otra ocasión?—, se excusó Federico una vez más. La excusa se repetía cada semana, lo único que cambiaba era la asignatura.

El tiempo que pasaba jugando videojuegos apenas repercutió una o dos décimas en sus notas y mejoró notablemente su vida social. Se hizo amigo de dos muchachos de su clase con quienes competía por las mejores notas: los mellizos Luna de nombres Ulises y Tonatiuh. Competencia que se antojaba injusta considerando que ellos vivían en San Miguel Topilejo y que gran parte de su tiempo lo dedicaban en ir y venir a la unam, valiéndose del no tan eficiente transporte público de la Ciudad de México. Por otro lado, a tan sólo unos minutos de la universidad, vivía Federico en un departamento de lujo en la colonia Pedregal. The Pack (La Manada) —como los tres amigos se autodenominaron— pasaba las noches de viernes en vela jugando el videojuego Age of Empires en el departamento de Federico. El que equipado con tres pantallas de alta resolución hacían de éste el lugar predilecto para desahogar su pasatiempo. Los de San Miguel Topilejo eran de cuerpo relleno y huesos cortos; el cabello lacio de Ulises caía en forma de hongo hasta sus cejas, mientras que Tonatiuh llevaba un corte militar; era la única forma de diferenciarlos. Las dulces mieles de la camaradería hicieron a Federico recapacitar su negativa a las invitaciones de su padre.

¿Qué onda pa?—, saludó efusivamente Federico a través del teléfono, sorprendiendo gratamente a su padre, quien tras ponerse al día con su primogénito, lanzó su habitual invitación:

Oye mijo. Me imagino que vas a estar muy ocupado con tus exámenes, pero me gustaría invitarte la semana santa a la inauguración de un nuevo hotel en Oaxaca ¿Te animas? —, preguntó Claudio.

Va. ¿Puede venir The Pack?—, dijo Federico.

The what?—, preguntó Claudio confundido.

Mis amigos de la uni pa: Ulises y Tonatiuh—.

Encantado de conocerlos. Paso por ustedes el sábado en el ale de Toluca —, agregó Claudio refiriéndose a la sección de Aerolíneas Ejecutivas del Aeropuerto de aquella ciudad,  donde se ubican los aviones privados.

Así que en el día fijado, The Pack estaba a bordo del Pilatus PC 24 que volaba el mismísimo Claudio en dirección al aeropuerto de Oaxaca. Los de San Miguel Topilejo, lejos de estar impresionados por la aeronave de nueve millones de dólares en la que se estrenaban como pasajeros del cielo, centraron su atención en los audífonos de aviador que cancelaban el ruido externo en su totalidad.

¿Nos los llevamos pa echar la reta del Age en la playa o qué?—, preguntó Tonatiuh a través del micrófono y usando un tono burlón.

A ver: vamos a la playa, a disfrutar del sol, la arena y el mar. No a sentarnos frente a una pantalla y jugar, advirtió Federico con fiereza mientras pasaba la página de un ejemplar de la revista Vogue.

Parte II

Los otomanos me atacan de nuevo”, “necesito su ayuda de forma inmediata”, “resiste”, “los refuerzos van en camino” eran  la clase de comentarios que se podían escuchar desde la habitación marcada con el número siete del hotel Casa de los Icaza en Zipolite, Oaxaca. Los tres amigos jugaron videojuegos hasta el alba y despertaron hasta que sol alcanzó el cenit. Esa tarde, después de comer con Claudio, Federico les propuso a los mellizos algo que nunca hubieran imaginado: jugar futbol en la playa. 

¿Te refieres al videojuego de Fifa 20 verdad? Porque conozco una página donde lo puedo descargar gratis, dijo Ulises sarcásticamente y acto seguido chocó su puño con el de Tonatiuh, quien reía por lo elocuente del comentario de su hermano. Resignado al confinamiento voluntario de sus camaradas, Federico fue a caminar en la playa; lo hizo durante un par de horas y cuando finalmente se cansó, se sentó sobre la arena a observar la caída del sol. Esperaba ver el famoso destello verde del que tanto había escuchado, mas nunca visto. Se trata de un fenómeno óptico por el que un rayo verdoso aparece momentáneamente en el lugar donde se ha puesto el sol, sin embargo, cuando esto ocurrió sus ojos estaban distraídos en otro fenómeno óptico del mismo color: unos ojos.

Su dueña no podía ser menos enigmática: cabello teñido en tono azul; tez pálida; cejas largas y pobladas; nariz levemente ancha y respingada; labios exquisitamente voluptuosos. Llevaba un pareo holgado que envolvía el resto de su cuerpo, ocultándolo a la vista de los curiosos pero que con la ayuda del viento, el lino se pegó a su piel, revelando a Federico el contorno de unos grandes y redondeados senos; vientre plano y largas piernas en las que se marcaban sutilmente todos los grupos musculares. Hasta entonces, Federico jamás se había interesado de esa manera por el sexo opuesto, pues si bien es cierto que había salido con un par de chicas de la universidad, también lo era que sólo buscaba su amistad.

No volvió a ver a la joven de los cabellos azules hasta la tarde siguiente en la que The Pack cambió los videojuegos por una fogata en la playa. Mientras los mellizos discutían sobre qué sitio de internet ofrecía las mejores instrucciones para iniciar el fuego, Federico fue a conseguir cervezas en el bar del hotel. Ahí, sentada frente a una mesa que se ubicaba en el fondo del recinto, una comensal leía ávidamente las páginas de La Hija Prodiga de Jeffrey Archer. Llevaba sombrero y gafas de sol, ambas tan grandes que la mitad de su rostro permanecía cubierto. De no ser por unos rebeldes cabellos azules que se asomaban a la altura de su oreja, Federico no la habría reconocido. Suspiró, tomó las cervezas y se dispuso a salir, sin embargo, antes de hacerlo, experimentó una extraña sensación que unos identificarían como valentía, pero que realmente era un impulso inexplicable e incontrolable. Volvió a suspirar, dejó las cervezas sobre la barra y se aproximó a la dama.

Hola—, exclamó Federico todavía muy lejos, lo que llamó la atención de todos los comensales, menos la de ella. Un par de fornidos hombres que la custodiaban, levantaron la mirada y la dirigieron al joven que se aproximaba decidido a su protegida. —Hola, ¿qué tal?—, repitió esta vez lo suficientemente cerca y en consecuencia ella giró la cabeza hacia él. A la par, las sombras de los guardaespaldas se arremolinaron a los lados de Federico, quien pensó que una nube había cubierto lo que quedaba de sol.

Seguro. ¿Tienes pluma y papel?, contestó ella de forma instintiva y en su lengua materna, el inglés. Su voz era ríspida y grave; no obstante, hermosa y femenina. Eso y su acento que no era estadounidense, pero tampoco británico, enamoraron los oídos de Federico.

¿Qué? No. Perdón—, se disculpó él haciéndose valer del inglés que aprendió en el Colegio Americano. Mis amigos y yo hicimos una fogata en la playa y me preguntaba si te gustaría acompañarnos—.

¿Te refieres a esa fogata?—, dijo ella señalando a dos jóvenes en la playa: uno que prendía fuego a la leña apilada con un encendedor de cocina y el otro que se batía a duelo con un mosquito.

Plop—, fue lo único que Federico pensó y lo que dijo. Al menos las titánicas sombras que lo arropaban se habían desvanecido por instrucciones de la joven.

Hagámoslo—, dijo ella antes de sacarse las gafas, revelando las esmeraldas que llevaba por ojos y una sonrisa que iluminaba más que el mismo sol. Mas no era la única revelación, pues con la cara de la joven descubierta, las imágenes de la revista Vogue que había leído en el avión se apilaron en la cabeza de Federico estropeando su capacidad de respuesta. Para su fortuna, ella continuó la conversación con otra pregunta:

Por cierto, ¿cómo te llamas?—.

Federico, ¿y tú?—, preguntó él pese a saber la respuesta. Sin embargo, a ella, el cuestionamiento le trajo desconcierto, pero sobre todo emoción. No recordaba la última vez que tuvo que contestarla, así que lo hizo con esmero:

Baird O´Connor —. Nombre que causó desconcierto en él por no ser el que recordaba en la portada de Vogue. No obstante, la introdujo a sus amigos como tal.

El ascenso de Baird O´Connor en el mundo del espectáculo fue meteórico y afortunado. Su madre, Sonia, poeta de corazón, pero secretaria de profesión, se veía obligada a cubrir horas extra en el hospital de Auckland en Nueva Zelanda, a fin de asegurar que su única hija tuviera la educación universitaria que ella no tuvo. Razón por la que Baird pasará la mayor parte de su adolescencia en actividades extracurriculares, desde las Scout Girls, banda de música, hasta el equipo femenil de rugby. Se distinguía por sociable, comunicativa y por una capacidad de liderazgo inusual a su joven edad. Vivía en un departamento sobre la avenida Buckley con Sonia y su abuela paterna Maggie, quien asumió el rol de su hijo cuando una noche éste saliera a buscar una cajetilla de cigarros y la encontrara en Australia, de donde nunca volvió. Maggie padecía una terrible artritis que además de causarle dolorosos achaques, le costó su trabajo como chef en un no tan prestigiado restaurante albano. Por lo avanzado de su enfermedad, le fue imposible someterse nuevamente a las exigencias de un restaurante, mas esto no la detuvo para aplicar a la vacante de cocinera en el consulado de la República de Kosovo que se ubicaba a unas cuadras del departamento. De modo que cuando los kosovares probaron sus cazuelas de leche y pimientos rellenos, no tuvieron más elección que ofrecerle el puesto y someterse a todas sus exigencias laborales: jornada reducida y una pinche en la figura de su nieta Baird, quien se encargaría de servir, recoger y lavar platos. Labor con la que Baird, además de verse recompensada con el tiempo que pasaba con su abuela, le permitía tocar el piano que adornaba la sala de espera una vez que las oficinas cerraban y siempre que no estuviera el cónsul Berisha. Los jueves, saliendo del consulado, se reunía con su mejor amiga Dorothy para ver el entrenamiento de rugby de los varones. Prestaban especial atención al jugador que portaba la casaca número ocho. Se trataba de Kenny Cole de doceavo año, quien además de ser capitán del equipo, presidir el comité estudiantil, era el galán más codiciado del colegio Massey. En alguna ocasión, Baird lo encontró en el aula de música tocando al piano el éxito de Billy Joel, Piano Man. Desafinaba un poco, pero ella lo atribuyó al mal estado de las clavijas en el instrumento. Kenny era prácticamente inalcanzable para las de décimo año, pero eso no detuvo a Baird, quien cursaba el noveno. Una tarde se sentó en su computadora a teclear la que sería su primera carta de amor:

Querido Kenny,

 Desde que te vi por primera vez, supe que eras alguien especial. Creo que tocas muy bien el piano y juegas al rugby todavía mejor. Yo también hago ambas actividades ¿sabes? ¿Te gustaría que practicáramos juntos?

Sinceramente,

 Baird O´Connor

El mensaje se apiló en la bandeja de entrada del perfil de Facebook de Kenny Cole junto con otra decena de mensajes de otras chicas que Kenny leyó, compartió con sus amigos, mas nunca se dignó en contestar. De eso se arrepentiría.

La suerte de Baird y de la familia O´Connor cambiaría drásticamente una tarde que el cónsul Berisha regresó de un viaje diplomático antes de lo previsto y encontró a Baird golpeando las teclas de su Steinway & Sons al son de la Cabalgata de las Valquirias de Richard Wagner. Lo hacía con tanta fuerza y pasión que se vio obligado a apadrinar su carrera musical.

Parte III

El fuego llegó finalmente a las playas oaxaqueñas gracias a Baird y sus habilidades que desarrolló como cadete de las Girl Scouts de Nueva Zelanda. Reunidos alrededor de la fogata y con el cielo estrellado como testigo, los integrantes de The Pack y Baird se sentaron a beber cerveza y comer chucherías. Pese a las dificultades que representaba el inglés para los mellizos Luna, se las ingeniaron para hacer juegos que involucraran poca habla; cartas y mucho alcohol. Y cuando hubieron palabras incomprensibles para Baird, sus ojos invariablemente buscaban a los de Federico buscando quizás algo más que una simple traducción.

¿Qué significa eso?—, preguntó respecto a una frase que pronunció Ulises en un atropellado inglés.

Significa que deberías conseguir tu propio traductor—, contestó sarcásticamente Federico mientras una mueca coqueta y burlona se dibujaba en su rostro.

Ya te tengo a ti—, respondió ella sonriendo y con la mirada fija en los ojos azules de Federico que también veían a los verdes de ella. Sostuvieron la mirada un par de segundos hasta que ella volvió a prestar atención a lo que Ulises intentaba decirle.

De fondo se escuchaba la música de Caifanes, la banda favorita de los mellizos, sin embargo, conforme pasó la noche y las canciones de los rockeros mexicanos se empezaron a repetir, Ulises eligió una lista de canciones que encontró en Spotify denominada pop hits. Elección que probó ser desastrosa, pues tan pronto empezó a sonar el hit número uno, la alegría de su interprete desapareció de golpe y Federico lo notó cuando ella agachó la cabeza.

Cambia de rola por favor—, le pidió Federico a su amigo. Ulises obedeció, pero fue muy tarde. Sin despedirse ni justificarse, Baird simplemente se levantó y se fue.

El primer sencillo de Baird salió un viernes a la medianoche y el domingo a la misma hora, ya había sido reproducido más de un millón de veces en Spotify. Un electropop que destacó por una exquisita combinación de voz de pecho con falsete y el sonido de un piano. Eso y la profunda letra, también autoría de la joven, que versaba sobre lo incorrecto de hacer algo por dinero y no por felicidad, hicieron que la canción fuera un himno para adolescentes y jóvenes adultos. Pese al contundente éxito de la canción, la mente de Baird estaba ocupada en algo más: las semifinales de la liga de rugby.

El próximo domingo nos enfrentamos a la preparatoria Green Bay—, avisó el entrenador Williams a las jugadoras del colegio Massey, entre ellas, la capitana Baird O´Connor. Los ojos de las muchachas brillaban de revancha al saber que enfrentarían al mismo colegio que las eliminara en las mismas instancias el año pasado. Durante la semana previa al encuentro entrenaron arduamente todos los días, salvo el sábado; día en el que descansaron y en el que la capitana aprovechó para acompañar a su madre Sonia a la firma del contrato de representación que la vinculaba por dos años con una disquera estadounidense. Era raro que Baird experimentase algún tipo de desagrado hacia alguien a primera vista, pero el representante de aquella disquera sería uno de esos casos. Medía alrededor de metro sesenta de altura, y quince kilos de exceso, era un cincuentón cuya calvicie la cubría con una kipá negra. Vestía un traje ajustado y llevaba un portafolios de piel de cocodrilo que hacía juego con sus botas. Se llamaba Jeziel Roth. Sonia volteó rápidamente las veintiséis hojas del contrato hasta encontrar la línea punteada, sobre la que plasmó su nombre y firma en representación de su hija menor de edad.

A las nueve horas del domingo, en el vestidor del colegio Massey, Baird pronunciaba un emotivo discurso a sus compañeras. Entretanto, afuera de él, el entrenador Williams y Sonia discutían a gritos con Jeziel Roth, quien sostenía con una mano unos papeles y con la otra señalaba la cláusula novena del contrato de representación:

cláusula novena. El Artista, durante la vigencia del Contrato, se abstendrá de realizar actividades que pongan en riesgo su salud, señalando de manera enunciativa, mas no limitativa: el rugby…

De modo que cuando el entrenador Williams anunció a las quince jugadoras que saldrían al campo para enfrentar al colegio Green Bay, el nombre de la capitana no fue mencionado. Perdieron 16 a 12.

El rugby no fue la única actividad que Baird tuvo que dejar por motivo de su carrera musical: las Girl Scouts, banda de música, salidas con sus amigos; todas fueron reemplazadas por ensayos, filmaciones de comerciales, firma de autógrafos y demás actividades de índole publicitario que poco o nada tenían que ver con su música. Incluso el tiempo que pasaba con su abuela se vio drásticamente reducido.

El sonido de los golpes en la habitación marcada con el número siete del hotel Casa de los Icaza despertaron a los integrantes de The Pack, quienes experimentaban los efectos de una terrible resaca. Federico, el más presentable de los tres, atendió el llamado y cuando abrió la puerta encontró a un hombre negro cuyo cuerpo era tan largo y ancho que ocupaba la mayor parte del marco de la entrada.

La señorita Baird le envía esto—, dijo el hombre con una voz sorprendentemente aguda antes de extender la mano y entregarle un diccionario de español a inglés, cuyo título había sido testado a mano y el nombre de Federico entrerrenglonado con un plumón negro. En la primera página había una invitación para él:

¿Atardecer en la playa?

 Parte IV

En el ocaso del día, justo cuando las nubes en el cielo se empiezan a tornar rojizas, Federico y Baird se encontraron caminando en la playa. Sus pies descalzos eran mojados por las olas del mar, mientras que los agonizantes rayos de luz se escondían poco a poco en el horizonte.

Quería disculparme por haberme marchado así. Tú y tus amigos fueron de lo más amables conmigo y yo fui una grosera—, dijo Baird con la mirada agachada.

¿Fue la canción verdad? ¿Tu canción? Hubiera pensado que te daría gusto saber que escuchamos tus canciones—, contestó Federico.

Por supuesto que me da gusto y orgullo. Fue sólo que el estar con ustedes me recordó lo que era mi vida antes de que saliera esa canción. Por un momento me sentí como una estudiante universitaria que pasaba la tarde con sus amigos bebiendo cerveza. Por Dios, hasta se me antojó jugar Age of Empires—.

¿Acaso no sabes que yo también soy una celebridad?—, cambió de tema Federico.

¿De qué hablas? —, preguntó ella confundida, pero sonriente.

Estás hablando con el ganador de la Olimpiada Iberoamericana de Matemática Universitaria de 2019. Así que sé perfecto cómo te sientes—.

Wow. ¿Cómo no lo noté?, dijo ella sonriendo. —Soy yo quien debería pedirte tu autógrafo—.

—Es correcto, pero ahora estoy ocupado—, concluyó Federico antes de que se regalaran una mirada coqueta y cómplice.

Con la cabeza de él reposando sobre el hombro de ella, ambos observaron el ocaso hasta que los rayos del sol en el horizonte fueron reemplazados por un hermoso destello verde que ya poco significaba para Federico.

El ascenso de Baird al estrellato fue meteórico: dos álbumes, cinco premios Grammy y 60 millones de seguidores en Instagram; todo en un lapso de tres años. Con tanto sólo dieciocho había alcanzado lo que la mayoría pasa una vida buscando sin éxito: la fama. Y con ella llegó el dinero, los lujos, los reconocimientos y hasta un mensaje de Kenny Cole aceptando tres años después su invitación para practicar piano y rugby, misma que ella amablemente declinó al ver a la señora Cole en la foto de perfil del remitente. Fruto de sus primeros cheques compró un piano de cola de la marca Bösendorfer; adquisición que describiría como su único capricho, así como una casa de dos pisos para Sonia y Maggie en el suburbio de Herne Bay, donde ingenuamente pensó que pasaría el resto de su juventud. Ingenuidad que se vio obligada a superar tan pronto se fue de gira al continente americano. En él se presentaba en escenarios distintos cada noche del tercer día, por lo que al amanecer tenía que trasladarse a otra ciudad u otro país, para hacer montaje de escenario, prácticas de baile, pruebas de sonido; siempre abriéndose paso entre gritos, destellos, manoseadas y paparazzi. Pese a toda la gente que la rodeaba, ella nunca se había sentido tan sola. Echaba de menos la tranquilidad de Auckland, las noches con Dorothy, las actividades de las Girl Scouts y sobre todo a su abuela Maggie de quien recibiría noticias en el invierno de 2018.

Un día antes del festival de música que se celebrara en la Ciudad de México y que reuniera a los artistas más destacados del momento, Kenny Cole volvería a escribirle a Baird; en esta ocasión le daba el pésame por el fallecimiento de su abuela. Noticia que tanto Sonia como Jeziel conocían, pero que por prudencia pensaron en reservarse hasta después del concierto. De forma que cuando encontraron a Baird empapada en llanto dentro su habitación, se dispusieron a cancelar su participación en el festival, sin embargo, y para su sorpresa, Baird no lo quiso así.

A mi abuela ni la artritis la detuvo. Ella hubiera querido que cantara y eso es lo que voy a hacer—. Protagonizó uno de los conciertos más emotivos de su carrera ante ciento cincuenta mil espectadores.

En aras de reconciliarse con su primogénito, Claudio había encargado al conserje del hotel organizar actividades para que su hijo y sus amigos pasarán el tiempo durante la semana, y como aquel no tuvo la menor idea cuando éste le preguntó sobre los gustos de Federico, el conserje eligió turismo de aventura. Supo que fue la elección incorrecta tan pronto vio los cuerpos chaparros y rellenitos de los mellizos Luna a los costados del flaco y larguirucho de Federico. A los que se les uniría el de Baird, que además de atlético daba todas las señales de desear la aventura.

En las miradas de los mellizos había extrañeza y un dejo de vergüenza cuando les pusieron los chalecos salvavidas de tamaño infantil. Sólo la de cabellos azules lucía apta para las actividades que iban desde rafting en el río San Francisco hasta surfear en playa de Zicatela. Aunque cada uno de los integrantes de The Pack estuvo a punto de lesionarse de gravedad en por lo menos un par de ocasiones, por primera vez en sus vidas pudieron alardear de hacer, o al menos intentar, las acrobacias que sus personajes en videojuegos realizan. Contrario a ellos, Baird se desenvolvía con naturalidad y seguridad, e inspirada por la comodidad que sus nuevos amigos le brindaban, se aventuraría en un terreno totalmente desconocido para The Pack.

Hoy en la noche vamos a bailar—, dijo ella en con brochadas de emoción en su voz. Lo hizo en español, pues temía que el mensaje fuera llevado por Federico a todos como una invitación y no como lo que era: una orden.

¿Te refieres a… a…?—, balbuceó Tonatiuh, pero no se le ocurrió un videojuego para replicar la broma que hizo su hermano con tanto éxito hace unos días.

Parte V

Los mellizos vaciaron el contenido de sus maletas sobre una de las camas y de la montaña de ropa se turnaron para escoger las garras más apropiadas para la ocasión del baile. La diferencia de tallas no impidió que hicieran los mismo con la ropa de Federico que además de larga, les venía apretada: camisas de vestir y pantalones de mezclilla entubados fueron la elección de los hermanos. —Les va a dar calor—, advirtióles Federico, quien se había decantado por unas bermudas bombachas y una polo negra. Concluida la pasarela los tres se dispusieron a recoger a Baird en la habitación presidencial denominada Claudio I, misma a la que no pudieron acercarse, pues la masa corporal del guardaespaldas Chris se los impedía. Éste habló a través del micrófono y la voz de Baird le contestó: —Diles que por favor me esperen un minuto—. Tuvieron que hacerlo por otros nueve, pero la espera valdría la pena. En esta ocasión ella no se escondió detrás de sombreros ni gafas, sino que se soltó el cabello y éste se deslizó cuan lacio y largo hasta acariciar su espalda baja. Llevaba un vestido negro que dejaba ver varios centímetros de piel por arriba de sus rodillas, y mostraba sus hombros y espalda. Atuendo que acompañó con unos tenis blancos con detalles en azul de la marca Le Coq Sportif. Federico pensó en advertirle de lo reconocible que sería en lugares públicos, sobre todo considerando el color de su cabello, pero ella se veía tan emocionada que no quiso estropearlo, sólo se limitó a balbucear:

Te ves bien—.

¿Sólo bien?—, preguntó ella.

Espectacular—, corrigió Federico. Corrección que le fue recompensada con la mano de Baird entrelazada a la suya.

Chris condujo a los cuatro hasta el centro de la ciudad y una vez que llegaron a su destino, Baird le pidió esperar en el auto; instrucción que él fuertemente desaconsejó, pero que a fin de cuentas obedeció. En primer lugar visitaron el Copacongo, un bar cuya construcción en segunda planta se asemejaba a la copa de un árbol y al que se accedía a través de una escalera encaracolada que hacía las veces de tronco. Además de la extravagante arquitectura, en él se tocaba música en vivo, en su mayoría interpretaciones de los éxitos del rock mexicano, entre ellas, las favoritas de los mellizos: Caifanes. Ella hizo su mejor intento para seguir la letra de La Negra Tomasa y de La Célula que Explota, pero fue ella quien reconoció que el cantar en español era un reto mucho más grande del que había imaginado. Fueron pocos los minutos que Baird y Federico no estuvieron juntos y para tranquilidad de éste, aquella pasó desapercibida entre los fans del rock mexicano.

El segundo lugar que visitaron fue La Despiadada. Se trataba de un club nocturno en el que sonaba el reggaetón de Bad Bunny y Maluma, música que más pronto que tarde terminó por desagradar a los cuatro por tacharla de misógina y carente de todo sentido. Se dispusieron a regresar a Copacongo lo antes posible. Iban de salida cuando la música súbitamente paró y los reflectores se postraron sobre la comensal de cabello azul que se paseaba cerca de la pista. El DJ, quien también hacia las veces de animador y portavoz del club, no había terminado de pronunciar el nombre artístico de Baird cuando un montón de manos se abalanzaron sobre ella. Una alcanzó sus cabellos y terminó por arrancarle un mechón, y otra, de uñas largas, arañó su brazo hasta sacarle sangre. Fue la primera vez que Federico deseó estar acompañado de Chris; no obstante, entre él y los mellizos se las ingeniaron para protegerla y cuando una mano intentó alcanzar los glúteos de ella, Federico lanzaría su primer golpe en la vida. Un uppercut de izquierda que conectó con el mentón del malnacido, del que el propio Chris estaría orgulloso y que en efecto lo estuvo, pues al ver la hecatombe que se desarrollaba en el club, desobedeció la instrucción de su patrona de esperar en el coche.

Durante el trayecto de regreso al hotel, ella se refugió en los brazos de Federico y ambos cayeron en el estado físico en el que los ojos permanecen cerrados, mas el cuerpo nunca concilia el sueño. Entretanto, los mellizos hablaban y hablaban; daban a Chris sus versiones, en un ya no tan atropellado inglés, de lo acontecido en las que ellos sentaban de un sólo golpe o patada a los rijosos. Cuando llegaron al hotel, Federico y Chris fueron los únicos en acompañar a Baird hasta su habitación.

Te importaría quedarte unos minutos—, le pidió ella a Federico, mientras buscaba a Chris con la mirada, quien entendió la instrucción de retirarse. Ambos jóvenes se sentaron sobre el sofá, y ella buscó entre su botiquín algún remedio para curar la herida en los nudillos de su defensor. Aplicó un poco de alcohol y él lanzó un quejido.

Eres un chillón—, le dijo con una sonrisa de oreja a oreja. Él intentaría justificarse, pero no hubo tiempo. Ella lo tomó del cuello y lo besó con delicadeza; él hizo lo mismo, pero con pasión. Federico no parecía decidido a ir más lejos y ella era demasiado tímida e inexperta para alentarlo. De pronto Baird puso la mano de su compañero sobre su pecho y éste se quedó pasmado por unos segundos antes de él tomar la iniciativa e intentar torpemente sacarle el vestido. Ella no intentó detenerle. Luego él se dedico a besarle el cuello y el pecho que estaba todavía cubierto a medias por el vestido y totalmente por el sostén. Federico deslizó ambos tirantes de éste por los hombros hasta que cayeron a los codos de ella, pero dicho movimiento resultó insuficiente, pues sus senos seguían cubiertos. Ella sonrió sutilmente y llevó sus manos a la espalda para desabrochar el sujetador. En respuesta a ello, él se detuvo un momento para quitarse la polo negra y ella aprovechó para hacer lo mismo con el vestido. Los dos se encaminaron hacia la cama, mientras se sacaban el resto de las prendas. Para sorpresa de ambos, el placer del amor duró un par de minutos.

 Me encantaría reportarles que la relación entre Baird y Federico trascendería a la playa de Zipolite, pero lo cierto es que no lo hizo. Todo indica que fue decisión de ella, pues consideraba que lo vivido entre ellos había sido tan lindo e intenso que cualquier experiencia adicional sería una decepción. Veremos si tenía razón. De eso han pasado casi once meses y no ha pasado una sola noche en la que no se pregunte si su decisión fue acertada.

Fin.

Said Farid Nasser Guerra
Said Farid Nasser Guerra
Abogado leonés especialista en derecho corporativo. Activista desde muy joven en la protección de animales. Actualmente se desempeña en el área jurídica de la empresa ABInBev. “Panza Verde”, apasionado por la lectura, el futbol, la bicicleta de montaña y la Fórmula 1.

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