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jueves, abril 25, 2024

El depredador (2018)

Si había alguien de ensueño que podía hacer un proyecto de Depredador, ese era Shane Black. En estos tiempos tiene el odio de todo el mundo con el que he hablado por dirigir y escribir Iron Man 3 (2013), una subversión de expectativas y exploración del personaje de Tony Stark con sus fetiches respecto a la navidad y el continuo fracaso del protagonista que la hacen la más memorable de la trilogía del personaje, aunque la gente en realidad la odia por elementos como El Mandarín que no se parece al de los cómics. Black no es ajeno al cine de acción, como director ha realizado dos películas neo noir perfectas: Kiss Kiss Bang Bang (2005) y The Nice Guys, esta última es mi película favorita del 2016 y frecuentemente vuelvo a ella para analizar su alocado guión; pero si Black era el indicado para hacer Depredador, es porque el hombre fue el encargado de generar cine de acción ochentero, supervisando guiones como Arma Mortal (1986) de Richard Donner –siendo este el primer guión que vendió en su carrera- y, por supuesto: Depredador (1987) y El último héroe de acción (1993) de John McTiernan.

Lo que McTiernan logró en Depredador es una obra maestra del cine en todos los sentidos, y gran parte de la burla y calidad del proyecto, radica en un excelente guión lleno de machismo, one liners perfectos, y el giro de un monstruo encapsulado en una película de acción en donde los musculosos requieren abandonar las armas para enfrentarse a un monstruo con genitales femeninos en la boca, esa chispa por alguna razón, no se ha podido localizar en las posteriores secuelas.

Le tengo un espacio en mi corazón a la segunda entrega dirigida por Stephen Hopkins -ya que trata de hacer algo diferente con una ciudad ardiendo en calor y de paso explorar la mitología del personaje que luego verías más a fondo en cómics de Dark Horse– pero el paso del Depredador ha sido poco agraciado, esto también se refleja en taquilla con gente que poco a poco se desencanta de la idea de asistir a estas películas, y que curiosamente es una situación latente con los extraterrestres de la Fox.

Me gustaría decirles que Shane Black revitaliza al personaje y a la franquicia, pero El Depredador, es la película más decepcionante que he visto en el año, y ni mi afecto por el director la salva de los tremendos errores cometidos por… pues por todo mundo involucrado.

Lo primero que uno descubre, es que Shane Black tiene dos formas de trabajar: o establece sus reglas para un producto nuevo, o termina siendo más escatológico con el proyecto y apocalíptico en un sentido de desinterés, esto pasa con la película. Su guión co-escrito con Fred Dekker –amigo desde hace tiempo y que quizás era el más indicado para dirigir la película- plantea ideas con potencial, que nunca terminan por despegar. Existe un pastiche del guión de acción noventero, con todo y el machismo de unos inadaptados, la mujer de ciencia que la película de pronto empodera… incluso el que la película transcurra durante la temporada de Halloween, como posible guiño a El Escuadrón de los monstruos (Fred Dekker, 1987), todos mezclados pero, sin la magia ni dedicación a cada uno de los elementos.

Boyd Holbrook padece de un carisma y porte para ser un protagonista en el terreno del líder. Entiendo las intenciones de Black al darle el espacio a un hombre alejado de su familia y que vela por sí mismo, pero esta justificación es de diálogo y jamás expreso en el personaje, quien parece solucionar su vida y la de sus familiares, incluido un niño genio con autismo –un Jacob Tremblay que de verdad se esfuerza en la primera parte del filme, ya luego lo tienes diciendo groserías como la caricatura de Thomas Jane– en una película que parece burlarse de los trastornos post traumáticos de la guerra y mentales de su escuadrón de inútiles. Es en este terreno en donde el guión carece tanto, porque es el principal interés de los dos escritores y no funciona, quizás si el equipo tuviese una relación más estrecha o con el pasar del tiempo, entenderíamos su valor y posible sacrificio, pero en vez de eso van por la vertiente de ser un grupo de idiotas que lanzan insultos porque hay que ganarse esa clasificación R a como dé lugar.

Incluso peor, es la amenaza de un nuevo Depredador. No sé quién le dijo a Shane Black que el personaje no funcionaba por sí solo. Muchas de las escenas que valen la pena de la película son parte de la carnicería de un personaje creado por efectos tradicionales que siempre ha sido un problema para los humanos y que les obliga a ser más creativos a la hora de matarlo o de adentrarse a una acción kinética fuera de su rango común de actividades diarias, este Depredador representa una amenaza… hasta la llegada de uno con esteroides, creado en computadora, de efectos irregulares, y que de plano no ofrece amenaza coherente, ni un espacio de debilidad que los personajes descubran lejos del “dispárale como si no hubiese un mañana”, y esta cosa, esta versión mejorada del personaje clásico, se deshace del pasado en una alegoría de superioridad insultante y que además arruina cualquier posibilidad de redención a la vieja escuela.

Fue bueno verte en acción… como por 10 minutos, no valió la pena, mi querido Yautja.

Si el guión cojeaba, es un mayor insulto lo que le ha pasado a la producción posterior a la filmación, porque el estudio ha agarrado la película, ha realizado cortes sin sentido, y ha montado una película incoherente, carente de ritmo de coherencia con su música y con personajes dañados. El personaje de Casey Bracket es el más afectado, porque Olivia Munn aparece a cuadro con una clara intención de revelación sin siquiera haber interactuado con los oficiales que le requieren, aparece y desaparece, obtiene una relación con un perro alienígena que está pero que por alguna razón los personajes nunca aprovechan (y que dicho sea de paso tienen una secuencia por demás tediosa en un campo de fútbol americano), y es la burla de un equipo que le hace chistes sobre sexo oral y la tratan como Blanca Nieves… una Blanca Nieves que tiene ojos de halcón para poder ver el triste destino de sus amigos forzados en una nave espacial a kilómetros de distancia en el aire, quejarse, llegar a tiempo, y montársele al villano en la resolución.

El Depredador es el último pataleo de una franquicia que desgraciadamente nunca supo aprovecharse como merecía. Con la compra del estudio por parte de Disney, lo que menos van a querer apostar va a ser en proyectos para adultos de las viejas glorias de Fox si estas no dan resultados, pero el problema es que los resultados no son por la incapacidad de sus personajes, sino por el apresuramiento del estudio, la obligación de un director que parece no querer estar ahí, y la idea de que el idiota que hace el montaje no tiene peso en el proyecto final.

Una última queja: llevan 2 películas contratando compositores que imitan el sonido de Alan Silvestri para la franquicia… ¿No sería más fácil contratarlo? Por lo menos él le tenía un respeto y pasión al personaje, pero quizás eso sea un resumen globalizado del potencial desperdiciado del cazador de las rastas.

 

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