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jueves, marzo 28, 2024

El faro (2019)

León, Gto.- Hace 5 años destacaba el trabajo de un tal Robert Eggers que había planteado un precioso viaje dentro del horror folclórico con La Bruja (2015). Fue el primer texto que publiqué en Zona Franca y me resulta bastante grato iniciar el periodo de una nueva década -y en sentido estricto cultural despedir a la otra- con el nuevo filme de Eggers, director al que hizo que el paso del tiempo se sintiera letárgico, haciéndonos trizas con la espera de su nuevo proyecto.

Eggers proviene de la nueva camada del cine de horror y de sus compañeros, parece ser uno esmerado en traer sensaciones poco usuales dentro del género; si su primer acercamiento con La bruja lo hizo utilizando un inglés antiguo aunado a una declaración decadente de la fe y pro feminista con el epónimo personaje, en El faro se presenta más enclaustrado en su propuesta, porque en primera es un filme en blanco y negro, con un formato de 16: 9 o comúnmente conocido como “caja chica”, y con sólo dos protagonistas.

Y creo que logra superar con creces su anterior película -la cual ya de por sí es una obra infaltable del género- en una de las mejores representaciones del declive mental ensoñado por la ficción. Y es que si uno ha leído ficción rara o trabajos góticos de representantes norteamericanos, no es extraño percibir un dejo de Lovecraft o de Poe en el filme, evocaciones clásicas y de misterio que al final de cuentas eran relatos bastante sencillos cuya intención es la de minimizar el rol del hombre dentro de su casilla existencial cósmica en el caso del primero o de tapar intenciones macabras y verdaderamente arabescas que ocultan el manchón irreparable y cruel de la maldad. El dúo -ya que Robert escribe el relato junto a su hermano- nos presenta una dinámica de duelos: de un anciano y un joven, ambos con una experimentación diferente dentro de sus labores y por ende dentro de sus dinámicas de rol, al servicio de un templo fálico que si bien representa el avance del humano frente a lo desconocido, también representa un espacio fallido por ser tan ajeno a este.

Robert PattinsonWillem Dafoe se la pasan la mayor parte del tiempo discutiendo en interminables escenas que jamás resultan tediosas, y es que dicha dinámica es presentada con un acierto por parte de los hermanos, ya que abraza el concepto del horror y el drama, sin ahondar en que dicha situación es por demás estúpida. No esperaba percibir tintes de comedia en El faro, pero literal el personaje de Dafoe es un ávido burlón, uno al que el actor impregna de un acento de marinero de antaño con todo y su deformación al lenguaje que le resulta complicado de seguir al otro, y no deja de pedorrearse respecto a la inexperiencia de su lacayo, y literalmente.

El personaje de Dafoe sirve para generar una chispa que va a dinamitar por parte de Pattinson, en uno de los mejores papeles que ha tenido hasta la fecha. Si en un principio es un hombre que intenta guardar cordura, para el final de El faro sus instintos y emociones terminan acelerando su proceso de deterioro; nos va generando una angustia extensa porque sus represiones no logran ser satisfechas en ningún sentido. En este aspecto es bastante claro que los Eggers evocan no solamente a la representación de locura supernatural más memorable del cine -me refiero a Kubrick y su depuración de King en El resplandor (1980)– sino que es tal el dejo agónico y existencial, que recordar a un capítulo Bergmanesco no es extraño.

Si este psicodrama se presenta ante nuestros ojos y funciona, también es por los aciertos dentro de su construcción. Delimitar la imagen en un espacio tan enclaustrado no solamente le da aspecto de antaño, sino que este perfil de imagen nos deja bastante claro la impotencia y fracaso optimista de los personajes, además de servir a la depuración de una imagen elegante y finísima, de un Jarin Blaschke, recién iniciado en la labor dentro del largometraje y que experimenta con los claroscuros en escenas de una mortal belleza y no olvidar a Damian Volpe, quien logra asimilar el score de Mark Korven con sonidos de un paisaje naturista en donde todo, absolutamente todo cruje denostando fragilidad inmensa, acompañado de un infernal sonido mecánico que no abandona la película, volviéndose parte de un entorno al que hemos aceptado, pero no por ello por parte de uno que otro que impacientemente espera el final de tanto horror.

El faro es una aproximación tan valiente como lo fuera La bruja, y a su vez, es una película de dividendos bastante apreciables, depende de la sensibilidad de la audiencia uno se encuentra frente a una obra maestra, o la película más rara que uno puede ver en mucho tiempo. Eso sí: el horror no sería lo mismo sin Eggers de eso no queda duda.

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