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jueves, marzo 28, 2024

El fracaso del sueño americano: Tucker, el hombre, su sueño (1988)

Podrán decir lo que quieran de George Lucas: Que es un sujeto que terminó prostituyendo su franquicia estrella, que nunca pudo ver sus limitantes como guionista que terminaron afectando futuras colaboraciones, que es lento y flojo en su forma de trabajar y sobre todo que un hombre avaricioso… pero lo cierto es que no siempre fue así.

No, hubo un tiempo en el que George Lucas, de entre todas las cosas, era un antisistema.

Previo a su éxito por Star Wars (1977), Lucas era un rebelde que buscaba qué historias contar y con ello también alterar la forma de realizar cine, el éxito de la ópera espacial por excelencia lo tambaleó un poco pero no por ello dejaría de intentar explorar otros proyectos, que por desgracia tenían el nombre de George Lucas. El público no quiere saber si apoyaste a Godfrey Reggio o la importancia de Akira Kurosawa en tus mentadas películas de las guerras de las galaxias, ellos querían pan de lo mismo. Es por ello del deblace en producción de Lucas que lo fueron dejando más descontento, porque él no buscaba en realidad sólo vivir de una IP, él quería hacer temblar a los estudios con sus decisiones, y lo que pasaba era que quedaba como un ridículo.

Para mí el caso más dramático fue aquella vez en la que impulsó el proyecto de su mejor amigo: Francis Ford Coppola.

Aquí embelesados por estar frente a su héroe.

Coppola sufrió el mismo destino que el de su compadre, quizás de manera más agresiva porque mientras para la gente Lucas representaba un rey midas moderno que hacía a la gente ir al cine como locos y comprar sus productos, Coppola era el que tenía el renombre. Su década más destacada es la de los años setenta, en donde todo proyecto que realizó subía en escala, en apuestas para el estudio y para demostrar su calidad como autor. Revivió el interés del público hacia Paramount Pictures con “El Padrino” (1972), ganando tres premios OSCAR –mejor director, mejor guión adaptado, mejor película- que repetiría dos años después con El Padrino: Parte 2 (1974)… al mismo tiempo que tenía una película como “La Conversación” (1974) entre las grandes nominadas de ese mismo año.

Y todo mundo supo de cuando se fue a una selva, y regresó con la obra maestra que llamamos “Apocalipsis Ahora” (1979). El horror de la guerra vista a través de los ojos de Coppola no le daría otro hombre desnudo dorado, pero sí le daría una Palma de Oro en Cannes, volviéndolo uno de los pocos directores en tener esa proeza. Coppola tenía el encanto de la crítica, y la taquilla de las audiencias… pero llegaron los años ochenta, una nueva década para que Coppola siguiera en el paso que llevaba, o por lo menos en teoría, porque una tras otra, sus producciones no conectaban con la taquilla del pasado.

Cabe destacar que el nacimiento de Tucker llevaba gestionándose durante la década pasada, es de hecho, fundamental analizar estas mentalidades –porque son varios intentos- para poder apreciar el proyecto, su longeva gestación, y de manera más curiosa, la psique de su realizador. Coppola en varias entrevistas ha mencionado que la historia de Preston Tucker fue una que supo desde que era un niño, siendo su héroe personal y modelo a seguir por ser una persona que estuvo siempre de pie con sus ideales, a pesar de los intentos de los demás por dejarlo en ceros y como un fracasado.

Tras la filmación de El Padrino Parte II, lo que buscaba era una aproximación musical de la vieja escuela –algo que comparte con Peter Bogdanovich quien tuvo esta inquietud por ese entonces- pero fundamentada en la teoría teatral de Bertol Bretch, posterior a la década, la idea comenzaba a plasmarse en otro proyecto, alejado de las canciones posiblemente tras el fracaso de Golpe al Corazón (1982), esta vez más inspirado en el odio del medio hacia Orson Welles quien tiene cierto paralelismo con su héroe de la infancia, lo que da fe del resentimiento de Coppola con el público y con los estudios por sus fracasos.

La tercera revisión del proyecto, es la que une a estos dos amigos. Para 1987 Coppola tiene el interés de regresar a su proyecto de Tucker –recordemos que también es un director que trabaja de manera rápida a diferencia de sus compañeros- tras el nada sorpresivo fracaso de Jardines de Piedra (1987) gracias a la inesperada muerte de Gian-Carlo Coppola  durante la producción… y trabajar con el supuesto asesino de su hijo durante ella. Pero Coppola ahora es sinónimo de veneno en taquilla, por lo que tiene rechazo por parte de los estudios a los que lleva el proyecto, salvo Paramount que lo ve como una posible fianza para que realice el tercer capítulo de la saga de los Corleone.

Aceptan producir el proyecto de ensueño, pero a un nivel de presupuesto inferior al que necesita Coppola, por lo que en conflictos Lucas en un acto sorpresivo saca 24 millones de dólares y los pone directo al proyecto, defendiendo a su amigo tal y como él lo había hecho durante la filmación de American Graffitti.

Todo porque cree en el proyecto, en su amigo, y de lo necesario de realizar esto para que no termine deprimido.

Tucker, El Hombre, Su sueño al principio se percibe de manera inusual; Es una película que desde el inicio es acrítica de Tucker y su familia, porque no busca ser un documento fidedigno de su vida y obra sino que toma los elementos de la historia original y lo que crea es una visión de ensueño y edulcorada, quizás ese pueda ser el problema para la audiencia por los primeros minutos, porque en sí Tucker es perfecto: viviendo en una pequeña granja con sus hijos sacados de un programa de televisión, una esposa preciosa y que le apoya en todo y hasta una jauría de dálmatas que acaba de encontrar.

Esto obvio corta limitantes de generar un personaje complejo porque Tucker nunca tiene errores, siempre lo que piensa es lo correcto y es buen esposo, padre de familia y jefe (incluso cuando lo llegamos a ver “furioso” tiene una sonrisa permanente), pero tiene una intención clara a exigencias de la visión romantizada de Coppola frente al tema y el tratamiento que recibió por parte del director y por parte de Arnold Schulman.

Y si bien esto puede presentarse como un problema… es temporal, porque la película realmente nos vende la proeza de Tucker y su auto fantástico; hay una gran interpretación pura y noble por parte de Jeff Bridges que lo vuelve un héroe necesario para el mundo del cine porque es algo que todos quisiéramos ser en algún punto de nuestras vidas, y gracias a él y a su equipo de torpes nos comprometemos, y al final, tenemos una tensión de saber si llegarán a completar el número de autos necesarios para salvar su nombre.

Todo esto con un estilo experimental de cortes inusuales para el director, en donde los personajes interactúan a distancia, y se nos revela la escena con esa intención pero vemos que todos están el mismo set y una fotografía preciosa de Vittorio Storaro, amo y señor del sol en la fotografía de cine que crea atardeceres como ninguna otra película.

Incluso la visión de Tucker es la de un hombre que irradia luz y confianza en todas sus escenas.

Es una película en extremo positivo, y las decisiones que tomó Coppola la hacen la más disfrutable de su etapa de los años ochenta, porque jamás cede su paso como autor, ni tampoco desvirtúa su visión de Tucker como un empoderante cercano a un héroe soñador frente a los vicios del capitalismo americano que lo hunden, y no hace más que reflejarse en el hombre y en su familia, y en su sueño. Es incluso más nostálgico saber que le dedica la película a su hijo fallecido, y que en la película vemos cómo su hijo mayor –interpretado por Christian Slater– decide unírsele a su padre en su sueño, jamás recibiendo un no como respuesta, tal y como su vida real.

Tucker: El Hombre, Su Sueño llegaría en un momento de necesidad para Coppola, pero no necesariamente este éxito narrativo se reflejaría en la taquilla, por desgracia, obligándolo a aceptar la secuela que nunca quiso, y a George Lucas aceptar otro fracaso que lo tachó de un tipo que no entiende necesidades Hollywoodenses, y quizás para nosotros no las entienda, pero ayudó a un amigo en un momento de oscuridad, con un sueño que tenía, y a treinta años la historia parece darles un espacio de virtud, tal y como el sujeto que se enamoró de un automóvil.

La vida no es justa, pero a veces sorprende.

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