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viernes, abril 19, 2024

El himno de los perdedores: La La Land

La La Land era la película que más estuve esperando todo el año pasado. Desde el primer momento en el que supe que Damien Chazelle preparaba un musical, me ganó, después de todo Whiplash (2014) fue prueba absoluta de que el joven director tiene estilo particular y capacidad para dirigir, particularmente cuando se trata del tema que ha englobado sus participaciones como director: la música.

Y luego anunciaron a los protagonistas.

No soy la persona más romántica de la historia (eso es fácil de corroborar), pero sé que a pesar de ser una piedra en la vida real, a veces cuando veo una película pienso en la pareja que estoy presenciando, y envidio esa química que naturalmente surge de sus frases, movimientos corporales y sonrisas: se aman. Referentes tenemos por montones –adoramos las parejas fílmicas- pero la más reciente es la unión de Emma Stone y Ryan Gosling, quienes a pesar de no serlo en la vida real, actúan como si estuviesen destinados a estar juntos para siempre. La pareja transmite eso y los espectadores se vuelven una especie de Cupido metafórico porque a pesar de los intereses individuales, los queremos pegados.

Y esto debería de funcionar, debería de ser simple, su química es muy natural y adoro los musicales. Sé que es un género que mucha gente encuentra con tedio, pero la idea de un Hollywood de oro sin ellos es inconcebible, su registro en la cultura popular ha persistido al paso del tiempo a pesar de que futuras generaciones cada vez lo encuentran como material exclusivo para ancianos o historiadores de cine.

depende del día que me pregunten, mi favorito es West Side Story o aquel con el supercalifragilisticoespialidoso.

Y, pues nada… La La Land explotó.

La popularidad del filme radica en los múltiples premios que ha conseguido y que de seguro se volverá en la película más nominada en la ceremonia de los premios de la academia (lo hizo), cosa que realmente no tiene mucha relevancia personal pero que sin dudas la vuelve de alta estima para el público que ve los premios OSCAR, sea por creer en ellos como dictaminadores de calidad, o por nostalgia.

La pregunta es simple ¿La La Land sobrevive las expectativas?

Lo más fácil sería escribir que sí, que es una película maravillosa y que merece todo reconocimiento, que recupera un género que la industria omite y todas esas cosas que a menudo vas a escuchar y leer de otros medios… pero no sería honesto.

Expectativas altas hubo de mi parte, vi la película con ansias, pero pensándolo bien una y otra vez, ya pasado el momento y seguro de lo que escribo, puedo decirles que La La Land es, buena, a secas.

Damien Chazelle menciona en entrevistas varios elementos que vinieron a su mente cuando concibió el guión de la película, su fascinación con los musicales de antaño y el glamour de estos. Además de experiencias personales que hablan mucho sobre el fracaso y del qué tanto le costó llegar hasta este punto. La cuestión es que La La Land homenajea y a la vez es una antítesis de los musicales de antaño, tiene que serlo porque está al servicio de un pensamiento moderno.

Esto funciona a su favor porque dentro de la narrativa de la película, la música se vuelve una parte diegética con un concepto muy interesante. La La Land estima a la música como parte esencial de nuestra vida y de las personas que amamos, se vuelve un elemento que nos une y que nos motiva a cometer el ridículo mental, es decir: capta a la perfección lo que significa estar enamorado, en donde todo es maravilloso entre dos personas que no son los mejores del mundo pero entre los dos tratan de superar lo que se imponen, y el viaje musical resume las penas y glorias de estos.

Su dirección es “sobresaliente” porque La La Land tiene una distinción entre coreografías y musical que enfatizan la alegría y sentimentalismo, y se da tiempo para ser un drama.

Y es ahí, en donde empiezan los problemas. Si enfaticé “sobresaliente” es porque no creo que sea sinónimo de logrado.

Vamos primero por los segmentos musicales. Segmentos que se deciden hacer con una sola toma para sorprender al espectador y pues es de tontos mencionar que el trabajo de Linus Sandgren es fácil, para nada lo es, pero no puedo evitar que se abarata en la intención. Hay muy poca carga emocional en la coreografía que personajes principales y de fondo representan, casi como si se tratara del décimo quinto ensayo en donde todo debe salir bien. El baile se supone que tiene que ser magnánimo, expresión de alegría y complejo, y no puedo dejar de sentir que La La Land aún con sus mejores intenciones termine siendo un “flash mob” bien integrado que un sobresaliente número musical.

Esto por desgracia lo carga en la mayoría de sus números y terminé  por sentir una desconexión entre la música y lo que veía. Es bonito, y la decisión de filmar en Cinemascope sí otorga el grado de impacto visual que espera obtener sin volverse presuntuosa, pero es sólo eso.

Porque los personajes… resulta que son más anecdóticos y que funcionan a través de montajes, pero no los conocemos muy bien. Mia es la que sale más librada del asunto porque por lo menos entendemos el por qué quiere ser actriz y un poco de su pasado, pero ¿Cómo es su obra? ¿Por qué le interesa? ¿Cómo llegó a la fama? Estas preguntas no se resuelven y puede que incluso en un punto se vuelva un personaje hipócrita porque le reclama a Sebastian el hecho de haberse vendido, cuando al volverse actriz, básicamente haría lo mismo.

Y Sebastian… oh Sebastian. Entiendo que tenga las intenciones de cuidar los sueños de su pareja, pero es muy vacío; le gusta el Jazz, lo ama, tiene una colección de objetos sobre sus héroes personales y exuda esa pasión, pero no nos explica el por qué lo que hace está mal, o por qué la música de navidad es un pecado para el género, a sabiendas de que existen trabajos como el de Vince Guaraldi, Ella Fitzgerald y Duke Ellington.

Sebastian genera empatía y se encapricha ante un Keith que honestamente tiene razón con la situación del género.

De lo que sí recuerdo con sorpresa, cariño y emoción es la música de Justin Hurwitz. El amigo desde la universidad de Chazelle presenta un score bombástico, lleno de una influencia directa de George Gershwin. Desde la emoción y locura de “Another Day of Sun” y “Someone In the Crowd” hasta el monólogo de Mia en “The Fools Who Dream” –por mucho la mejor parte de la película, donde el uso del plano secuencia es excelente- son fáciles de llevar, de aprender y sobre todo, de apreciar por su energía y esa es la primera intención de un musical, que estas canciones sean recordadas saliendo del cine y te inspiren. Pero en donde hace más énfasis musical Hurwitz, es en el tema de los enamorados, un melancólico uso de piano que repercute en la trama porque dependiendo de lo acontecido, o termina asimilando otras canciones y temas, o decide terminar de manera abrupta y triste.

La La Land parece ser la cucharada de azúcar que todo mundo requiere tras un año que fue cruel con todos nosotros. Su optimismo es algo que a menudo se necesita en el cine y el hecho de que haya llegado hacia tanta gente habla de las necesidades que tenemos por hoy, pero me hubiese agradado más la idea de que superara el “eye/sound candy” porque lo que encuentro es una película que puede disfrutarse a pesar de sus fallas, pero como se ha vuelto el corcel blanco de la temporada, los detalles que tiene se magnifican cual hormiga sobre un microscopio y nos hace entrar en el debate de ¿En realidad merece tanto reconocimiento?

Me encantaría decirles que esa celebración a la vida y a los luchadores en una película que explora el amor y el cómo crece con nosotros fuese todo… menos acartonada.

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