Entre la aventura de lo desconocido clásica y la sugerencia de connotación sexual elevada, no es complicado entender cómo el último eslabón popular de los monstruos universal se terminó por volver en uno de sus mejores.
Para muchos la historia de los Monstruos Universal es una repleta de márgenes de ganancia y de un trazo enorme de décadas dentro de la historia del cine espantando a las audiencias, pero la realidad es un poco más deprimente y alejada de los placeres del éxito. Los monstruos iconográficos ocurren durante mediados de los años 20 -en plena etapa silente del cine- y se extienden por 10 años hasta que los problemas dentro del conflicto bélico de Alemania imposibilita a Universal de expandir sus películas a otros mercados (algo no ajeno a todos los estudios Norteamericanos en realidad). También es que el estudio desprecia a sus figuras dentro de estas películas, siendo notorio el maltrato hacia Bela Lugosi y a Boris Karloff quienes a pesar de generar expectativa entre audiencias por ver sus nuevas películas, carecen de rasgos atractivos como los de cualquier galán de estudio y por ser actores dentro del género de horror, son considerados menores y vulgares, por lo que terminan descartándolos.
Las producciones de Universal son cada vez más caras en el terreno dentro y fuera de los monstruos y con el cese de actividades de los Laemmle -los fundadores del estudio- quienes son eliminados de Universal para evitar una absorción corporativa, hacen que para cuando Charles R. Rogers tome la dirección del estudio, este considere como carta de salvación en 1936 -es una linea de tiempo exageradamente rápida para ojos modernos- hacer incontables secuelas con los actores que habían capturado la atención de las audiencias y con ello logran subsistir hasta finales de los años cuarenta, en donde forman cosas tan extravagantes como la idea de enfrentarlos uno al otro, juntarlos, o ponerlos como objeto de burla junto a Abbot y Costello, los comediantes más exitosos del estudio.
A partir de ahí, los Monstruos Universal langidecen porque también si ya se había prestado al estudio la oportunidad de burlarse del pasado es porque en realidad las audiencias no tenían más interés en la construcción gótica expresionista de Frankenstein o del Conde Drácula, los temores y ansiedades se encontraban en otro ámbito, uno de escala monumental, igual de incomprensible pero sin la elegancia de los castillos y el tropiezo de las antiguas creencias, porque la gente ahora le temía, a monstruos atómicos.
Causados por los efectos del propio humano -y en sí, una situación reaccionaria para algunos y de mal gusto para casi el resto- y en donde las fuerzas militares tratan de hacer frente a la maximalización de objetos o seres pequeñitos, ahora con dimensiones horrendas y que buscan dominar el planeta. Universal por supuesto que terminaría atendiendo a estas demandas para el público durante el último lapso de los Monstruos… pero si por algo son olvidados en los libros de historia y en la cultura popular, es porque antes de ceder a estas presiones ofrecería por última ocasión horror de antaño, que intentaba recuperar esas percepciones y con una mirada honesta, sin necesidad de plantearla bajo esquemas de enfrentamiento con otro monstruo o que dos tipos se burlaran de la seriedad del asunto a la hora de amenazarlos.
La historia de El monstruo de la laguna negra es una casi imposible de creer, porque la idea de que esta cosa saliera a la luz fue de parte del mejor director de fotografía que ha tenido nuestro país: Gabriel Figueroa. Figueroa que se encontraba en una cena organizada por Dolores del Río y Orson Welles en 1941 y en donde también estaba sentado el productor William Alland. En medio de la borrachera sale la curiosidad de que en Ciudadano Kane (1941) Orson Welles terminó usando algunas escenas de King Kong (1933) gracias al acceso que tenía del material de la RKO, el estudio que produjo su película. El uso de escenas de la Octava maravilla del mundo en su drama termina por hacer una plática en defensa del gran simio, y de que este es un representan de la milenaria historia natural de la bella y la bestia que ha traspasado barreras culturales.
Figueroa para no quedarse atrás en la audacia menciona que si saben sobre las tradiciones que ocurren en el Amazonas, en donde la gente que vive en el río suele ofrecer en sacrificio sexual a una doncella para calmar las aguas que forman parte del día a día de los pescadores. Figueroa probablemente estuviese mezclando las ideas de King Kong y de las culturas provenientes de África con la leyenda de los encantados de la zona, delfines que adoptan forma humana para aparearse con mujeres y que curiosamente, la relación entre humanos y delfines terminaría por estudiarse y encontrar que estos tienden a encontrar atractivos a los humanos en intentos por relacionarse sexualmente por ser ambos de los pocos animales en encontrar el acto como uno de placer más que del hecho de procrear (y de forma aún más curiosa esta historia que daría origen al monstruo de Universal forma parte de una subtrama en Godzilla de Ishiro Honda del mismo año de estreno). Es más, termina jurando a sus invitados de que él tiene imágenes sobre el encuentro entre estos seres fantásticos y las doncellas, incluso promete mostrárselas cuando regrese a su estudio pero, así como la relación entre Welles y Dolores, terminaría en el olvido.
Excepto… para William Alland.
Alland queda tan obsesionado con la historia que termina escribiendo un tratamiento que después con el tiempo será expandido en las necesidades del estudio en donde trabaja, Universal y que queda bajo encargo de Maurice Zimm y el cual, queda bajo el encargo del último realizador autor del estudio en cuanto a lo que se refiere a sus monstruos, un siempre eficiente director de encargo Jack Arnold pero que con esta y posteriores películas, termina siendo la oportunidad que necesita para realzar su carrera.
El monstruo de la laguna negra es presa de este olvido colectivo que solemos darle a los Monstruos Universal, en donde se suele asociar a un tedio y a una película de montón dentro de las configuraciones de un creature feature, lo cual es un grave error porque puede que se trate de una de las exploraciones más inteligentes del ciclo y una que a pesar del tiempo y las formulaciones de censura que estaba sufriendo el cine norteamericano, es muy, pero muy sugerente.
Es incluso una película en donde queda claro el papel del sexo entre los protagonistas: No se oculta el triángulo amoroso que reside entre Mark (Richar Denning), David (Richard Carlson) y Kay (Julie Adams), siendo esta última objeto de desconcordia para los dos científicos quienes han tenido relaciones con la mujer y que viven esperando minimizar la inteligencia y capacidad del otro para asombrar más a Kay que el hecho de obtener el eslabón perdido entre humanos y peces que llega de improvisto más que nada.
Por sobre todo, resulta muy curioso la independencia de Kay como una mujer inteligente, al nivel de los otros dos doctores, y una mujer complaciente en su pareja que disfruta su sexualidad sin tapujo. Kay aparece con la camisa del amante frente a todos en un claro acto tradicional post coito y de relación sentimental humana que denota confianza, Kay usa un traje de baño encantador siendo la única mujer dentro del grupo y que acrecienta su voluptuosa figura con todo y esos picos de seno típico de la época… y es una mujer que de forma desprevenida termina llamando la atención del Monstruo, el cual hasta ese momento sólo hace amenazas de aparecer en brazos amenazadores y asesinos, pero con la mujer encuentra un erotismo realzado al encontrar una simil dócil y preciosa en el agua con la que de inmediato conecta y se obsesiona.
Arnold es muy hábil en presentar estas escenas de exorbitante poder sensual sin caer en una vulgaridad o un sentido delator que haría que El monstruo de la laguna negra fuera presa de la censura o de la mitificación prohibitiva, acciones de parte de un sujeto que entiende el poder de la sugestión más que nada y que no sólo usa eso para ejercer un poder erótico en su película -acompañado de la preciosa fotografía de William E. Snyder, que aprovecha el espacio que claramente se ve de set fílmico en una ahora extrema nostalgia de un cine ya inexistente, pero que en el reino del mar es al igual que el monstruo, rey absoluto y capaz de construir secuencias con ejecución y belleza inhóspita solamente tomada un año después como referencia por Stanley Cortez en La noche del cazador de Charles Laughton– sino que termina construyendo una profundidad melancólica en su monstruo.
El monstruo, o conocido en la cultura popular como Gill Man posee el mismo argumento que King Kong pero, años mucho más adelantado de lo que haría Peter Jackson en su remake, podemos intuir parte de su proceso analítico y el desenlace de su especie a través de la narrativa del escenario y su gesticulación. Gill Man que encuentra atractiva a Kay en su danza acuática no es precisamente un monstruo como tal; si ha llegado a asesinar es por defender lo sacro de su espacio que ha sido corrompido por las ambiciones coloniales disfrazadas de arqueología y exploración, que poco a poco terminan dominando espacios ajenos a sus culturas y por ello, omitir todo paso de tradiciones y la existencia misma del folclore para analizarlo bajo la lupa de antiquísimo valor. Al encontrar encantador el baile de la mujer termina recordando que él, forma parte de una especie en extinción, de no encontrar la misma danza con su especie porque el resto, ha sido eliminado.
Podemos incluso generar nuestras propias interrogantes en medio del frenético final de la película porque Gill Man lleva a Kay a su guarida, una fortaleza de la soledad en la que podemos ver muy al fondo columnas que se entromenten en las estalactitas del lugar, una cámara amatoria que en el pasado resultaba el lazo entre humanos y hombres peces, ahora lapidadas entre el musgo, y el acto amatorio del pasado que era un ritual, y ahora es una amenaza sexual aberrante que el monstruo, incapaz de razonar más allá del hechizo de ese traje de baño, no puede evitar finalmente ser presa de objetos fálicos ajenos a su poder: si el Gillman como se puede decir vulgarmente piensa con el pene, es un falo en forma de harpón y una escopeta los que lo penetran, y confundido en esta escala de poder se retira a la complacencia del único mundo al que le pertenece, la laguna negra para morir en una forma trágica.
Es asombroso que Zimm nos termine generando más empatía por el monstruo que por los humanos ambiciosos en una dinámica muy ad hoc de los demás monstruos del estudio a los que es imposible asociar una pizca de sentimentalismo por parte de cualquier grupo de rechazados sociales que terminaron por entender el aprecio de estos quienes rara vez se presentaban como aberrantes de verdad, pero también sería un engaño pensar que los humanos se comportan en ambiciones desmedidas. A lo mucho El monstruo de la laguna tiene una encantadora dinámica entre sus protagonistas, los cuales terminan inyectados de una dosis de diálogos que ofrecen consuelo a Kay entre su romance telenovelezco o que entre los demás compinches y carne de cañón para la furia del monstruo, exista un tono de humor agraciado y excelentemente llevado.
Cualquier otra película haría espacio para definir el humor fuera de la comprensión del espacio, como una especie de respiro involuntario a veces ya cancerígeno en estas modalidades del humor en tiempos modernos, pero en El monstruo de la laguna negra lo que existe es un sentido desmedido y cruel del humor tan bien balanceado: ocurren reacciones a los discursos o tomas de decisiones para acabar con el monstruo que sacan una sonrisa y quizás el momento más efectivo sea cuando en medio de un plan, la mano mañosa de Gill Man se asoma a través de la ventana y sólo una de sus víctimas que queda jodida del rostro, es capaz de ver el objetivo de este mientras sus gritos ahogados por el vendaje sólo son objetivo de nuestra mirada atónita de la que no hacemos otra cosa más que la de reinos de su pobre desgracia.
El monstruo de la laguna negra es inteligente en su propuesta, y dentro de los monstruos su efecto como obra del horror sigue siendo tan punzante y fresca a pesar del tiempo, es uno de los reencuentros más sorprendentes que he tenido en mucho tiempo a la hora de visitar el pasado y confirmar entre la mirada de adulto que sí, de niño la idea de tenerle pena a un hombre pez de corazón roto por sentir un cosquilleo de mariposas en el estómago en su reino de musgo y muerte, no era algo ajeno a lo que puedo entender como adulto, reviviendo la tragedia inevitable de un ser que queda en el olvido de las profundidades.