- Publicidad -
miércoles, abril 30, 2025

El tiempo vivido

José Robles

El tiempo presente y el tiempo pasado

Están quizá presentes en el tiempo futuro,

Y tal vez el futuro contenido en el pasado.

Si todo tiempo es un eterno presente,

El tiempo es irredimible.

S. Eliot. Four Quartets.

 

Nuestra experiencia del mundo parece estar caracterizada por un dominio abrumador del presente. En la esfera cultural y social la relevancia está íntimamente asociada a la actualidad: se habla de los más recientes descubrimientos o innovaciones, de las últimas noticias del momento. Es difícil que pase desapercibida esta preeminencia del “ahora”. Frente a esta inclinación se opone simétricamente una tendencia contraria que pretende conservar las ideas, valores y prácticas del pasado. Esta perspectiva busca defender el sentido y las tradiciones contra la aparente vacuidad de lo novedoso. Ambas tendencias se acusan mutuamente. Aquella que privilegia lo actual encuentra solo en el pasado una carga que impide el desarrollo de lo nuevo; mientras que la defensa de la tradición ve en la tendencia “progresista” una simple moda, producto del aparato ideológico moderno. De una u otra forma, quedamos atrapados en una disputa irreconciliable. En este problema podemos encontrar una diversidad de fenómenos históricos, culturales, políticos y sociales que merecerían un análisis detenido. Pero hay también una presuposición implícita operando en el fondo: nuestra idea del tiempo. Para describir el problema expuesto anteriormente, es inevitable usar las palabras “presente”, “pasado” y “ahora” que están a la base de conceptos como “novedoso”, “tradición”, “conservación”, “progreso”, etc. ¿Qué queremos decir cuando hablamos del presente o del pasado? ¿Cómo puede definirse el “ahora” o el instante? Todas estas cuestiones están implicadas en una pregunta más general. ¿Qué es el tiempo?

La pregunta por el tiempo puede ser planteada dentro de dos esferas distintas: la subjetiva y la objetiva. Cuando hablamos del tiempo objetivo nos referimos al tiempo de los relojes, el tiempo medible por la física, aquel que es posible expresar por medio de cantidades: desde 33 segundos o 5 minutos, hasta periodos geológicos o acontecimientos cósmicos de duración inconcebible. El tiempo subjetivo, por otro lado, parece tener referencias mucho más escurridizas: se trata de fenómenos como la monotonía y la repetición que alteran la percepción del tiempo en una persona, o también la ingesta de sustancias psicotrópicas que dilatan la sensación del paso del tiempo. Bajo esta simple caracterización parecería que podríamos distinguir entre un tiempo absoluto (física), y un tiempo relativo (psicología). Sin embargo, está distinción se vuelve mucho más problemática si tomamos en cuenta, por ejemplo, la teoría de la relatividad especial en la física moderna, dónde se sostiene que la medida del tiempo depende de la posición del observador. Como vemos, hacer una caracterización simple implica ya serias dificultades. Para siquiera llegar a aclarar esta pregunta -¿Qué es el tiempo?- sería necesario un trabajo mucho mayor por parte del humilde escritor de esta breve columna, y una atención mucho más prolongada por parte del lector. Pero como ni el escritor ni el lector tienen suficiente tiempo para el tiempo, podemos aquí tomar un atajo modesto para comprender esta “gran” y “complejísima” pregunta.

Tomemos la posición ingenua de nuestra experiencia. Hablaremos entonces de nuestra vivencia del tiempo. Parecería entonces que hablamos del tiempo subjetivo o psicológico. Sin embargo, clasificarlo rápidamente de esta manera solo sería posible asumiendo como verdadera una tesis que aún no ha sido demostrada: ¿acaso toda experiencia humana puede ser explicada y descrita por la psicología? No es momento de abordar esta otra “gran” pregunta. Nuestra vivencia del tiempo se realiza de manera más usual en la vida cotidiana. Llamemos a esta concepción del tiempo el tiempo vivido. Se trata del día y de la noche, del paso de las horas, del tiempo en el que vivimos diariamente, que experimentamos cuando convivimos con otros, el tiempo que pasamos en el trabajo o en los momentos de ocio, aquel que corre de la noche a la mañana, desde que nos despertamos hasta que nos acostamos; pero también el tiempo del sueño, de la fantasía o la imaginación. No hablamos del tiempo cósmico con sus acontecimientos futuros, o eventos que forman parte de un pasado inmemorial. Sin embargo, muchas veces nuestra vivencia se ve invadida por esta concepción objetiva del tiempo. Frecuentemente usamos como referencia el tiempo de los relojes como medida común para acordar el encuentro con otra persona, o para designar el horario del trabajo, la eficiencia de una tarea y la productividad. ¿Qué consecuencias tiene la invasión del tiempo objetivo en el tiempo de la vida?

Pensemos en la concepción más sencilla del tiempo objetivo: tenemos una flecha dibujada horizontalmente, al inicio tenemos el pasado, en el medio tenemos el presente y al final tenemos el futuro. Desde la perspectiva del tiempo objetivo parecería que nuestra vivencia del tiempo se reduce al presente, que se extiende como un “ahora” infinito en todo el universo. El pasado y el futuro aparecerían como dimensiones inexistentes. En estos extremos la vida no tendría lugar. Nuestra vida estaría encapsulada en este pequeño punto a la mitad de la línea, en un umbral entre el pasado y el futuro, entre lo que fue y lo que será. Esta comprensión “objetiva” del tiempo invade nuestra vida hasta los rincones más íntimos. T.S. Eliot expresa con elocuencia la imposición de esta perspectiva sobre el tiempo vital: si todo el tiempo es eternamente presente entonces todo es irredimible. Es decir, si el pasado es irreversible, y el futuro está contenido en el pasado, estamos condenados a un presente sin alternativas. Las decisiones que hemos tomado, las acciones que hemos realizado, los acontecimientos que nos sucedieron marcan para siempre nuestras vidas. Cuando el tiempo vivido es pensado como “tiempo objetivo”, aparece la imagen de un destino ineludible, la sensación de la fatalidad. Una línea del tiempo que mortifica, que va de lo irreversible a lo inevitable, del error a la muerte.

Sin embargo, el tiempo vivido no se puede reducir al tiempo de la física o al de la psicología. Él se conforma en su propia esfera, con sus extrañas leyes y fenómenos. No se trata sólo de la flecha que corre en una sola dirección, o de la experiencia de la relatividad temporal con la sensación de dilatación y contracción. En el tiempo vivido, pasado, presente y futuro se comprenden de una forma completamente distinta. Podemos encontrar esta peculiaridad del tiempo vivido en la experiencia del perdón y la promesa. En estas manifestaciones aparentemente banales se configura una comprensión del tiempo que da sentido a nuestra experiencia del mundo más allá del tiempo de los relojes. Perdón y promesa parecen referir a los dos extremos de la línea del tiempo: pasado y futuro. La peculiaridad del perdón está en la transgresión del presente. Cuando perdonamos, el objeto de la acción permanece en el pasado y, sin embargo, el presente cambia. En el perdón hay un reconocimiento de la influencia que tiene el pasado en el presente, pero no desde una perspectiva fatal. El pasado está vivo en el presente vivo, y con el perdón la vida se transforma en el pasado y el presente simultáneamente. En La evolución creadora, Bergson escribe “En realidad, el pasado se conserva por sí mismo, automáticamente. Todo entero, sin duda, nos sigue a cada instante: lo que hemos sentido, pensado, querido desde nuestra primera infancia, está ahí, pendiendo sobre el presente con el que va a unirse, ejerciendo presión contra la puerta de la conciencia que querría dejarlo fuera.” El aparente carácter irredimible del pasado se desvanece en el tiempo vivido, pues en el tiempo de la vida el pasado no es algo que está “atrás” en la dirección de la flecha. En la vida el pasado no solo es el residuo pasivo del paso del tiempo, sino que constantemente afecta al presente, lo define, lo constituye.

Esta unidad profunda entre pasado y presente se radicaliza con la promesa. Aunque la dirección de la promesa se inclina hacia el futuro, ella transforma la unidad del tiempo en general, incluidos el pasado y el presente. No para asegurar el tiempo, sino para abrirlo a lo imprevisible. A pesar de que la promesa parece sostener una certeza sobre el futuro, la posibilidad de la promesa está sustentada justamente en lo contrario: la incertidumbre. Si el futuro estuviese ya destinado a ser de determinada manera, si desde los hechos del pasado pudiéramos predecir los acontecimientos del futuro, la promesa sería absurda, redundante, un pleonasmo. La promesa sólo es posible bajo una condición: que pueda no cumplirse. Con la promesa el futuro se abre pues no aparece como predispuesto, contenido y explicado por el pasado. El futuro recupera su rasgo indeterminado. La promesa indica un futuro que puede ser distinto al presente. La promesa abre al futuro a su cumplimiento o incumplimiento, a lo diferente.

Este es el extraño tiempo de la vida, que, sin darnos cuenta, es expresado en nuestras vivencias más intensas, a veces ocultado y socavado por el tiempo de los relojes en el que casi siempre vivimos inmersos. El perdón y la promesa muestran un rasgo del tiempo vivido que no se deja pensar por el tiempo subjetivo o el objetivo. Un tiempo dónde pasado y futuro aparecen entremezclados en el presente, donde el futuro no se encuentra determinado, ni el pasado muerto. Se vuelve imposible distinguir un presente estático e inmóvil, todo vive en ese tiempo vivido, todo se mueve y se transforma.

Bibliografía.

Bergson, Henri. La evolución creadora, Ed. Cactus, Buenos Aires, 2007.

Bergson, Henri. Materia y memoria, Ed. Cactus, Buenos Aires, 2017.

Campo, Alessandra. Gozzano, Simone (Eds.). Einstein vs. Bergson, Ed. De Gruyter, Boston, 2022.

Eliot, T. S. Cuatro cuartetos, Ed. Era, México, 2017.

Husserl, Edmund. Fenomenología de la consciencia del tiempo inmanente, Ed. Nova, Buenos Aires, 1959.

Sporadikus
Sporadikus
Esporádico designa algo ocasional sin enlaces ni antecedentes. Viene del latín sporadicos y éste del griego sporadikus que quiere decir disperso. Sporás también significa semilla en griego, pero en ciencia espora designa una célula sin forma ni estructura que no necesitan unirse a otro elemento para formar cigoto y puede separarse de la planta o dividirse reiteradamente hasta crear algo nuevo. Sporadikus está conformado por un grupo de estudiantes y profesores del departamento de filosofía de la UG que busca compartir una voz común alejada del aula y en contacto con aquello efervescente de la realidad íntima o común. Queremos conjuntar letras para formar una pequeña comunidad esporádica, dispersa en temas, enfoques o motivaciones pero que reacciona y resiste ante los hechos del mundo: en esta diversidad cada autor emerge por sí solo y es responsable de lo que aquí se expresa.

ÚLTIMAS NOTICIAS

ÚLTIMAS NOTICIAS

LO MÁS LEÍDO