Nadie lo quiere decir, pero es la verdad: los comentarios políticos en torno a “El primer hombre en la luna” han dañado mucho su taquilla. Es curioso ver que una película sobre Neil Armstrong reciba el olvido de su país por una situación que revela la simpleza mental de las audiencias, que odian una película sin haberla visto ya que no incluye el izamiento de la bandera norteamericana en suelo lunar. Aquellos que le repudian por no mostrar el momento, omiten o desconocen que la película no se trata de una bandera, no se trata de una carrera espacial, no se trata de un país, se trata de un hombre bastante vulnerable.
Y es que las decisiones de Chazelle en conjunto al guión de Josh Singer, nos revelan una película de astronautas totalmente diferente a los tradicionalismos establecidos en el subgénero.
Singer propone en la figura de Armstrong, a un hombre con temores y que está pasando un duelo personal, duelo que sólo puede olvidar en la distracción del trabajo y en el alcance de poder llegar a pisar la luna. Su Armstrong no es un héroe al pie de la letra, es constantemente misterioso y cerrado, incluso dentro de su núcleo familiar que atiende pero al que se encuentra distante. No tiene miedo de mostrarlo sin sonrisa y el hecho de que sea interpretado por Ryan Gosling es un acierto, porque este es un actor que lejos de ser efusivo y exagerado, siempre va por una línea de calma y retención que en Armstrong encuentra una modalidad que conmueve, porque su forma reacia también está dando a entender el peso que tiene su personaje: de un miedo absoluto que va de la mano con el mantra de la NASA, el fracaso.

Se mueve a través de sus compañeros que va perdiendo en el camino y que no hacen otra cosa más que la de recordarle la fragilidad que poseemos detrás del sueño, y también la película pone un anclaje dentro de la época al retratar a los sesentas a través de las televisiones de los Armstrong que reflejan la guerra de Vietnam, los conflictos de presupuesto, la presión por parte de los soviéticos y la mescolanza de haber perdido a un líder como Kennedy. Es una muestra de la vida americana bastante curiosa porque los personajes principales hacen su labor y estos elementos existen, pero no se sientan a reflexionar sobre dichos cuestionamientos, quedan de lado para reflejar la naturaleza de estos en medio de picnics o fiestas que intentan mantener un núcleo familiar para Neil Armstrong.

Quien de nuevo, tiene la pesada misión de no demeritar la carrera espacial y de obtener el éxito a pesar de los demonios que posee en su interior, pero que no por ello se le hace un camino fácil porque, también la película nos recuerda de que el espacio… es aterrador. Atrás quedaron los días de asombro tecnológico, porque en las decisiones de producción Chazelle opta por revelarle al mundo de que los primeros cosmonautas se enfrentaban al terror absoluto de contar con sus cálculos, y nada más. Las escenas son claustrofóbicas y el diseño sonoro revela las partes de metal que crujen con las acciones de los hombres que intentan resolver cuestiones de vida y muerte, con el único consuelo de poder ver al espacio a través de una ventana sucia que no revela mucho.
No todo es un cambio brusco de sentimientos, y Chazelle sabe esto, porque el viaje de Neil está lleno de complicaciones, de encontrarlo con que no es una figura encantadora a diferencia de Buzz Aldrin (Corey Stoll) y quien, en el momento final de la película conjuga todos sus sentimientos en una secuencia bellísima.
El hombre ha llegado a la luna, la fotografía del proyecto abandona el acabado con grano fílmico para dar pasado a un inmenso paisaje lunar captado en IMAX, con la preciosa música de Justin Hurwitz rebotando en nuestros oídos, somos partícipes de la misión y Neil Armstrong, en medio de tanta gloria, también se dispone a cerrar un capítulo de duelo, porque ha llegado a su destino, ha llorado en silencio y soledad y hoy, en medio de su máxima, lo vuelve a hacer. El cine deconstruye personas para hacernos entender lo complicado que fueron sus acciones, en este caso, ver deconstruído a un hombre estoico pero al que podemos entender, y llorar con él, tiene más valía que la de sólo poner una bandera a escena.