Declaro no tener conflicto de intereses
En estos días de encierro, mamás y amigos me escriben preguntando cómo mantener la calma, la cordura. Y describen cómo la necesidad de estar en casa ha incrementado los quehaceres, pues se multiplican exponencialmente con los niños que antes iban al colegio y ahora hay que acompañarlos en las actividades y tareas que les mandan para validar un ciclo escolar; la pareja haciendo home office, cuando habitualmente no pasaba tantas horas en casa; la necesidad de preparar comidas constantemente; las salidas imprescindibles a resurtir la despensa o para cumplir con el trabajo que llenan de ansiedad; la preocupación por la incertidumbre económica … La saturación de noticias constantes que acrecientan el temor…
Me platican todo esto y lo comprendo… lo vivo igual que muchos de ustedes, más aún no caigo en la desesperación.
En particular, ¿qué me ha ayudado? Mantener mi mente en lo que sí puedo hacer y llevar a cabo en mi presente. Y de eso te quiero platicar e invitar a reflexionar hoy, ¿en qué estás poniendo tu atención?
Me doy cuenta de que, si pongo mi atención en lo que me atemoriza, puedo sentir la ansiedad en la boca del estómago y a veces es tan evidente que casi siento que la puedo tocar…mi energía se constriñe, se reduce, se bloquea… si me dejo llevar, me paraliza.
Me voy a un mundo interno que no permite la interacción con los otros que están cerca de mí, mi familia (en mi caso, esposo e hijos).
Dice Esteban Gómez Muzzio, director ejecutivo de la Fundación América por la Infancia, cuando explica la Teoría del Apego y la Parentalidad Positiva, que los Vínculos son los que nos Construyen.
Los que permiten la co-regulación. Cuando hay una ruptura de la sincronía de estos vínculos (por los escenarios descritos arriba, por ejemplo), dejamos de “ver” al otro.
Esta falta de conexión hacia uno mismo, hacia los hijos, hacia la pareja, es percibida y les genera estrés. El estrés genera ansiedad, ante la ansiedad, se incrementa la necesidad de apego, pero esta vez, ese apego es desorganizado, es decir, no permite la vinculación afectiva ni efectiva.
Qué quiero decir con esto, pues que entre más permitimos que nos coma el miedo, la angustia, se reduce nuestra capacidad de empatía y disposición a vincularnos con nuestros hijos.
Ellos, en respuesta al alejamiento emocional, a esa evitación, demandan más atención, las más sutiles son: “¡mira, mamá, mira lo que estoy haciendo!”. Pero cuando no encuentran tu mirada, entonces, sube el nivel de su demanda, comienzan los berrinches, las peleas entre hermanos, los roces en la pareja.
Gómez Muzzio dice: “se genera un infierno relacional, un estrés tóxico para el cerebro”. Y las bases neurocientíficas que lo respaldan, describen que, ante la falta de atención y vínculos extrema, las neuronas responden reduciendo o no desarrollando dentritas que son como las “antenas” que hacen posible la comunicación neuronal.
En contraste con un niño que recibe atención y buenos tratos, que ostentan neuronas con múltiples dentritas lo cual representa mayores conexiones sinápticas entre las neuronas.
Esto corrobora lo que desde hace años afirmaba Humberto Maturana : “Todo lo que afecta nuestra fisiología, afecta lo relacional. Y lo relacional afecta nuestra fisiología. Mientras más sufrimiento hay en nuestro vivir, más se afecta nuestra fisiología”.
¿Cómo podemos apreciar esto en la vida real, en nuestra familia? Pues en que los niños que han recibido mayor atención y cuidados afectivos respetuosos tienen más capacidad de autorregulación (la cual fue modelada y favorecida por los padres o cuidadores principales) y un mayor desarrollo de ‘neuronas espejo’ (término acuñado por Daniel Goleman, 1995), que son aquellas que permiten tener mayor empatía hacia los demás.
Entonces, si yo soy ese adulto en casa ante una contingencia como la actual y que no puedo regresar el tiempo para obtener esas capacidades que debí desarrollar en mi infancia ¿qué puedo hacer? ¿Tirarme a llorar? ¿Evadirme en las redes sociales, en el alcohol o drogas?
La respuesta no la tengo yo, nuevamente la tiene Maturana, en mis apuntes del Seminario para la Sustentabilidad que impartió en el 2014 encontré:
“La salida del dolor en un sistema (como la familia, la pareja, una organización, etc.)
es la CONVERSACIÓN. La conversación es un acto de amor.
En el amor, se comparte, se conversa, se acompaña, se legitima la existencia del otro y la propia… en la CONVIVENCIA.
La primera medicina es el AMOR. La ÚNICA medicina, es el AMOR”. (Maturana, 2014)
Esa “medicina” está dentro de ti y de mí. Se destila a través de la conversación, del encuentro y el reconocimiento de las necesidades de aquellos que están sobrellevando la cuarentena contigo en este momento y de las tuyas.
Comienza identificando las emociones que hay en ti y permitiendo que fluyan a través de la palabra, entonces, se “resuelve” el conflicto emocional. Entonces, es posible generar acuerdos, repartir tareas, generar la colaboración, se abren espacios de convivencia real. “Cuando cambia uno, cambia el otro” (Dávila, 2014), es un principio básico de la Teoría de los Sistemas.
Aún no sabemos con certeza cuánto tiempo más necesitaremos estar recluidos, aprovechemos para ejercitarnos en la CONVERSACIÓN, que como varios estudiosos chilenos están coincidiendo en la analogía: “la conversación, es un baile, una danza de la sincronía relacional”.
Lo más importante – dice Gómez Muzzio – es la disponibilidad mental y emocional de los padres para favorecer para este cambio de paradigma.
