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viernes, abril 26, 2024

Entre la maldad y la seducción  ¿Por qué amamos a los villanos por las razones equivocadas?

Por Javier Eduardo González Guzmán

¡Hoy es su día de suerte! Imaginemos que un genio le concede la oportunidad de tomar una cerveza con algún personaje histórico. No importa la geografía, la época, ni tampoco el idioma. Usted podrá tener una noche de jerga con quien elija. Tal vez se sienta abrumado ante el amplio abanico de posibilidades, así que vamos a presentarle algunas sugerencias ¿El sabio emperador romano Marco Aurelio o el disoluto y promiscuo Calígula? ¿Immanuel Kant, el rutinario filósofo de Königsberg, o Sade, el libertino literato? Por mucho que nos cueste admitirlo, resultaría más ameno tomar una copa con el villano de nuestra historia favorita que con el héroe.

¿Por qué nos seducen más los personajes malvados y perversos?

Si echamos un vistazo a las producciones cinematográficas contemporáneas, podemos atestiguar un creciente auge de personajes malvados que han cobrado un inusitado protagonismo. Piénsese en Alex DeLarge que aparece en La Naranja Mecánica (1971) de Stanley Kubrick; Hannibal Lecter en El silencio de los inocentes (1991) de Jonathan Demme; Anton Chigurh en Sin lugar para los débiles (2007) de los hermanos Coen; o el Guasón en Batman: el caballero de la noche (2008) de Christopher Nolan. La lista no es exhaustiva. Sólo pretende dar cuenta de la proliferación de este tipo de personajes.

Si los observamos detenidamente, podríamos rescatar algunos rasgos comunes que nos ayudarían a comprender su anatomía.

Cada uno de ellos es presentado, en un primer momento, como una fuerza de la naturaleza. Alguien que no puede ser detenido y cuyo avance persistirá hasta lograr su cometido (en todo caso provocar la muerte). Asimismo parecen poseer una fuerza física y una inteligencia que raya en lo sobrenatural. Como si se tratara de seres que rebasaran cualquier límite humano. A lo anterior se suma la ausencia de empatía. No hay un rastro de consideración o arrepentimiento por el sufrimiento que infligen a sus víctimas. Y, finalmente, a pesar de su edad, su apariencia física o sus terribles actos, terminan por ejercer una fuerte atracción sobre el espectador.

Entonces, ¿en qué consiste el poder de seducción de estos personajes malvados? Una posible explicación podríamos hallarla en el filósofo Walter Benjamin, a través de la figura del “gran criminal”. De acuerdo con Benjamin, el orden social es preservado por el derecho a través del monopolio de la violencia. Esto quiere decir que sólo el Estado puede hacer un uso legítimo de la violencia, con el propósito de  conservarse a sí mismo. Debido a lo anterior, el Estado busca sustraer la violencia del comportamiento de los individuos. A cada uno de nosotros, en tanto sujetos de derecho, nos está vedado el uso de la violencia para satisfacer fines individuales (usted no puede simplemente matar a alguien porque le resulta molesto). No obstante, el gran criminal irrumpe de manera amenazadora en la escena social para quebrantar el monopolio de la violencia que se procura el derecho. Y por este mismo acto provoca la admiración (explícita o secreta) de la gente. No se trata tanto de las acciones que haya cometido, por muy crueles y perversas que sean, sino de la voluntad de violencia que éstas encarnan.

Tal vez le restemos importancia al hecho de que Hannibal Lecter se coma los sesos de una persona viva, o que el Guasón pretenda volar por los aires un ferry repleto de pasajeros; a final de cuentas todo se reduce al ejercicio de la violencia que a nosotros nos está vedado.

Sin embargo, no podemos conceder que la admiración que sentimos por esos grandes criminales, no parece ser suficiente para justificar las acciones que vemos en pantalla. Si nos trasladamos al plano de lo real, resultaría difícil sentir admiración por un sicario que masacra a unos niños o un asesino serial que desmiembra a una mujer.

En este sentido, tal vez sería mejor precisar nuestro objeto de admiración. Tal vez, como puntualiza el crítico literario y de la cultura Terry Eagleton, “sería más exacto decir que los que nos encantan de verdad son los canallas adorables” (118). Lo cautivador en estos personajes malvados no son sus actos en sí, sino las actitudes y valores que reflejan a través de ellos. Se trata de cualidades que solemos considerar como deseables: el coraje, la rebeldía, la resistencia, la determinación, la inteligencia, etc. “Admiramos a aquellas personas que se burlan de la autoridad, pero no a los violadores ni a las empresas que estafan a sus clientes. Sentimos un secreto afecto por quienes roban saleros del hotel Savoy, pero no por los integristas islámicos que desmiembran a personas a bombazos” (Eagleton: 118).

Entonces, ¿de dónde surge toda esta fascinación entorno a los personajes maléficos?  La pregunta no presenta soluciones sencillas. Algunos afirmarían que es algo que está inscrito en nuestra naturaleza: “Somos malos y nos causa placer la desgracia ajena”. Otros podrían decir que se trata de un síntoma de nuestras sociedades, que buscan transgredir el puritanismo moral y las buenas costumbres. Pero tal vez se trate de una cuestión más sencilla. El mal ha pasado a ser una cuestión atractiva, no tanto porque seamos ‘malos’ ni ‘transgresores’, sino porque estamos aburridos y nuestras sociedades son aburridas.

La oferta moral que ofrecen las sociedades industriales más o menos urbanizadas no parece ser muy llamativa: ahorro, prudencia, abstinencia, sobriedad, mansedumbre, frugalidad, obediencia, autodisciplina. Todas ellas se antojan como virtudes planas de cara al vicio. De ahí que el mal, representado en el soporte cinematográfico, resulte como una opción más atractiva y preferible. Ya no parece interesar tanto la narrativa del héroe que triunfa mediante la perseverancia y la bondad de sus actos, sino la del villano que a pesar de todo se sale con la suya.

De esta manera,  nos enfrentamos ante la ausencia de sentido que pretende ser contrarrestada a través de lo que concebimos como ‘maldad’ o ‘vicio’. No obstante, cabe preguntarse, ¿qué entendemos por el mal? De acuerdo al imaginario cinematográfico, el mal es un asunto de seres sobrenaturales (vampiros, momias, hombres lobo, zombis), cadáveres en descomposición, niños demoníacos, fantasmas, apuestos asesinos seriales, risas maniacas, vómitos multicolores, etcétera. Representaciones que se antojan más como grotescas o paródicas, que como malvadas. Tal vez el problema consista en nuestra comprensión del mal.

El relato cinematográfico, salvo algunas excepciones, nos muestra el mal en términos de horrores arquetípicos y villanos ficticios. Una perspectiva que contrasta con la dificultad de entender el mal como algo que se encuentra ahí afuera, que es más común y menos glamuroso de lo que imaginamos. Entender que cualquier persona como nosotros podría ser capaz de ejecutar actos de un horror inimaginable, resulta más atemorizante que cualquier asesino serial ficticio.

Fuentes:

Benjamin, W. (1920). Para una crítica de la violencia (trad., 2001). Bogotá: Taurus.

Cole, P. (2006) The Myth of Evil. Edimburgo: Edimburgh University Press

Eagleton, T. (2010) Sobre el mal (trad., 2010). Barcelona: Península.

Sporadikus
Sporadikus
Esporádico designa algo ocasional sin enlaces ni antecedentes. Viene del latín sporadicos y éste del griego sporadikus que quiere decir disperso. Sporás también significa semilla en griego, pero en ciencia espora designa una célula sin forma ni estructura que no necesitan unirse a otro elemento para formar cigoto y puede separarse de la planta o dividirse reiteradamente hasta crear algo nuevo. Sporadikus está conformado por un grupo de estudiantes y profesores del departamento de filosofía de la UG que busca compartir una voz común alejada del aula y en contacto con aquello efervescente de la realidad íntima o común. Queremos conjuntar letras para formar una pequeña comunidad esporádica, dispersa en temas, enfoques o motivaciones pero que reacciona y resiste ante los hechos del mundo: en esta diversidad cada autor emerge por sí solo y es responsable de lo que aquí se expresa.

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