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sábado, abril 20, 2024

¡Era Marcelo!

Por: José Antonio Crespo
(Investigador del CIDE)

Esta elección constituyó una nueva oportunidad para la izquierda de llegar al poder. Según encuestas, 70 % del electorado no quería repetir un gobierno del PAN y 60% tampoco deseaba un retorno del PRI a Los Pinos. La mesa estaba puesta para la izquierda, si lograba congregar y combinar simultáneamente el antipanismo y el antipriísmo vigentes.

Eso dependía del candidato: López Obrador había perdido buena parte del electorado independiente (el que incluso votó por él) que inclina la balanza por encima del voto duro. Sus muchos negativos le dificultaban ser competitivo. Se sabía que difícilmente le iba a alcanzar la recuperación del elector independiente para ganarle al PRI.

Marcelo Ebrard generaba más confianza por su mayor respeto institucional y civilidad política. Tenía pocos negativos y, por ende, más probabilidades de crecer durante la campaña. Las encuestas y grupos de enfoque apuntaban que Ebrard habría podido atraer a la izquierda, a los independientes, el voto útil del panismo, los anulistas y a no pocos que votaron por Peña Nieto. Pero su eventual candidatura fue siempre remota si no es que impensable; López Obrador jamás cedería la candidatura a un protegido. Dejar como candidato a Ebrard exigía gran altura de miras, difícil de hallar en los políticos. AMLO insiste en que no busca el poder por el poder, sino promover el proyecto de izquierda. Pero de ser así, habría apoyado a Marcelo como canal más probable para llevar ese proyecto al gobierno nacional. El PRD se equivocó de candidato en esta ocasión (no lo hizo en 2006).

Ello se explica porque uno de los problemas estructurales del PRD es que no logra superar su caudillismo original. El hombre fuerte del partido, mientras lo sea, tiene la capacidad de imponer su candidatura presidencial aunque haya múltiples indicadores de que sus posibilidades de triunfo son escasas. Lo que implica desperdiciar una oportunidad de triunfo tras otra. Ese caudillismo explica que en 23 años de existencia el PRD haya tenido solo dos candidatos presidenciales, y esa anomalía podría extenderse hasta los 30 años, si en 2018 López Obrador insiste en repetir la candidatura (lo que no extrañaría).

Otro problema estructural es la incomprensión perredista del electorado independiente. Ese déficit lo detectó con claridad Adolfo Aguilar Zínser durante la campaña de 1994, pero sigue sin resolverse. En 2006, López Obrador, con una ventaja de 10 puntos, cometió errores necesarios y suficientes como para alejar a los independientes, cayendo así en un vulnerable empate técnico. Ahora no cometió los errores de hace seis años… casi. Su cambio discursivo logró borrar sus negativos, aunque confirmó la desconfianza en muchos otros. Pero cuando el movimiento estudiantil le creó un gran momentum de crecimiento, surgió de nuevo la rijosidad, apelando al fraude y descalificando gratuitamente al IFE, lo cual recreó el ambiente de 2006. Y eso le volvió a alejar a varios independientes que ya habían decidido votar por él. Después, la encuesta de Reforma le hizo creer que pisaba los talones a Peña, y llegó al segundo debate como seguro ganador. Cayó en la zancadilla que voluntaria o involuntariamente le puso el “Reforma” (y, por cierto, cayó también Vicente Fox).

Finalmente, los perredistas (aunque no todos) tienen la inclinación permanente de crearse una realidad artificial, favorable al candidato, como medida propagandística de cajón. Todos los partidos lo hacen, pero de ahí a creerse dicha ficción hay mucha distancia. Por eso los perredistas siguen pensando que las plazas llenas implican urnas llenas. Por eso también se descalifican como trucadas a las encuestas que no favorecen al candidato, pero se cree ciegamente en las favorables. Si dejan de serlo, es que les llegaron al precio. Se desprecia cualquier indicio o evidencia que contradiga la proyección de triunfo, y cuando se impone la realidad no cabe reconocer errores de apreciación ni cometidos durante la campaña (pues el candidato, además de impoluto, es infalible). La única explicación posible de la derrota es… el fraude, la imposición, el árbitro vendido. No importa la distancia que haya entre primero y segundo lugar (en el Estado de México, la distancia fue de 40 puntos, y ni así). De ahí que, mientras la izquierda no haga una autocrítica profunda y corrija esos problemas estructurales, no podrá ganar, por más oportunidades que la realidad política le ponga en charola de plata. Eso explica en parte la anomalía de que regrese al poder el PRI antes de que a la izquierda le toque su turno. Lástima; ¡era Ebrard!

Comentarios: cres5501@hotmail.com / Facebook: José Antonio Crespo Mendoza

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