*Por Jonathan Palafox
Superbeto. Ese es el nombre del alter ego actual de mi sobrino. Ese Ser, mítico, al que nunca he visto en la misma habitación y al mismo tiempo con el hijo de mi hermana a pesar de que este se enorgullece de presentar no solo como un luchador por la justicia sino como mejor amigo, es la novedad de la casa. Es inevitable sonreír al escucharlo -a mi sobrino, me refiero; no se distraigan- hablar de él. Sé que durará lo que duran los peces de hielo en un whiskey -diría Sabina-, pero no importa. Lo que importa es observar cómo se iluminan sus ojos cuando nos habla de sus aventuras, porque esa luz entra en nosotros, por los nuestros, como echando una bengala en el abismo que poco a poco nos ha ido creciendo en la vida. Porque la vida, inevitable, aun y con sus bellos momentos, nos va construyendo muros, nos va sembrando miedos, nos va susurrando una versión alternativa del cuento que leímos cuando fuimos niños, una versión que mataría de aburrimiento a cualquier crío.
Aquí haré una pausa, para respirar, porque lo anterior lo he escrito con prisa, como si hubiera colocado en mi cabeza un grifo que no podía cerrar; y también una pausa visual, porque solemos tener aversión a los grandes conjuntos de palabras si se nos presentan monolíticos. Pero dejo una pregunta ¿cuándo fue la última vez que te asombraste? ¿qué fue lo último que te causó asombro?
Sin mayor análisis, podría parecer hasta paradójico que “asombro” tenga un parecido con “sombra”. Pero si buscamos sus raíces etimológicas* encontramos que son parientes, sanguíneos, como mi sobrino y yo.
Cuando escucho de Superbeto, luego, voy recorriendo un camino iluminado por las palabras a veces claras, a veces atropelladas de mi sobrino, un camino que conecta las grandes invenciones tecnológicas de la humanidad con sus autores, y después intento imaginar cómo sucedieron. Por mencionar uno cercano, pienso en los calores que tuvo que soportar Lord Kelvin y las historias del lejano Egipto que habrá escuchado, las que mencionaban las penurias por las que se hacía pasar a los esclavos para brindarle al faraón un espacio acogedor y fresco en el verano de Egipto; por supuesto, este momento de curiosidad, de asombro, habrá ocurrido cuando Lord Kelvin aun no era Lord, sino solamente William Thomson. Y como ese invento -que en esta tarde, agradezco sobremanera-, hay tantos otros que no por cotidianos dejan de ser fascinantes. He pasado horas zambulléndome en sus diseños: de la bombilla, del telégrafo, del hormigón, de la rueda… y me he dado cuenta de que, aunque existen innumerables objetos que usamos y sabemos usar en la vida diaria, desconocemos cómo es que funcionan.
Y ahí es donde entra la curiosidad. Al escribir esto, un sábado 1 de julio, en el día del ingeniero, saludo a todos aquellos que se han dejado no agobiar sino seducir por todas las preguntas que les pueblan la cabeza, intentando responder dos simples cuestionamientos: ¿cómo? ¿por qué? Con título o sin él, las personas susceptibles de asombro, y luego de razonamiento, han caminado en pos de satisfacer sus propias interrogantes, dejándonos en la senda elementos que nos hacen la vida más cómoda, más fácil, más larga, más digna de ser vivida.
Ojalá que hoy esté Superbeto en casa, cuando visite a mis padres, porque esa fantasía, de la que también estoy contagiado, nos permite imaginar un mejor mundo: por lo menos, la posibilidad de hacerlo mejor.
* https://etimologias.dechile.net/?asombrar
* Ingeniero en Sistemas Computacionales, fundador de Tres Factorial Ingeniería de Software. Miembro de Canieti Guanajuato desde 2018 y Coordinador de la Comisión de Innovación en Concamin.
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