*Por Jonathan Palafox
19 de septiembre, Ciudad de México. Caos apenas al llegar; es lunes, pero muchos de los conductores ya están hartos, como si la semana que comenzó el primero de enero aun no hubiera terminado. Bocinas a derecha e izquierda, detrás, delante. Todos quieren pasar y nadie entonces logra hacerlo. El mapa -bendita tecnología- dice que debemos salir hacia la derecha en 500 metros… 400… 300. Tomamos la salida a tiempo. Ya hemos adquirido el tag para usar el segundo piso, ya lo hemos también recargado. Apenas si volteamos a la derecha, un tránsito ha notado nuestras placas foráneas y comienza a seguirnos, claramente. Se topa con un engomado en orden, cero. No insiste, va en busca de otro despistado. El tráfico, el ruido, el hastío interminable; pero también la majestuosidad, la belleza, el corazón. La Ciudad de México así nos ha dado la bienvenida.
Las cinco horas del trayecto desde León, una ciudad en la que no tiembla, han de valer la pena. “Vamos a mejorar el servicio que nuestro cliente presta a su cliente”, comentamos; afinamos todavía algunos detalles; estamos contentos. Estamos relajados: hemos llegado con tiempo suficiente, la solución que aportamos es robusta, recién hemos desayunado… y salta la primera sorpresa: no podrán darnos la habitación sino hasta la una, a pesar de la petición la noche anterior. En la recepción, sin embargo, lo que más llama mi atención no es esa noticia, que no es grave, sino la fecha y el evento que ha de celebrarse dentro de una hora: simulacro de sismo.
Mi corazón salta, entre emocionado por la futura experiencia y nervioso por el misticismo de la premonición, pues no son pocas las caras nerviosas que veo en el personal del hotel: “siempre pasa”. “Participen”, nos animan, “es mejor que sepan lo que hay que hacer en caso de una necesidad”. Sin duda, siempre es útil. Me distraigo por unos momentos, cuarenta minutos, enviando correos. Organizo la semana de la ciudad de origen a más de 300 km de distancia. Otra vez, tecnología bendita. Cierro la computadora, para distraerme un poco, descansar del viaje, relajar las extremidades y la columna. Hay poca gente en el hotel, pero se comenta la presencia de un equipo holandés de filmación (¿o es sueco?), se comenta que una película será grabada cerca. Hay miradas cómplices de admiración y respeto. También hay, por otro lado, personas ataviadas como brigadistas. Sospecho que aquí, en la Ciudad de México, sí han tomado realmente el curso. De buen ánimo, el desalojo del hotel comienza. Hay chistes, comentarios, hasta presentaciones: “venimos de León…”. Una chica nos comenta la experiencia del 2017: terrible. Aun así, procura mantener el buen ánimo, por nosotros, pero sobre todo por ella. El nerviosismo se le acumula en el rostro y le mueve los labios para generarle una extraña sonrisa. Continuamos, mi compañero y yo, con comentarios ligeros, para animarla. De pronto se olvidan esas heridas que no han de borrarse nunca, solo estamos haciéndola voltear para otro lado. El personal del hotel y los huéspedes, todos fuera. Los 8 pisos restantes, de oficinas corporativas, han tomado la calle. De no ser 19 de septiembre, sería una manifestación.
Sonrientes, y después de una fotografía, volvemos dentro. Con la prueba del ejercicio, nos disponemos a esperar los quince minutos que faltan para la una. Saco la computadora nuevamente, y alcanzo a mandar dos correos más, y se me escurre el tiempo. Guardo nuevamente el portátil y me levanto decididamente y me acerco a la recepcionista; con la mirada le he preguntado si ya es tiempo para hacer el check-in; ella me dice sonriente que sí, pero luego no entiendo su gesto, pues me invita a salir nuevamente del hotel. Confundido, le pregunto si debe repetirse el ejercicio, pero luego mi compañero dice, “esta temblando de verdad”. Ahora la cara de todos no es tan serena. Ahora no hay lugar para chistes. Nuevamente comenzamos a tomar la calle, gracias a Dios tenemos la capacitación fresca.
No hay colapsos nerviosos, aunque nos advierten de réplicas. De pronto el trabajo se me ha olvidado, solo pienso en mi familia, lo que habrán de pensar ellos que saben que estoy acá. Tomo mi celular para comunicarles que estoy bien, pero me encuentro con que todos lo han sentido, incluso en esa ciudad en la que no tiembla. Noticias de León, Morelia, Guadalajara… todos mis familiares reportándose, preguntando. “Todos estamos bien”. Me alegro. En menos de dos minutos, familiares por todo el país nos hemos hablado. Gracias a Dios estamos bien; o al universo; o a la vida. Elija usted a quien mejor le parezca. Gracias a la tecnología nos lo hemos comunicado.
Abrazo para todos.
* Ingeniero en Sistemas Computacionales, fundador de Tres Factorial Ingeniería de Software. Miembro de Canieti Guanajuato desde 2018 y Coordinador de la Comisión de Innovación en Concamin.
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