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viernes, marzo 29, 2024

Gratificación instantánea o las sorpresas de la profundización

*Por Jonathan Palafox

Las imágenes son graciosas y tiernas. Un grupo de niños que están siendo los sujetos de una investigación aparecen a cuadro, uno a uno, para observar su comportamiento ante el estímulo. Las caras inocentes, los gestos espontáneos, el ansía con la que se resisten a la tentación… el plato está servido para arrancarnos una carcajada (y, de hecho, el video donde se relata el estudio, las contiene). El estudio se centra en un comportamiento que hoy pareciera ser una norma: la gratificación instantánea.

Aunque el video puede consumirse como un simple contenido de entretenimiento para una tarde nublada en la que deseemos reírnos, su propósito es mucho más profundo. Explico en lo que consiste: al niño estudiado se le ofrece un bombón (malvavisco) y se le comenta que, si puede resistirse al impulso de comerlo en un breve periodo (15 minutos, en el que se le deja solo en una habitación), se le dará otro bombón, y entonces podrá comer ambos.

El experimento, por supuesto, tuvo un resultado cómico en lo inmediato: 2 de cada 3 niños se comieron la golosina, sin resistirse; el otro tercio, sacando voluntad de donde no sabían que la tenían, pudo sobreponerse. Lo revelador del estudio vino con el seguimiento realizado a los mismos niños más de una década después. La evaluación posterior mostró que el 100% de los niños que se había resistido a la tentación eran niños a los que les iba bien en la sociedad: tenían buenas notas, un entorno social sano, buenas relaciones, planes a futuro… una vida que podría entrar en la categoría de “exitosa”. Por otro lado, la mayoría de los niños que no resistieron a la tentación, tenían resultados contrarios: habían abandonado la escuela o tenían malas notas en ella: algunos incluso no lograron llegar a la universidad. Las conclusiones eran claras: aquellos que resultaran capaces de postergar la gratificación, tendrían éxito en la vida.

Este estudio se llevó a cabo por primera vez en 1972, en la Universidad de Stanford, por el psicólogo Walter Mischel.

El video en el que yo vi por vez primera este experimento (video al que me refiero en el primer párrafo) no mostraba a los niños originales, sino a otros, hispanos, con los que se había replicado el procedimiento, en el marco de una charla Ted impartida en 2009 por el orador motivacional Joachim de Posada*. Tanto la plataforma de divulgación (TED) como el origen del experimento (Universidad de Stanford) me daban suficientes razones para no poner en duda el contenido, tal vez afectado por la falta de rigor académico/científico en mis actividades, centradas estas últimas más en el aspecto de diseño o integración que en el de investigación.

Sin embargo, me topé con una sorpresa.

En el transcurso de mi documentación para este artículo, encontré que en 2018 fue publicado un nuevo estudio que ponía en duda los resultados del primero, descrito en un artículo de The Atlantic** . Mi primera reacción fue de incredulidad.

El artículo de The Atlantic describe cómo el nuevo estudio parece concluir que son mucho más relevantes los factores socioeconómicos del entorno de los niños observados que la fuerza de voluntad que presenten en el momento del evento. Debo decir que esto se alinea mucho mejor a mi creencia (o falta de ella) respecto de la meritocracia; y a pesar de eso, acepté sin mucho reparo la conclusión del primer estudio hace varios años que me enteré de él, sin importarme siquiera lo simple que parecía ser la fórmula para el éxito.

De todo esto puedo sacar algunas conclusiones, que les comparto a continuación:

1) El sesgo de autoridad existe. Cotidianamente damos por hecho cosas/conocimiento/sentencias simple y sencillamente por el origen de las mismas. Esto, sin embargo, puede dar pie a perdernos de nuevos hallazgos que nos permitan dilucidar la realidad con un criterio más amplio que, en última instancia, resulte más útil para más personas.

2) Las conclusiones del estudio se dieron por buenas desde el 72 (yo no había nacido, siquiera); mantuvieron el halo de experimento innovador y revelador un buen número de años hasta que fueron desafiadas (aún me falta documentación para decir “refutadas”, y no es el objetivo de este artículo) por un nuevo estudio, llevado a cabo por otras personas que no se conformaron con ese resultado sencillo que al menos parecía sospechoso. La duda lleva al conocimiento.

3) Equivocarse es importante, pues demuestra por lo menos el movimiento emprendido por las personas en dirección de algo. Y es también importante el reconocimiento de los errores. Una sociedad compuesta por individuos que están abiertos a reconocer que sus verdades no son universales y, mejor aún, abiertos a incorporar nuevas creencias a partir de la evidencia, es una sociedad que avanza.

4) El hecho de que este nuevo estudio desafíe las conclusiones del primero, no implica que los resultados de aquel sean falsos, sino que no es concluyente.

5) Esta es más existencial, si me permiten: hay que ser flexibles. Iniciar cosas puede llevarnos a destinos insospechados y no por ello menos valiosos.

Una última reflexión, tal vez la más importante de todas: dude siempre, de todo. Tal vez lo que hoy parece cierto, y funciones, cambie mañana.

En otra entrega abordaré, propiamente, el tema de la gratificación instantánea, que de cualquier forma parece estar afectándonos. Hoy, sin embargo, esto es lo que quiero compartirles.

• * https://www.ted.com/talks/joachim_de_posada_don_t_eat_the_marshmallow
• ** https://www.theatlantic.com/family/archive/2018/06/marshmallow-test/561779/

* Ingeniero en Sistemas Computacionales, fundador de Tres Factorial Ingeniería de Software. Miembro de Canieti Guanajuato desde 2018 y Coordinador de la Comisión de Innovación en Concamin.
jonathan.palafox.lopez@gmail.com
twitter @jpalafoxlopez

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